Es lo Cotidiano

NOVELA POR ENTREGAS [I]

Estuve ahí

Giselle Ruiz

Estuve ahí

Yo no quiero vivir- Quiero amar primero, y vivir de paso.
Zelda Sayre

He aquí el mayor secreto que nadie conoce
he aquí la raíz de la raíz
y el brote del brote
y el cielo del cielo
de un árbol llamado vida
que crece más de lo que
el alma puede esperar o la mente ocultar
es la maravilla que mantiene las estrellas separadas
Llevo tu corazón
lo llevo en mi corazón.

E. E. Cummings

 

Nadie ha medido, ni siquiera los poetas, cuánto el corazón puede contener.
Zelda Sayre

Capítulo I. Descubrir el significado de “acumulación elástica”

It was love at first sight, at last sight, at ever and ever sight.
Vladimir Nabokov

Nadie puede hablarme del 4 de mayo del 2015.

Estuve ahí.

Y como cualquiera que desea estar presente en su propia vida; vengo pensado, desde muy joven, que los grandes sucesos de la humanidad son recordados (la mayoría de las veces) por la fecha en la que ocurrieron o la premonición de que van a repetirse.

Eran las 7:55 p.m. Intentaba delinearme el ojo izquierdo cuando un movimiento brusco mando la línea oscura hacia arriba. Creí que estaba temblando, no sabía si era mi cuerpo o la tierra que me sostenía. Ese día estaba destinado a abrir mi memoria y permitir que los sucesos caminaran entre rocas sueltas.

 Jalada por un impulso salí de casa vestida a blanco y negro tras limpiarme la mancha que evidenciaba lo inexperta que soy con la decoración facial, dejé la venlafaxina y el supradol para otro momento. Era una época cálida, de esas que no requieren suéter en los hombros ni abrazos masculinos.

Para cuando llegué a uno de los bares más populares de la ciudad, mi amiga ya había llorado demasiado, pedí una cerveza para ponerme a tono, otra más, miraba a la tercera amiga en discordia intentando controlar su excesivo parpadeo, a la par pensaba en lo feliz que era ahora que las discusiones de pareja no formaban parte de mi rutina. No sabía si lo correcto era irme para ver la nueva película de mi director canadiense favorito envuelta en mi vieja pijama de seda o ayudar a remediar la situación que me estaba siendo compartida con tanto rímel corrido de por medio.

─¡Vamos a buscarlo! No puede tratarte así.

Desde hacía un mes el alcohol hablaba por mí.

─Sé dónde está pero se encuentra dormido.─ Dijo con voz baja y la mirada clavada en su saco, haciendo quedar en ridículo su arraigado papel feminista.

Me enfurecí, pagamos la cuenta y usando mi hasta ahora desconocido poder de persuasión, las convencí para que fuéramos al bar donde se encontraba aquel novio que era mitad diablo, mitad ingenuo.

Éramos tres contra el mundo, como antes, como siempre, a pesar de que la misión de esa noche no fuera la más peligrosa, ni la más digna. Mi pajarita, la sirena y yo recorrimos toda la calle Carranza a la velocidad de un Bugatti Veyron al que acaban de llenarle el tanque. Caminábamos, casi corríamos sin percatarnos de que en nuestra espalda descansaban ocho años de historia juntas. Los bares habían cambiado, la ciudad ya no era tan luminosa, nuestra capacidad para comprar y consumir alcohol era cada vez mayor, los dramas amorosos no eran tan intensos como antes. Sin embargo, esa noche, estábamos destinadas a aprender lo orgánico de las pasiones.

Yo era incapaz de traer al presente cualquier conocimiento que hubiera adquirido en la Universidad. Sin embargo, al entrar al tugurio comencé a buscar en mi memoria que es lo que provoca un terremoto, si la ciencia no existiera, podría jurar que la causa de todo sismo era él.

Dicen los expertos que la acumulación gradual de deformaciones elásticas en la tierra es el origen de todo terremoto, esos ligeros cambios en la estructura se producen a lo largo de miles de años, lo cual quiere decir que lo que hoy somos incapaces de sentir bajo nuestros pies, en un futuro puede colapsar todo lo que existe en la superficie.

Así era su espalda, una superficie que comenzaba a deformarse en espera de alguna otra dispuesta a sufrir cambios elásticos, mentales y emocionales.

Pasamos de largo, nuestra intención se iba debilitando entre las mesas, no nos dejaron pasar a la habitación donde se encontraba el motivo de que nuestra noche terminara allí, entre muebles tapizados a cuadros y recortes de artistas punk. Como no había mucho por hacer, la pajarita decidió sentarnos en una mesa repleta de gente para distraernos del plan, yo seguía conteniendo energía en mis puños para golpear la cara de su novio tan fuerte como me fuera posible.

Mi espalda comenzó a erizarse cuando alguien se acercó a mi oído:

–¿Vienes mucho por aquí? ¿Tienes novio? – dijo, planchando su sonrisa manchada de tanto fumar.

De fondo sonaba “Love will tear us apart” en una versión desconocida para mí.

–Sí. No. No sé. –Aquello comenzaba mal gracias a mi maravillosa habilidad de nunca estar segura de algo.

­–¿No sabes si vienes mucho? ¿No sabes si tienes novio? – Sonreía mientras encendía un cigarro.

Dejó de verme por un momento para interactuar con los hombres que estaban en la mesa. Hablaban de futbol, de poesía, de editoriales, de premios, hablaban de todo lo que yo añoraba y de lo cual no podía decir una palabra por mi falta de experiencia, hablaban y me hacía pequeña.

–¿Escribes? –Preguntó con tono de quien conoce a todas las mujeres entre los 15 y 30 años capaces de hacerlo.

–Intento ­–respondí, sin darme cuenta comencé a pasar los dedos de mi mano derecha por las cicatrices de mi muñeca izquierda.

Después de esa pregunta he intentado reconstruir toda la historia por medio de analepsis mal empleada. Posterior a un terremoto es difícil saber con qué ladrillo nuestros padres comenzaron a construir la casa que ahora se encuentra en ruinas. No sé si esa noche era la primera o si en otro punto de nuestras vidas nos habíamos encontrado, desconozco si nos embriagamos con alcohol o con los primeros poemas de Vilas que él me recitó, he olvidado como llegamos al estacionamiento del teatro de la ciudad.

Lo que tengo presente es que esa noche sucedió, no sólo por el olor de cigarro que encerraba mi coche y me penetraba las venas, sino por una multa que encontré en el asiento del copiloto al lado de una nota que decía:

“Volveremos a vernos, debo pagar tu multa y enseñarte a soplar a las pipetas de los alcoholímetros.”

Lo que sea que haya sucedido, era real y tenía un alto costo de por medio.

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