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Marx y Chéjov: trabajo y burguesía a finales del siglo XIX [II]

Eduardo Celaya Díaz

Marx y Chéjov: trabajo y burguesía a finales del siglo XIX [II]

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El ideal burgués a finales del siglo XIX

La burguesía a finales del siglo XIX -momento en que Chéjov la retrata en sus obras dramáticas- representaba un ideal a seguir, un modo de vida que se buscaba conseguir. Otro ejemplo que se puede mencionar es la obra Peer Gynt, de Henrik Ibsen, en la que un joven campesino es capaz de abandonar a su madre, vender esclavos, fingir ser quien no es o raptar a una novia con tal de logar este ideal.

Una de las características que hacían de este ideal algo buscado era la movilidad social. Ya que este estatus no dependía del nacimiento o la sangre, sino del poder adquisitivo y el éxito en los negocios, cualquiera podía aspirar a ser parte de la burguesía. Dice Eric Hobsbawm: “la movilidad social podía colocar a un gran número de personas en la situación, históricamente nueva, de desempeñar nuevos (y superiores) papeles sociales”.[1]

Cualquiera podía llegar a tener dinero, y con ello un estatus social superior, siempre y cuando estuviera dispuesto a orientar todas sus acciones a esta meta. Chéjov retrata, en la obra El jardín de los cerezos, a un comerciante que ha logrado sobreponerse a la tradición familiar y obtener un rango superior a sus antepasados, aunque carga en sus hombros la memoria de quién es, y de la estratificación social heredada del Medioevo: “Mi padre fue un mujik, es cierto, pero yo, ya ves, llevo chaleco blanco y zapatos de color […] Sí, soy rico; dinero, tengo mucho, pero si uno piensa y lo examina bien, el mujik, mujik se queda…”.[2]

El hogar era la quintaesencia del mundo burgués, un espacio en el que los miembros de esta clase social podían olvidar las contradicciones de la sociedad y en el que tenían la posibilidad de establecer su propio orden. En el hogar, los objetos eran más que simples útiles: eran símbolos de estatus y de los logros obtenidos, una forma de ostentar al mundo el poder económico logrado con el trabajo. La belleza era sinónimo de decoración. Otro símbolo que solía decorar las casas burguesas era el estudiante que trabajaba como tutor de los más jóvenes de la familia, otra forma de demostrar que podían gastar dinero en educación, y que podían mantener incluso a los hijos de la familia más tiempo que cualquier campesino u obrero. “El estudiante pobre o el joven artista, como tutor particular o invitado a la mesa los domingos, era una parte subalterna reconocida de la familia burguesa”.[3] Esta educación muchas veces se veía reflejado en conocimientos ociosos, como los idiomas o la interpretación en piano, instrumento musical por excelencia de la ostentación burguesa. Dice una de las tres hermanas de la obra de Chéjov: “Saber tres idiomas, en esta ciudad, constituye un lujo superfluo”.[4]

Sin embargo, el burgués de finales de siglo comenzaba a adquirir cada vez más un carácter ocioso, poco preocupado por el hacer dinero y propenso a gastarlo en su afán de demostrar su capacidad. La terrateniente de la historia escrita por Chéjov en El jardín de los cerezos es ejemplo de esta característica, pues aun cuando su esposo ha muerto, y los cerezos de su jardín ya no se venden como antes, se empeña en demostrar ante su familia y personas cercanas el gasto que puede hacer. Al relatar su viaje por París, su joven hija se queja de la actitud de su madre: “Nos sentábamos a comer en la cantina de una estación, y pedía lo más caro; además, a los camareros todo era darles propinas de rublo”.[5] Dice Hobsbawm, al analizar esta actitud: “la burguesía como clase halló enormes dificultades para combinar ganancias y gastos en una forma moralmente satisfactoria, y del mismo modo fracasó a la hora de resolver el equivalente problema material”.[6]

Parte de esta actitud ociosa era el desprecio por el trabajo, precisamente la característica que permitió a la burguesía el ascenso social, pero que en este período se relacionaba más con la labor manual y con la condición de campesinos u obreros. Había que evitar, a toda costa, que se confundiera la vida burguesa con la de las clases inferiores. En el drama Las tres hermanas, una de las tres hijas de un importante militar, ya fallecido, se casa con un joven maestro y se ve obligada a trabajar en el gimnasio para mantener su estilo de vida. Desde el inicio de la obra, se queja amargamente de verse obligada a tener que laborar, pues le causa malestares físicos: “Me parece que si me casara y me quedara todo el día en casa, aún estaría mejor”,[7] dice Olga a sus hermanas, al tiempo que expresa quejas sobre su esposo, a quien creía brillante, pero después le pareció un simplón. Más adelante en el texto, un noble que frecuenta la casa de las tres hermanas, y pretende en matrimonio a la menor, Irina, se expresa de forma directa sobre el trabajo: “Yo no he trabajado ni una sola vez en mi vida. Nací en Petersburgo, ciudad fría y ociosa. Mi familia no supo nunca lo que es trabajar y tener preocupaciones”.[8]

Las relaciones humanas en la dinámica burguesa eran también un reflejo de la ideología de clase. Uno de los hechos que más se debían demostrar era la capacidad de mando de otras personas, a quienes consideraban inferiores. La diferencia entre clases sociales debía ser demostrada cada día, a todas horas, ya que “sociológicamente, la diferencia entre la clase obrera y clase media era la existencia entre aquello que tenían criados y aquellos que lo eran potencialmente”.[9] Una verdadera señora burguesa era alguien que no trabajaba y que podía ordenar a otra persona que lo hiciese. La joven prometida del hermano de las tres hermanas de Chéjov, Natasha, una mujer que muchos consideran vulgar por su origen, pero que ostenta un gran poder económico al grado de convertirse en quien manda en la casa de la familia al casarse, recrimina a la anciana criada de la familia cuando se le permite sentarse tras una larga jornada de trabajo. Natasha se expresa abiertamente contra la criada, a quien considera inferior: “¡En mi presencia no te atrevas a permanecer sentada! ¡Levántate! ¡Fuera de aquí!!”.[10] Incluso las mismas hermanas son un ejemplo de esta necesidad de tener ayuda en el hogar burgués, cuando recuerdan los tiempos de bonanza en la familia y los comparan con su momento presente: “Después de la muerte de nuestro padre, por ejemplo, estuvimos mucho tiempo sin poder acostumbrarnos a no tener ordenanzas”.[11] (Chéjov, 84)

Sin embargo, existe una diferencia entre la actitud de Natasha y la de las tres hermanas respecto a la servidumbre, una diferencia que es evidencia del nuevo tipo de burgués que se enfrenta al viejo, el tipo nexo con la servidumbre. Mientras que para las familias acomodadas desde generaciones antes como las tres hermanas o la terrateniente de El jardín de los cerezos, el vínculo con la servidumbre no es monetario sino personal, parte de una dependencia total entre el criado y su señor; para Natasha, para la nueva burguesía, se trata de una relación puramente basada en el poder económico. De ahí la humillación que la joven mujer hace a la criada. Firs, el viejo criado de la casa de campo en El jardín de los cerezos recuerda con nostalgia el tiempo en que esta relación era personal y pasa toda la obra murmurando entre dientes, de tal manera que nadie logra oírle claramente, además de ser sordo, símbolo de la decadencia de esta servidumbre que es más parte de la familia y el hogar que un simple trabajador. Firs habla con tristeza de esta manera al referirse a la emancipación de los siervos, promulgada en Rusia en 1861:

Cuando se emancipó a los ciervos, yo ya era primera ayuda de cámara. Entonces no quise aquella emancipación, y me quedé en casa de los señores… […] Los mujiks estaban con los señores; los señores con los mujiks. Ahora, cada uno va por su lado, no comprendo nada.[12]

El plano económico era, por mucho, la quintaesencia burguesa en el capitalista. La forma de hacer dinero, de gastarlo, de demostrar esta superioridad material era la marca más importante que diferenciaba a la clase burguesa del resto de la población. La obtención de recursos, la acumulación de capital, se logró por medio de nuevos medios de obtener producción. Dice Hobsbawm que “aunque la propiedad de la tierra o con más frecuencia de los bienes raíces seguía siendo una importante fuente de ingresos burgueses especialmente para la burguesía de clase media y baja en las zonas menos industrializadas, ya estaba perdiendo algo de su importancia anterior”.[13] Chéjov lo ejemplifica por el hecho de la pérdida de ganancias producidas por el jardín de los cerezos y la necesidad de encontrar nuevos medios de generar riqueza, que es precisamente el conflicto del drama, ya que el comerciante se esfuerza en obtener de la terrateniente el permiso para derriban los cerezos y construir en la tierra del jardín casas de veraneo. Hacia el final de la obra, el comerciante adquiere toda la finca y lleva a cabo su proyecto, pero con toda la ganancia para el mismo, dejando en la ruina a la vieja familia burguesa.

Por otro lado, si respecto a las clases inferiores se demostraba la diferencia, con las clases superiores, la aristocracia, existía otra barrera que no se podía superar. La diferencia entre burguesía y aristocracia, su conciencia de clase, era que ningún burgués llegaría a ser aristócrata en Prusia o Rusia, por citar algunos territorios. Gran Bretaña es una excepción, pues muchos burgueses han logrado títulos nobiliarios a lo largo del tiempo. Dice Hobsbawm de la burguesía, que era un “grupo de personas con poder e influencia, independientes del poder y la influencia provenientes del nacimiento y del estatus tradicionales”.[14] Por esta razón, la búsqueda de alianzas matrimoniales con los nobles era frecuente en las clases burguesas, como el proyecto de matrimonio entre Irina y el noble en Las tres hermanas.

Por esta misma conciencia de clase, cuando un burgués se encontraba en necesidad, su única opción era recurrir a sus influencias personales, al círculo de amistades y relaciones familiares más cercano, de tal manera que no se conociera su situación desesperada. En El jardín de los cerezos, un anciano terrateniente recurre frecuentemente a la dueña del jardín en busca de préstamos: “Respetabilísima, présteme usted… doscientos cuarenta rublos… mañana he de pagar los intereses de la hipoteca…”.[15] Esta escena se repite a lo largo de los cuatro actos, sólo para ser testigos, casi al final del drama, que a quien debe es al mismo comerciante que frecuenta la casa familiar.

A fin de cuentas, todos estos medios y símbolos usados a lo largo del siglo XIX eran una forma de demostrar una diferencia y una superioridad respecto al resto de las clases sociales. “Ser burgués no sólo era ser superior, sino también demostrar cualidades morales equivalentes a las viejas cualidades puritanas”.[16] Eric Hobsbawm dice de la clase burguesa, y de su conciencia de clase: “en el siglo de la burguesía triunfante, los miembros de las exitosas clases medias se sentían seguros de su civilización, confiados y sin dificultades económicas”.[17]

C O N T I N U A R Á

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Eduardo Celaya Díaz
(Ciudad de México, 1984) es actor teatral, dramaturgo e historiador. Fundó el grupo de teatro independiente Un Perro Azul. Ha escrito varias piezas teatrales cortas, cuentos y ensayos históricos.

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[1] Eric Hobsbawm, La era del capital, 1848-1875, Buenos Aires, Crítica, 2010, p. 239.

[2] Op. Cit., Chéjov, p, 113.

[3] Op. Cit., Hobsbawm, La era del capital, p. 241.

[4] Op. Cit., Chéjov, p. 78.

[5] Ibid., p. 115.

[6] Op. Cit., Hobsbawm, La era del capital, p. 245.

[7] Op Cit., Chéjov, p. 72.

[8] Ibid., p. 73.

[9] Op. Cit., Hobsbawm, La era del capital, p. 247.

[10] Op. Cit., Chéjov, p. 93.

[11] Ibid., p. 84.

[12] Ibid., p. 127.

[13] Op. Cit., Hobsbawm, La era del capital, p. 251.

[14] Ibid., p. 253.

[15] Op. Cit., Chéjov, p. 120.

[16] Op. Cit., Hobsbawm, La era del capital, p. 254.

[17] Hobsbawm, Eric,  La era del imperio, 1875-1914, Buenos Aires, Crítica, 2009, p. 175.

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