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Corrección política y cine

Fernando Cuevas de la Garza

Corrección política y cine

El título de este artículo se refiere a un conjunto de premisas sustentadas en un pensamiento, lenguaje y comportamiento moral que suponen avances civilizatorios para bien de la convivencia social y la igualdad de oportunidades. Banderas imprescindibles como la tolerancia a quienes piensan diferente, la conciencia ecológica, la equidad de género, la búsqueda de la paz, la igualdad racial y la libertad religiosa, se han enarbolado con fuerza y justicia, haciendo de algunas sociedades ejemplos de ecosistemas sustentados en la ética, en las que se valora al individuo en cuanto tal, como parte de una colectividad en busca del bien común.

Por otro lado, en aras de mantener este enfoque de lo políticamente correcto se ha caído en ciertos excesos peligrosos que terminan por convertirse en la serpiente que se muerde la cola, favoreciendo un enfoque acrítico: una superioridad moral que apunta con múltiples dedos flamígeros a quien pueda pensar distinto en algún sentido, o bien los cuestionamientos a la libertad de expresión porque no se comulga con tal o cual idea. Los fundamentalismos que cancelan la posibilidad de debatir y argumentar, también se presentan en quienes ondean estos estandartes de corrección, sintiéndose con la autoridad para decir a los demás lo que deben o no hacer, juzgando la paja ajena sin ver la viga propia.

Así, de pronto ser políticamente incorrecto se puede ver como un halago, en tanto se cuestionan ciertos dogmas escasamente discutidos de los bienpensantes siempre pontificando, o como un insulto, en tanto se pretende anular de un plumazo (u orden ejecutiva) ciertos logros que como humanidad hemos alcanzado en términos de justicia social. Corren tiempos en los que este tipo de corrección política está sufriendo fuertes embates en Estados Unidos y a través de los discursos de ciertos grupos políticos en Europa, cada vez ganando más espacios entre los electorados.

La historia no es lineal y los planteamientos racistas, xenófobos, ignorantes y machistas nunca se fueron, y hoy están regresando a la luz con el permiso de quienes detentan el poder político: de un estado de latencia están cobrando peligrosa y envenenada vida. De ahí que parece no estar de más volver a insistir, aunque se peque de exageración o exceso de subrayado, sobre la importancia de promover ciertos valores fundamentales para la cohesión social, como lo hacen un par de películas impecablemente producidas, que recuperan sendos hechos reales desde la perspectiva, precisamente, de la corrección política.

Filmes que han sido señalados, por cierto, de ser excesivamente cuidadosos en su discurso para mandar un mensaje que pudiera verse como maniqueo y, por ende, poco creíble o demasiado didáctico. Los protagonistas se presentan como hombres y mujeres inmaculados que se ven envueltos en contextos adversos pero que paulatinamente van transformando el curso de los acontecimientos e incluso a quienes los rodean, en un inicio reacios o escépticos, y al final admirándolos y hasta sirviéndoles el café o hablándoles de usted (los excesos innecesarios que comentábamos).

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Mel Gibson es una figura ideológicamente polémica en el mundo del cine. Después de darse a conocer como eficaz y simpático actor de memorables cintas de acción, fue alternando su trayectoria tras la cámara, en cuyas películas presenta a hombres ejemplares dispuestos al sacrificio por mantener sus ideales y salvar a los demás, como el profesor Justin McLeod de El hombre sin rostro (1993); William Wallace de Corazón valiente (1995); Jesús de La pasión de Cristo (2004) y Jaguar Paw de Apocalypto (2006); de manera paralela, escenificó algún episodio en el que dejó ver su rechazo a los homosexuales y su animadversión por los judíos en una borrachera y posterior conflicto vial, ya sospechada desde el planteamiento y episodio elegido de la vida de Jesucristo.

Parece consecuencia lógica, considerando que su padre se fue de Estados Unidos a Australia para evitar que sus hijos participaran en la guerra de Vietnam, que su siguiente película fuera Hasta el último hombre (Hacksaw Ridge, Australia-EU, 2016), en la que recupera la vida de Desmond Doss, un soldado que por convicciones personales derivadas de una fuerte experiencia con sus padres, decidió nunca más empuñar un arma; cumpliendo con su deber, su participación en la II Guerra mundial, particularmente en la famosa y cruenta batalla de Okinawa, consistió en salvar a la mayor cantidad de combatientes sin disparar un solo tiro.

Notablemente interpretado por Andrew Garfield, Doss se convirtió en un héroe de alcance místico, cuya hazaña está poderosa filmada gracias a una intensa puesta en escena que no teme mostrar el horror de la lucha cuerpo a cuerpo, como rodada con las vísceras. Gibson vuelve a optar por la construcción de escenarios envolventes, que nos introduzcan en la acción y nos permitan palpar los padecimientos y angustias de los soldados peleando por un ideal difuso: se trata de un alegato a favor de la paz a partir de la recreación de un enfrentamiento al final dominado por las ratas, dándose un festín con los cadáveres. Así de absurda es la guerra.

Por su parte, Talentos ocultos (Hidden Figures, EU, 2016) narra el caso de tres mujeres afroamericanas que resultaron vitales para el avance de la NASA a principios de los sesenta, cuando la carrera con la Unión Soviética estaba en su apogeo. Padeciendo una doble discriminación, por sexo y raza, tuvieron que salir del sótano institucional a punta de enjundia, saber científico y capacidad adaptativa para insertarse en los proyectos cruciales que se desarrollaban en aquellos años, caracterizados por la segregación racial manifestada en baños, autobuses, restaurantes, miradas y silencios que se reproducían al interior de las organizaciones de manera alarmantemente normalizada.

Con atrayentes actuaciones de Taraji P. Henson, Octavia Spencer y Janelle Monáe, bien cobijadas por un reparto consistente, un guion fluido que va resolviendo los conflictos laborales y personales sin detenerse demasiado, score de pertinente negritud y apuntes contextuales mínimos aderezados con oportuna inserción de secuencias de archivo, suficientes para ubicarnos en el centro dramático de los acontecimientos, la cinta dirigida por Thoedore Melfi (Sn. Vincent, 2014) y basada en el libro de Margot Lee Shetterly, cumple con su cometido más en términos descriptivos que analíticos, si bien alcanzando momentos de genuina emotividad e intensidad argumental.

Quizá desde la perspectiva fílmica, el énfasis en la corrección política de este par de películas las limite en verosimilitud, profundidad y planteamiento de matices y dilemas morales, pero en vista del discurso retrógrada que predomina en el gobierno de Estados Unidos, no está de más recordar la importancia de las conquistas ganadas en materia de derechos humanos y en los procesos de paz a gran escala.

Paradójicamente, Hollywood se constituye como uno de los bastiones críticos del poder público, y un espacio para el disenso y el despertar de la conciencia. Quién lo fuera a decir.

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