viernes. 19.04.2024
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De las despedidas del peor gusto

Andrés Baldíos

De las despedidas del peor gusto

Llegaron todos temprano a casa; la última clase había sido corta y tenían tiempo de ir todos a comer; ya bastante habían tenido de proyectos parciales. Subieron todos a la camioneta y se dirigieron a casa de uno de ellos; la chica rubia y la chica pelirroja chismeaban con el chico castaño en los asientos traseros, mientras la chica morena ocupaba el asiento del copiloto, charlando con el chico rubio que conducía, quejándose de la dificultad de su último examen.

Llegaron a la casa; la rentaban la chica morena y su hermano, quienes llevaban varios días carcajeándose en plenas clases sólo para ocultar situaciones terribles.

Cuando llegaron, arrojaron sus mochilas a un rincón y se sentaron en la sala; ahí charlaron un rato hasta decidirse qué comer; el chico rubio y la chica pelirroja cocinarían. La chica morena subió a avisarle a su hermano; la planta alta se encontraba en exceso silenciosa.

Se asomó al cuarto… la computadora encendida… una fotografía pixelada, pero valiosa, resaltándose a un nivel indescifrable… la hermana llama al hermano, pero inútilmente… se vuelve hacia el clóset para toparse con su hermano…

Yace arrodillado, con un rostro extraviado en una mueca de estruendosa resignación, con sus piernas flotando a unos centímetros del suelo y una línea de saliva reseca en su mejilla izquierda... con el cable de su computadora enroscado en su cuello…

El rostro de la hermana en ese instante no cabe en ningún tomo o lienzo en preparación para algún experimento sombrío, un rostro que rebosa el peor de los espantos. Da alaridos que tampoco caben en ningún concierto de ningún tipo; todos los demás suben aceleradamente, sólo para petrificarse y confundirse por tiempo indefinido en la oscuridad de la circunstancia.

Más tarde la maldita historia se sabe… problemas aquí y allá, todos sin resolución alguna según esto; y la historia se repite, las circunstancias son las mismas, el dolor adolescente acontece en forma de desgracia incomprensible y la muerte se regocija en el absurdo de los caprichos humanos.

Al día siguiente se supo —naturalmente— en toda la escuela; el impacto fue tal que los abusadores se olvidaron de sus palizas programadas para el día; pero los profesores nunca olvidan los parciales, ya que no consideran su cancelación una cortesía, sino una distracción; no importa cuál sea la excusa, trabajo es trabajo y la vida sigue.

Para cuando abandonaron el velorio y cada uno de los amigos y familiares y conocidos retornaron a sus respectivas casas, comenzaron a pensar en el tiempo, en el ahorcado, en que el suicidio es… egoísmo… un amigo que te aguarda con una sola condición: debes entregarle todo cuanto piensas, todo cuanto sientes, todo cuanto haces.

Todo el mundo piensa en cosas… ya muy disueltas en el recuerdo del fallecido, en la ridícula tragedia de su mueca cadavérica luciendo un horrendo aspecto bobalicón, en la atrofiada imagen de su saliva reseca.

Ésta es una historia real. Le pasó al hermano de una amiga. Mientras el resto vivimos, otros prefieren irse por razones que, sólo a ellos, les resultaron lo suficientemente razonables.

***

Andrés Baldíos es escritor. Los primeros peldaños son peligrosos, su hasta ahora primer libro de cuentos, fue editado en 2012 por San Roque.

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