martes. 16.04.2024
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The Leftlovers: Aprender a vivir con la pérdida

Fernando Cuevas de la Garza

The Leftlovers: Aprender a vivir con la pérdida

La pérdida de un ser querido más difícil de sobrellevar es aquella en la que se desconoce qué le sucedió: no saber si está vivo o muerto y en qué condiciones se encuentra, resulta más angustiante que al menos tener la certidumbre del fallecimiento. Si la ausencia de los familiares y amigos fue producto de un evento misterioso en el que desaparecieron millones de personas, se requerirá de una fuerte capacidad anímica para reencontrar el sentido de la vida, sobre todo interactuando en contextos de absoluta desazón, depresión generalizada y ruptura social, en particular por las formas diversas y contradictorias para enfrentar la tragedia colectiva.

Basada en la novela de Tom Perrotta, quien participa en la serie, y adaptada para televisión por Damon Lindelof, conocido por Lost (2004-2010), The Leftlovers (EU, 2014- ) centra su atención en la pérdida y la incertidumbre como condiciones instaladas indefinidamente, de las que habrá que aprender para seguir adelante, aunque no se tenga claro el rumbo. La historia empieza tres años después del mencionado evento en el que súbitamente desapareció el 2% de la población, y se ubica en la imaginaria Mapleton, pequeña ciudad de Nueva York, y en un pueblo llamado Miracle, donde se desarrolla buena parte de la segunda temporada.

El protagonismo lo asumen un afectado jefe policiaco Kevin (Justin Theroux), conviviendo con su errática psique y su inestable padre (Scott Glenn), y su ex esposa Laurie (Amy Brenneman), recién integrada a una secta conocida como los culpables remanentes tras la ruptura con el marido, en la que desarrollan prácticas de presión psicológica para hacer entender a la población que acepte la pérdida: vestidos de blanco y fumando de manera continua, permanecen en silencio y se paran en las casas de los vecinos con actitud invasiva, sin realizar ningún gesto y solamente consumiendo sus cigarros, como en el caso de una mujer deprimida a punto de casarse y a quien intentan reclutar (Liv Tyler).

Están también el hijo de Laurie (Chris Zylka), quien se ha unido a un gurú que extrae los problemas de la gente y la hija adolescente de ambos (Margaret Qualley), en conflicto permanente y con el sentimiento de abandono a cuestas. Por otra parte está el cura (Christopher Eccleston), denunciando a los pecadores, buscando respuestas para entender lo que le sucedió a su esposa (Janel Moloney), ahora en estado catatónico, y tratando de apoyar a su hermana (Carry Coon), quien perdió a su marido e hijos en la llamada desaparición repentina y que, para luchar con el dolor, contrata prostitutas para que le disparen mientras usa un chaleco antibalas, como ahondado en el precipicio emocional en el que se encuentra.

Enfrentar o evadir

La tensión entre la resistencia y esperanza del regreso contra la aceptación de los hechos atraviesa las conductas de todos los personajes, debatiéndose para encontrar un resquicio de comprensión o hacer que los demás asuman los acontecimientos (ahí están los diálogos entre el protagonista y la líder de la secta, interpretada por Ann Dowd). Como cabría esperarse en un ambiente de ausencia de respuestas claras, fortalecido por la fuerza de la banda sonora del teutón Max Richter, surgen iluminados impredecibles, complotistas de intenciones difusas, grupúsculos confrontados y, en consecuencia, un caldo de cultivo propicio para la violencia, siempre al borde del estallamiento.

Una edición que busca el equilibrio entre el tono dramático, misterioso y fantástico, así como en el despliegue de los personajes, casi siempre encontrándolo, y la adecuada secuenciación de los acontecimientos, soportan estrategias narrativas que permiten al guión sostener el halo de intriga entre los sucesos sobrenaturales, bien alimentados por las pesadillas, extrañas experiencias y contactos del tercer tipo vividos por el protagonista, y el terrenal, plasmando conflictos propios de las relaciones humanas, concretamente en torno a la familia, acá potenciados por la particular situación.

La serie funciona mejor cuando se centra en las búsquedas para la resolución de los problemas por parte de los personajes, que en sus intentos por elevarse por territorios más abstractos o metafísicos, si bien el sorpresivo e inquietante arranque de la segunda temporada y su desarrollo en el pueblo donde no ocurrió ninguna pérdida (convertido en asediado centro turístico), consigue escalar el planteamiento de la primera entrega, afectada por algunas derivaciones innecesarias, y profundiza en las angustias de los personajes principales, potenciados por algunos otros que se incorporaron en esta continuación, particularmente los miembros de la familia vecina.

La tercera temporada se estrena el próximo año, y lo que se sabe es que Australia pudiera ser un destino en el que sea posible empezar de una vez a buscar respuestas que miren hacia el frente, a pesar de mantener las preguntas sobre lo que sucedió. Si la motivación central es la reintegración de la familia después de un doloroso proceso de afectos desmembrados, habrá qué enfrentar obstáculos anidados en las propias creencias y en los que surgen desde el ahora y del más allá, para al menos intentarlo sin morir (una y otra vez) en el intento.

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