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Leonard Cohen: Palabra y acorde

Fernando Cuevas de la Garza

Leonard Cohen: Palabra y acorde


El gran poeta montrealés, sutil y elegantemente cobijado por la música, saltaba a golpe de graves susurros de la sensualidad a la espiritualidad, del amor anhelante siempre al borde a la muerte esperada, y de una melancolía contagiante a un canto cargado de esperanza, con todo y un filón político propio de sus raíces. Junto a Bob Dylan y Paul Simon, se constituyó como uno de los principales letristas de la música popular, entre melodías evocativas enclavadas en un folk calmo con destellos country, impulsado por los infaltables coros femeninos en plenos crescendos y una instrumentación tan austera como precisa.

Originario de una emigrante familia judía clasemediera, Leonard Cohen (1934–2016) formó parte del grupo casero de country The Buckskin Boys y se presentó en el escenario de las letras en su época de estudiante universitario con Comparemos mitologías (1956), conjunto de poemas influenciados por García Lorca (nombre que le puso a su hija), al que le seguiría el consagratorio La caja de las especias de la tierra (1961), en el que demostró su capacidad para la creación de una poesía que se inmiscuye en la imaginación, sin dejar de pertenecer al mundo de los sentimientos compartidos.

Bajo los influjos de los vientos de la isla griega de Hydra, bañada por el hipnótico mar Egeo, a la que se fue a vivir un tiempo en los 60’s, escribió las novelas El juego favorito (1963), con fuerte carga sexual y apuntes autobiográficos de juventudes pasadas, y Los hermosos vencidos (1966), mostrando una importante evolución sobre todo en la creación de personajes, aquí formando un peculiar triángulo amoroso con la mira puesta en una mujer sagrada mohawk. Entre ambas, publicó Flores para Hitler (1964), al que habría que recurrir ahora que lo impensable ha ocurrido en las elecciones de Estados Unidos, y el también poemario Parásitos del Paraíso (1966), retomando sus temáticas habituales –religión, sexo, amor-.

La letra con música entra

Fue a partir de estos años cuando empezó a componer canciones para alimentar de sonidos a sus poemas, reflejados por fin en el tardío y brillante Songs of Leonard Cohen (1969), su debut discográfico que abría con la clásica Suzzanne, ya interpretada antes por Judy Collins. Resonando las cuatro paredes, Songs from a Room (1969) mantuvo estilo y nivel para dar paso a una década prolífica en cantidad y calidad, que empezó con Songs of Love and Hate (1971), en el que estos dos fuertes sentimientos de la vida humana se plantean en formas diversas.

Sus discos, por si quedaba la duda, se componían justamente de canciones, como señalan los títulos, vinculadas por un contexto definido. El libro La energía de los esclavos (1972) se tejió a partir de la integración de versos libres con fuerte carga denunciatoria. Tras el directo Live Songs (1973), el canadiense, ya con el reconocimiento a cuestas de los círculos tanto literarios como musicales, consolidó su trayectoria con New Skin for the Old Ceremony (1974), musicalmente nutritivo, con todo y la presencia de la voz de Janis Ian.

Entre el espíritu y la carne

La década de los setenta culminó con Death of a Ladie´s Man (1977), con cierto cambio en la propuesta auditiva, dada la intervención de Phil Spector, y el libro de poemas Memorias de un mujeriego (1978), parte de su incansable reflexión acerca de las mujeres y la condición femenina en el que, sin dejar de presentar imágenes específicas sobre el sexo, el deseo carnal y demás apetitos, se introduce en la complejidad de las relaciones de pareja, abriendo horizontes para seguirse preguntando acerca de su intrincada racionalidad, envueltas en un halo de misterio permanente. Recents Songs (1979), aderezado con florituras gitanas y toques de mariachi que sostienen una prosa enfática con su necesaria cuota sardónica, cerró esta etapa de desenfreno.

Posterior a la publicación de El libro de la misericordia (1984), inspirado por un aliento de carácter religioso, el silencio discográfico se rompió con Various Positions (1985), en el que se incluyeron la multiversionada Hallelujah y la irresistible Dance Me to the End of Love, antecediendo de paso al autoconfirmatorio I´m Your Man (1988), otro de sus clásicos que, para estar en consonancia con los tiempos, recurrió al sonido de los sintetizadores dejando en claro, a fin de cuentas, que lo primero que habría que hacer es tomar Manhattan y después Berlín.

Compuesto en el contexto de los disturbios raciales de Los Ángeles tras el brutal acto policiaco en contra de Rodney King, el esperanzador The Future (1992), no obstante los grandes nubarrones que aquejan a la humanidad, marcó un alto en su trayectoria, acaso anunciando un milagro a la vista. Poco después de publicar el volumen de poemas Stranger Songs (1993), Cohen tomó la decisión de ingresar a un monasterio zen en el que permaneció cinco años en proceso de aprendizaje meditativo, para finalmente ser ordenado monje budista. Así llegaría al fin del milenio.

Cambio de milenio: a las afueras del monasterio

Regresó pasado el cambio de milenio, ya con la sabiduría que da la vejez en quien ha aprovechado la vida para aprender, con el estupendo Ten New Songs (2001), realizado en complicidad con la corista Sharon Robinson, representando la presencia femenina tan característica en su discografía y poética; liderado por el corte In My Secret Life, cual realidad paralela llena de deseos incumplidos, y con una referencia al gran poeta Kavafis, el álbum seguía la forma habitual de titular los discos pero ahora con un aire de novedad, como enfatizando la importancia de la vuelta al escenario, después de estar a un millar de besos de profundidad.

Confirmando que el retorno al ruedo no era asunto de un mero impulso creativo sino de un continuo en una trayectoria construida verso a verso, el ya setentón grabó Dear Heather (2004), producido en conjunto con Anjani Thomas, su pareja en ese momento, y con la participación de la propia Robinson. Continúan los versos al amor sublime y visceral con vocalizaciones más cercanas a la recitación que al canto, si bien desde una perspectiva más reposada, incluso aquí entonando letras de otros. Instrumentaciones directas y luces bajas para que los coros acompañen el tono barítono que se atreve a mostrarse ligeramente optimista.

Cual golpe mundano de realidad, atravesó dificultades económicas por un desfalco a manos de su representante, aunque pronto volvió a la actividad. Integrado por poemas transitando del erotismo al misticismo y por dibujos realizados en la segunda mitad de la década de los noventa, El libro del anhelo (2006) mereció la atención de Philip Glass, quien lo tomó como base para realizar Book of Longing. A Song Cycle based on the Poetry and Artwork of Leonard Cohen (2007), integrado por recitaciones en vivo del poeta acompañado por el piano del músico minimalista, cuerdas tensionantes y coros vivificadores.

A partir del 2008 y hasta el 2011, la premisa fue compartir su música en vivo. Dándole la vuelta al mundo, dejó su impronta en escenarios de aquí y allá (faltó México) con una vitalidad propia de un hombre que entendió el secreto de la juventud, sin importar los años. Live In London (2009) y Songs from the Road (2010), con DVD incluido, quedaron como evidencias de sus emotivas presentaciones

Las raíces y las fuentes de su arte fueron muy importantes para el cantautor. En 1972 dio un concierto memorable en Israel, como una especie de regreso a la semilla, en el que tuvo que abandonar el escenario dado que sentía que no podía continuar. En el camerino, mientras esperaba reponerse, lo asaltó el recuerdo de un consejo de su madre, que llegó justo a tiempo.

En el discurso de aceptación del premio Príncipe de Asturias en el 2011, agradeció y reconoció la importancia de la tierra española: primero por la enorme influencia de García Lorca, a través de la cual pudo descubrir que era posible tener una voz poética propia y distinguible; después por el guitarrista anónimo que le enseñó seis acordes provenientes del flamenco, base de toda la música que compuso y, finalmente, por su guitarra Conde que tanto atesoraba, siempre manteniendo su frescura vital.

Ideas, problemas y oscuridad: una trilogía final

Old Ideas (2012) encontró a un Leonard Cohen bien y de buenas, conversando consigo mismo, acompañado por sus seres queridos (Patrick Leonard, Anjani Thomas, Sharon Robinson) y combinando estilos musicales con la pericia esperada, del jazz gitano al góspel y de ahí a discretos teclados electrónicos insertados en un festival folk de variada instrumentación. Las letras serpentean entre el humor, la reflexión espiritual y el infaltable deseo erótico, bien protegidas por cuerdas elocuentes y coros femeninos para desgranar con su rotunda voz una poética de ideas viejas siempre vigentes. Por si había alguna duda, el amor tiende a la oscuridad.

Ya como jovial ochentero, publicó el sabio y pausado Popular Problems (2014), otra consistente colección de canciones en la misma línea musical que su antecesor, con buena presencia del teclado del propio Patrick Leonard, mientras el autor bolea cuidadosamente sus zapatos en imágenes de soporte; del álbum, oda a la lentitud frente al acelere sin sentido, con algún canto arabesco y percusiones discretas, una mirada a la devastada Nueva Orleans y una disposición a tomarse las cosas en su justa medida, se generó una gira de la que se desprendió Live in Dublin (2014), triple CD, DVD y Blu-Ray, capturando su presentación en la mítica arena O2 de la capital irlandesa.

La aventura discográfica concluyó con el directo Can´t Forget: A Souvenir of a Grand Tour (2015) y el brillantemente oscuro, si cabe el oxímoron, You Want it Darker (2016), uno de los mejores álbumes del año y suprema despedida de uno de los artistas clave de las décadas recientes. Listo para morir, según declaró al New Yorker, aunque después matizó su declaración, y sugiriendo apagar la llama doble (diría Octavio Paz) para encontrar una mayor oscuridad, el poeta insufla de emotividad la gravedad de su voz, dialogando con Dios y con nosotros los mortales.

Una instrumentación desnuda entre la que se incluye una rememorativa guitarra flamenca y los coros de siempre con cierto toque eclesial, acompañando el canto de un alma que se presenta así, en completa paz y preparada para encarar el final aquí y empezar de nuevo donde corresponda. Metafórico o literal, según la intencionalidad del momento y el ámbito expresivo, ha decidido dejar la mesa y salirse del juego, acaso dirigiendo el camino hacia esa luz viajera, cual rapsodia que desearía terminar como un acuerdo entre tu amor y el mío.

Notable ha sido la manera en que algunos cineastas como Robert Altman (McCabe & Mrs. Miller, 1971), Atom Egoyan (Exótica, 1994), Oliver Stone (Asesinos por naturaleza, 1994), Kathryn Bigelow (Días extraños, 1995), Curtis Hanson (Loco fin de semana, 2000), Zack Snyder (Watchmen, 2005), Richard J. Lewis (La versión de mi vida, 2007), Jean-Marc Vallée (Alma salvaje, 2014) y hasta Jon Stewart (Rose Water, 2015) han integrado sus canciones en determinadas secuencias vueltas memorables, sobre todo Hallelujah, Suzanne, Dance Me to the End of Love, Everybody Knows, I´m Your Man, Take This Waltz, Ain´t No Cure for Love y Waiting for the Miracle, entre otras.

En particular, el alemán Rainer Werner Fassbinder, representante del movimiento fílmico de los años setenta en su país, aprovechó sus piezas para incorporarlas a varios de sus filmes. Además, en incontables series televisivas y documentales se escuchan las canciones del quebequense, ya sea en versión original o por medio de algunas de las múltiples versiones inspiradas por la belleza de su música y poesía, tan terrenales como nuestras experiencias cotidianas y tan celestiales como la vivencia estética abrasadora.

Sensualidad, espiritualidad, romance, libertad, amor, compasión. Hineni, Hineni.

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