viernes. 19.04.2024
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Los inicios de Leonard Cohen

Esteban Cisneros

Los inicios de Leonard Cohen


Pocos cuentan historias como lo hace Leonard Cohen. Y es imposible no creérselas.

El de Montreal es uno de mis héroes desde siempre. Poeta antes que músico, publicó su primer libro, Comparemos mitologías, en 1956. Graduado de McGill y disciplinado lector de Yates, se convirtió en un referente de la joven poesía québécois, especialmente por su segunda publicación, The Spice-Box of Earth (1961).

Le siguieron Flores para Hitler en el 64 (que afirma que si hubiese sido publicado antes se llamaría Sol para Napoleón o Una muralla para Genghis Khan) y dos novelas: The Favorite Game (1964) y Beautiful Losers (66). Se convirtió en una celebridad menor. Visitaba la Factory de Andy Warhol y se hizo amigo de Nico, con quien hablaba sobre la música folk europea. Papá Cohen era polaco y mamá Cohen, lituana, así que se entendió muy bien con la modelo alemana. La inquietud por la música comenzaba.

Esa fama bien ganada derivó en la realización de un filme que apenas hoy se revalora como se debe. Ladies and Gentlemen… Leonard Cohen (1965) fue un documental para la televisión grabado por la prestigiosa National Film Board de Canadá. Originalmente era un documental sobre varios poetas de vanguardia del lado francés del País Donde (Parece Que) No Pasa Nada. Pero el joven Leonard Cohen era demasiado carismático como para dejar que su personalidad se diluyese entre otros poetas que, si bien eran feroces en papel, no resultaban tan interesantes en persona. En esa época, Cohen ya vivía en Grecia, escribiendo, dando largos paseos descalzos y siendo fiel al espíritu de Baco. El documental, filmado en precioso blanco y negro, lo sigue en unas vacaciones a su Señora de los Muelles, Montreal, para “recargarse de neurosis” y visitar sus lugares de infancia y juventud. Visita librerías. Lee poesía para sí y para los demás. Se presenta en una especie de show de stand-up comedy. Duerme, come, bebe. Habla, mucho. Y dice cosas lúcidas y simpáticas. Canta.

Mientras tanto, Cohen escribió algunas de las imágenes más bellas de la canción pop. En 1968 apareció su debut discográfico, pero ya desde unos cuatro años antes había escrito canciones para su amiga Judy Collins, que incluso aparecieron en lugares notables en las listas de popularidad. Sisters of Mercy, Hey That’s No Way To Say Goodbye, Suzanne, Story of Isaac o Bird on the Wire ya eran himnos antes de que su propio autor las grabase.

Collins insistió a Cohen que grabara esas canciones con su voz. Por fortuna, Cohen le hizo caso y se mudó a la unión americana. Necesitaba pasta y siempre había querido cantar. The Songs of Leonard Cohen, lanzado por Columbia en 1967, es un álbum obligatorio en cualquier fonoteca. A pesar de no haber sido un éxito mayor, fue un disco insignia entre artistas y estudiantes. El combativo circuito folk de los Estados Unidos lo favoreció. Mientras las estrellas pop más visibles de ese tiempo rondaban los veintes, Cohen hizo su primer disco a la edad de treinta y tres.

Canción por canción, The Songs of Leonard Cohen es sobrecogedor. Su voz grave, monótona, canta letanías acústicas sobre mujeres, melancolía, noche y alcohol. Cohen pidió a John Simon, el productor, que dejase las canciones lo más desnudas posibles. Nada de tambores. Nada de instrumentación ostentosa. La mayoría de ellas son tonadas folk con Cohen a la guitarra y no mucho más. Mientras en ’67 todo el mundo cometía excesos sonoros y quería pintar el mundo de colores (¿no, Sargento Pimienta?), nuestro poeta prefería quedarse en lo mínimo para ser mucho más elocuente. Con todo, por ahí suenan los Kaleidoscope (versión Estados Unidos) en alguna canción y el respaldo vocal de Nancy Priddy, de los Bitter End Singers.

Ahí están Suzanne, posiblemente su canción emblema, sobre una vagabunda que vivía en los alrededores del río Saint Laurent; The Stranger Song, una chanson-noir sobre un apostador y sus amores; Teachers, un compendio de horrores y enfermedad; One of Us Cannot Be Wrong, un exorcismo de espíritus de amores incómodos; Hey, That’s No Way To Say Goodbye, que es la despedida más descorazonadora de todos los tiempos; Sisters of Mercy, sobre un rescatado; So Long, Marianne, una oda a uno de sus amores gitanos; Winter Lady, que sólo un québecois pudo haber escrito; Master Song, sobre un sirviente atado a su amo y Stories of the Street, con un título que pudo haber sido el del disco.

Después, Cohen se convirtió en un gigante. No publicó otro libro sino hasta 1978, Death of a Lady’s Man, pero sí varios discos exitosos: Songs from a Room (69), Songs of Love and Hate (71) y New Skin for the Old Ceremony (74.) Sus canciones fueron tan versionadas como las de cualquier trovador que se respete. Leonard Cohen, el escritor, el músico, el artista, se quedó para siempre en el mundo. Aún camina sobre él, pero cuando se vaya, aquí seguirá para estar con nosotros en nuestros momentos más oscuros.

Con todos mis respetos, Señor Cohen

C/S.

 

 

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Esteban Cisneros
(León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú. Cree con fervor que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.

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