Es lo Cotidiano

ESTUVE AHÍ [NOVELA POR ENTREGAS, II]

Lograr la “Contención de energías”

Giselle Ruiz

Lograr la “Contención de energías”

Me enseñó su estandarte 
y lo integré a mi paisaje
Fon Román

¿Dónde iba a encontrarlo? ¿A dónde tenía que acudir a pagar una multa? ¿Qué implicación civil tenía no pagarla? ¿Por qué no me dijo que su casa estaba a cuatro cuadras del lugar donde nos conocimos? De saberlo no se me hubiera ocurrido vagar por la ciudad, de saberlo habría llegado a casa tres horas antes, de saberlo no hubiera visto como sacaba la cabeza por la ventanilla del coche para arrojar el humo como si aquel espacio aún quedara limpio de nosotros y la energía que estaba por chocar.

Tras el encuentro de las placas tectónicas, existe un proceso de acomodo natural en el cual cada capa busca no interferir en el espacio de la otra. Sin embargo, el principio de la impenetrabilidad juega un papel importante, dictando de manera estricta que “dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo” y eso, aplica para todo y todos. Por tanto, llega un momento en el que se obstaculiza el desplazamiento y chocan con cierta fuerza entre sí, comenzando a acumularse una gran cantidad de energía que acaba liberándose súbitamente cuando se produce un movimiento brusco de las mismas.

Mi frente se encontraba recargada contra el azulejo de la regadera mientras intentaba recordar minuto a minuto lo que había sucedido. De camino a la oficina el dolor de cabeza se iba intensificando, como si mis neuronas se hubieran inflamado al punto de no caber en mi cráneo. Estando en el último semáforo antes de llegar a mi destino, opté por no darle más importancia a lo ocurrido, sabía que no volveríamos a encontrarnos a pesar de que la ciudad fuera tan pequeña y nuestros gustos decantaran la posibilidad de toparnos con frecuencia.

C’est la vie: personas llegan, permanecen por horas, te revuelven las ideas, dejan multas y se van.

Para el medio día el olor a alcohol que mi cuerpo despedía comenzaba a disminuir, así había sido mi vida desde febrero. Después de una calma de años, mis días se habían convertido en remolinos. Estoy segura de que si tuviera la capacidad de recolectar la materia que levantaba cada 24 horas tendría la arena suficiente para construir un palacio.

Mientras redactaba un informe y bebía el último trago de mi poción mágica a base de bicarbonato de sodio, recibí una llamada:

-¿Ahora resulta que no cumples deseos?- La pajarita sonaba tan molesta que su canto se convertía en graznido.

-¿De qué me hablas?- Realmente no comprendía lo que decía y mucho menos su tono.

-Estuve hablando con él, los infraccionaron, casi les quitan el coche- Podía darme cuenta de que hervía en preocupación combinada con hostilidad.

-Antes de hablar con él podrías hablar conmigo- Pensé que esa frase me salvaría.

-Ten cuidado, es magnífico pero problemático- Colgó el teléfono y pude intuir que su noche no había terminado mejor que la mía.

Sus palabras retumbaban en mi cabeza, el silencio era sofocado por el último CD de Honne, Repasé la lista de reproducción que estuvimos escuchando por la noche. Drexler, Mon Laferte, Nacho Vegas, Cristina Rosenvinge. Deslizaba el dedo por la pantalla y a cada momento confirmaba que estábamos fuera de control, la combinación musical era mala.

Recordé que había dicho que él sería un planetoide, yo aseguré que sería una estrella fugaz que no cumple deseos. Las lagunas mentales se convertían en charcos. Estuvimos hablando de Venetia Burney, nadie nunca al escuchar su nombre me había dicho que la conocía.

“Venetia fue quien le dio su nombre a Plutón cuando sólo era una niña” lo dijo abriendo mucho los ojos y subiendo sus lentes.

Peligroso, ese hombre era peligroso, como las tarjetas de crédito, como las papas fritas, como los autos que arrancan de cero a cien kilómetros por hora en menos de diez segundos, peligroso como dejar abierta cualquier sesión de correo electrónico, de redes sociales.

Un timbre, de más conocido por mi generación, me hizo volver de ese lugar al que se van los que, sin darse cuenta, escriben su autobiografía con nubes.

Fui a mi perfil y en la esquina superior derecha una silueta tenía por cabeza un círculo rojo, en el centro un “1” blanco, era él.

Permanecí largo rato viendo su fotografía, eran sólo sus manos, una moleskine negra, algunos libros sobre la mesa y un tarro de cerveza. ¿Debería aceptarlo o rechazar la solicitud? ¿Por cuánto tiempo puede dejarse todo suspendido?

Decidí dejarlo en espera por unas horas, salí a fumar como si la noche anterior no hubiera terminado con el poco aire que mis pulmones podían contener.

Había dejado el reproductor de audio correr, a mi compañera no le molestaba. Sonaba Rhye:

 

“Across your face 
You've got my heart faded triple time 
A dark rhythm beating just behind 
Exposed to sudden reroll 
Across your face 
Oh, your face”

Me había enamorado más que cualquiera, me habían roto el corazón y seguramente yo había dejado en el suelo más de uno.

Tiré la colilla, entré sin decir nada, acepté la solicitud.

Una ventana en la esquina inferior derecha parpadeaba con su nombre, la abrí con la emoción de quien sabe que se está metiendo en un lío.

-¿Quieres ir a la comida de los poetas?- No había saludos, parecía que habíamos permanecido juntos.

-¿Cuándo pagarás la multa?- Tiempo, siempre hacía tiempo respondiendo a las preguntas con preguntas.

-Pronto ¿irás o no?- Parecía evitar el tema de la noche anterior y querer jalar con mulas nuestro carro al futuro inmediato.

-No- Escribí sin pensar.

-Perfecto, entonces te veré pronto para arreglar lo de la multa e invitarte un café- Sé que sonreía de lado mientras escribía.

-¿Cuándo?-

-Hoy mismo, paso por ti a la puerta del bar- Algo me decía que nunca dudaba.

-5:00 pm en la puerta roja- Ya no era yo la que contestaba.

-Hasta pronto, espejito- La ventana no volvió a parpadear.

Tenía miedo, estaba llena de energía, sentía que me tambaleaba encima de un ladrillo.

C’est la vie: Personas llegan, cumplen su palabra, queda el recuerdo y todo vuelve a la normalidad.

Al menos, eso esperaba.

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