martes. 23.04.2024
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Terry Callier: What Color is Love?

Esteban Cisneros

Terry Callier: What Color is Love?

Si el mundo es una mierda es porque no ha escuchado lo suficiente a Terry Callier.

Terry Callier fue uno de los más grandes de toda la música y de toda la humanidad. Podría terminar mi texto diciendo sólo eso y listo, porque es la verdad, pero no le haría justicia al hombre. No le haré justicia ni escribiendo un libro quijotesco sobre él. Pero que sirvan estas líneas ínfimas para que alguien allá afuera lo recuerde o lo descubra.

Nació y creció en el norte de Chicago durante los años 40 y fue vecino de Curtis Mayfield, su par. Si pudiésemos departir con Callier él no tendría otra cosa de qué hablar que de música. A los tres ya tocaba sus primeras notas en un piano achacoso y pocos años después tenía la cabeza repleta de canciones propias y ajenas, listas para ser ejecutadas por sus manos educadas y su voz suprema.

Se crió en la tradición doo-wop, probó suerte con Chess Records apenas cumplió los dieciocho y lanzó su primer single, Look at Me Now. Luego descubrió el bebop y a John Coltrane y todo se fue al carajo: la obsesión bullía en su cuerpo todo. Firmó para Prestige y grabó un disco increíble, pero Samuel Charters, ejecutivo del sello, se fue con las cintas al desierto mexicano y se perdió en una extraña anticipación del Fear and Loathing que harían famoso después un sujeto calvo con visera y calcetines lamentables y sus amiguiles. The New Folk Sound of Terry Callier salió por fin en 1968, tres años después de las sesiones. Un puto discazo que todo el mundo debería escuchar. No me freiré la sesera en busca de adjetivos. Corre y búscalo.

El disco, por supuesto, hizo poco ruido entre melenudos y viajes ácidos. Pero allí se quedaría para que todos lo escuchásemos en el tiempo y ojalá se quede allí para siempre, en un estante listo para girar en cualquier momento, en un disco duro que no falle nunca para que las próximas generaciones fantasmas puedan saber que alguna vez, hace mucho tiempo, se hizo música con alma. Callier siguió trabajando, tocando en clubes, escribiendo canciones para terceros y trabajando en la Chicago Songwriters Workshop que había establecido su también vecino y amigo Jerry Butler, genio. La idea del Workshop era un taller en donde los mejores cancionistas de la ciudad se reuniesen para generar material, una especie de Brill Building que, hélas, no se ha intentado por estos lugares y desde aquí lanzo una convocatoria –escondida entre las pequeñas letras de un papel que terminará en la basura más temprano que tarde– para que se haga algo así en este pueblo donde nunca pasan cosas. Uníos.

De ahí salieron tres discos que, si el universo funcionase como debe, estarían en oídos de todo ser humano: Occasional Rain (1972), What Color is Love (1973) y I Just Can’t Help Myself (1974), que están ahí en el Gran Olimpo de los Grandes Discos de Soul de los 70 al lado de los de la gran etapa de Stevie Wonder, los discos solistas de Curtis Mayfield, el What’s Going On  de Marvin Gaye y lo más combativo de Gil-Scott Heron.

What Color is Love, el elegido de hoy, es un disco como no hay dos. Sí, sé que es una frase mil veces leída, pero es que no se me ocurre otra. Porque, de verdad, no logro encontrar un disco que se le parezca. Es soul. Es música clásica en el sentido ortodoxo. Es folk. Es jazz. Es funk. Es un álbum hijo de su tiempo. Pero es un álbum atemporal, que suena hoy, incluso hoy, como música de un futuro lejano y bueno. Uno al que hay que llegar de algún modo.

No he logrado encontrar una canción que se le parezca a Dancing Girl, esa obra maestra de toda la música, pop y culta y canónica y pagana y negra y blanca. Tampoco he logrado encontrar una sensación igual en todo el mundo. La he buscado en otros discos, en libros, en la filosofía oriental y en el dipsomundo de los espíritus. Nada. La he buscado subiéndome a aviones, retándome a la velocidad y enamorándome. Nada.

La he buscado en otros discos de Terry Callier. Casi. Pero no.

¿No me crees? Ponle play.

What Color is Love se escucha así, de inicio a fin, sin aliento. Como una buena noticia. Como si el universo se alinease por una vez y todo tuviese sentido. Como un abrazo en la hecatombe. Cuarenta minutos de amor. Cuarenta minutos de música que salva vidas. Y después, uno sale al mundo pensando que hay algo allí y que no nos hemos dado cuenta. O sucumbe, inevitable, y da play otra vez. A girar de nuevo. A sentir de nuevo.

De eso se trata la música, al final.

Terry Callier desapareció por muchos años. El mundo le hizo justicia a finales de los ochenta con el movimiento Acid Jazz de Eddie Piller, que utilizó su música para poner a bailar y hacer felices a miles. Lanzó nuevos álbumes, colaboró con músicos jóvenes que le admiraban y murió de un cáncer el 27 de octubre de 2012. Pero su voz sigue grabada en un disco, por fortuna, y así debe seguir para siempre, pase lo que pase, para recordarnos que en la oscuridad puede haber luz.

Porque si el mundo es una mierda es porque no ha escuchado lo suficiente a Terry Callier.

                                                                                                                                             C/S.

***
Esteban Cisneros
(León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú. Cree con fervor que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.

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