martes. 23.04.2024
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GUÍA DE LECTURA

‘Río Interior’ de José Antonio Banda

Jaime Panqueva

‘Río Interior’ de José Antonio Banda


Como si hubiera asistido a la ecografía de un bebé, tras su nacimiento, comentaré (y le recomendaré leer) Río interior (Atrasalante, 2016), el más reciente libro de José Antonio Banda, premiado en 2014 con el Nacional de Poesía Bartolomé Delgado. Mi situación privilegiada la debo a la amistad que me une con el poeta y a la posibilidad que tuve de leer su contenido a lo largo de los años que llevó su confección, a los comentarios y discusiones que vertimos en línea, en ocasiones, o frente a un café de olla, o un suculento menudo.

Lo haré muy brevemente porque el espacio aquí es breve, y tendré mejor ocasión para comentarlo en el Centro Regional de las Artes – CREA el próximo viernes, 10 de febrero, a las 7:00pm, cuando se hará la presentación oficial en Irapuato. Río interior es, a mi modo de ver, la sublimación de una poética y una mirada que se gesta en los dos poemarios previos de Banda, Cuaderno en ruinas (Plataforma, 2011) y Teoría de la desolación (Azafrán y Cinabrio, 2012); y a la vez un manifiesto íntimo que combina la propia visión de la poesía y la íntima relación del poeta con la vida. Para la muestra, dejo por aquí el texto que da nombre al poemario. Nos vemos el viernes en el CREA.

RÍO INTERIOR
Elegimos una mentira: que todo sea posible
Alejandro Palizada

 

En la ventana la ciudad dibuja sus arterias como un mapa habitado por la ruina: olas en fuga, perlas subvertidas, archipiélagos a la deriva del tiempo.

Elijo, sin embargo, las oraciones en piedra, el paraíso continental que persigo, que sueño, que descubro en la quemadura del silencio, palabra que franquea el paso de las horas, puño de luz que golpea y golpea nombrando verdades inminentes.

Elijo el paraíso continental duramente esperado en la boca ávida de lenguaje primordial, el centro del mundo, la revelación no prevista en una promesa de hace muchos años. (Dolor, los sauces mueren a la espera de los ríos, en la enunciación huérfana de la palabra redentora.)

Elijo la tierra de mi juventud desolada, el polvo constructor de ciudades por donde se entrevé el mundo, el olvido de pronombres que nos separan unos de otros, la luz bajo los puentes.

Elijo la posibilidad de una hora solidaria con nuestro solitario origen de ahogo y ceniza, nombre cuyo acento descansa en el rumor inabarcable de las olas, sílaba que desconoce toda diferencia.

Elijo el fondo de los ríos, el ojo que todo lo ve y golpea el interior de las campanas, el interior de sí mismo, la conciencia duramente esculpida bajo el yugo de un claustro ciego. (Nuestra vida: un corazón que late a la vera de las máscaras, orden fijado por la sangre, callado latir de la plegaria rota de nuestra rota historia.)

Elijo entender la hendidura de la noche, las cuatrocientas voces de los pájaros, el poema que echa raíces, crece y se expande, que alza los brazos y nos lanza fuera de nosotros hacia el complicado algoritmo de la sangre, hacia la hiriente elección de la sangre.

Elijo la mirada que anuncia al mundo verdadero.

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