martes. 23.04.2024
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El día decisivo en la vida de Santa Úrsula

Sergio Inestrosa

El día decisivo en la vida de Santa Úrsula


Ursula vivió atada a su silla de ruedas desde muy temprana edad. Apenas era una niña cuando el coche en que viajaba con toda su familia se estrelló contra un trailer antes de llegar a la ciudad de Querétaro cuando regresaban de la ciudad de México. De las cinco personas que viajaban en el coche, Ursula fue la única que sobrevivió al aparatoso accidente.

Después de varios meses de penosa y lenta recuperación en un hospital de la ciudad de México, se fue a vivir con los únicos parientes que tenía. Sus tíos la aceptaron con alegría y le procuraron la mejor vida posible, en un ambiente tranquilo a las afueras de San Miguel de Allende.

De pequeña, Ursula soportó con cierta ligereza, la que da la inocencia de los primeros años de vida, su desgracia. Pero conforme crecía y se convertía en mujer, su situación de paralítica atada, de por vida, a aquella silla de ruedas se le fue tornando verdaderamente insoportable. Y cada vez que veía, a través del balcón que daba a la calle, a una chica de su edad caminar alegremente, de la mano de su novio o peor aún, cuando sorprendía, a través de la ventana de su recámara las escapadas, a media tarde, hacia el viejo granero de su primo Marcelo con Felícitas, la criada de la casa, sentía una fuerte rabia que le hacía rechinar los dientes ante su mísera condición de tullida.

La última vez que fue al hospital infantil los doctores le habían revelado, de la mejor manera posible, una verdad que ella conocía desde que recobró el conocimiento después del accidente: su parálisis era para siempre. Al escuchar la sentencia, el diagnóstico lo llamaban los médicos, Ursula no derramó lágrima alguna, pero el coraje y la impotencia se le atragantaron irremediablemente en el gañote y allí se le incubó un desasosiego creciente. Le habría gustado tener el valor y la arrogancia de Frida Kalo, pero ella era apenas una niña y no tenía dotes artísticos y nadie en su familia formaba parte de la élite cultural del país.

A partir de ese instante se prometió buscar su propia forma de trascender, de salir adelante, de ser alguien y no quedarse a dar lástima por ser inválida. Después de mucho meditar, Ursula decidió que la religión era el espacio adecuado para su condición. Así fue como empezó a buscar, de un modo por demás desesperado, el consuelo de la religión católica. A partir de ese entonces, se la podía ver durante largas horas anclada a su silla rezando, un rosario tras otro, con las cuentas de vidrio entre sus delgadas y pálidas manos de niña; manos como de santa pues parecían hechas de porcelana.

A fuerza de lágrimas y súplicas logró que, el trece de mayo, sus tíos la llevaran al estadio Nou Camp de ciudad de León para participar del rosario rezado por el mismísimo Nuncio Apostólico; de quien ya se rumoraba dejaría el país, pues como diplomático tenía más metidas de pata que aciertos y sobre todo después de que se le acusara de haberse reunido con un grupo de bandidos que estaban relacionados con la muerte del Cardenal de Guadalajara. Sin embargo, en los libros de historia el nuncio figuraría como el mediador fundamental en el restablecimiento de las relaciones entre el Vaticano y el gobierno mexicano.

Quizá de tanto rezar, de tanto pedirle a Dios fuerzas para soportar su situación, Ursula comenzó a soñar con que era llevada por dos ángeles al paraíso. Se veía a sí misma transportada desde su silla de ruedas hasta una de las varias antesalas del cielo, donde era auxiliada por muchos ángeles que, ordenadamente, se turnaban para ayudarla en su trabajo por alcanzar su propio lugar en el cielo. Apoyándose en la fuerza de aquel mar de alas blancas que se agitaban rompiendo la fuerza del viento Ursula aprendía, pacientemente, a volar por sí misma. Una mañana, después del baño, se dio cuenta que en sus omóplatos comenzaban a dibujarse  un par de alas muy prometedoras que la llevarían, por fin, ante el supremo juez para rendir cuentas acerca de su corta vida.

En esos momentos de plenitud, de vacío absoluto, cada vez más constantes, Ursula escuchaba embelesada la dulce voz de los ángeles que mientras la transportaban hacia el lugar que le correspondía, le contaban que Dios la había escogido para que fuera ella la nueva Reina del cielo; la Virgen de la Nueva Alianza, el primer gesto divino del nuevo milenio. Ella sería la enviada especial, el punto de quiebra de la nueva era que estaba por comenzar. A quienes ella admitiera serían salvados, a quienes rechazara serían condenados al fuego eterno.

El mismísimo Angel de la Anunciación le contó que ante el fracaso de su último enviado varón, Dios pensó esta vez, mucho más en sintonía con los tiempos y haciendo uso de un sentido mucho más práctico, en el envío de una mujer para intentar redimir al mundo de sus muchos pecados y de sus múltiples desgracias.

Una mujer-diosa destinada a recomenzar, una vez más, la historia de la humanidad. Ella sabía que sería una sola oportunidad y que en caso de fracasar todo habría terminado para todos; en ese caso sí que sería el fin del mundo que en nada se parecía al anunciado, por tantos grupos religiosos, especialmente en estos días de fines de siglo.

De ella, pues dependía todo, no podía darse el lujo de fracasar. La tercera es la vencida, dijo refiriéndose al tercer milenio que estaba comenzando.

Una nueva era regida por la inteligencia femenina. Gracias a ella, a su intervención en la historia, por fin las mujeres tendrían el poder y la responsabilidad de decidir cómo conducir las riendas del mundo. Si Frida se pintó sola, ella salvaría a todos, incluso a la misma Frida. Ella era Faetón convertida en Mujer, Aristóteles en su versión femenina, Santa Agustina, Santa Tomasa, Leonarda Da Vinci, Alberta Einstein, Martina Luther King. Ella era la novísima Eva sobre la que se iba a fundar esta nueva generación de mujeres y hombres libres.

Una Eva sin pecado; pues cómo podría pecar una paralítica, ni modo que en la silla de ruedas se la trincara su primo Marcelo, por más que ella lo deseara.

Ella, la del tierno corazón, no sería vengativa con los hombres y se proponía gobernar con humildad, con amor y siempre predicaría la necesidad de que la mujer siguiera siendo madre abnegada, esposa fiel, sin ser mensa, sin ser esclava de los caprichos de los hombres, de los berrinches de los hijos, escuincles babosos ni del machismo de los padres. Ella sería la trabajadora modelo, la sacerdotisa ejemplar, nada de manoseos a los niños indefensos, sería una político ejemplar, sin hacer chanchullos, ni tranzas en lo oscurito ni que fuera el pinche de Salinas de Gortari. Esta era su promesa y su compromiso militante ante los miembros de la corte celestial que tanto la habían ayudado a escalar hasta este lugar de privilegio y poder, un poder entendido más como servicio y no como oportunidad de enriquecimiento.

Úrsula mostraba ante Dios su disponibilidad para que de su vientre saliera la nueva generación como una parvada de palomas mensajeras de todos los colores, nada de racismo, nada de supremacía del color blanco, todos coludos o todos rabones. Ella sería virgen y madre llena de gracia y plena de poderes sobre esta nueva y última generación. Ella sería así, el vehículo de la salvación divina y esta vez, por fin, eterna pues ni la historia de la humanidad ni el planeta mismo admitirían más errores por parte de la divinidad.

Mientras esto ocurría con su vida interior, sus tíos habían comenzado a preocuparse en serio por ella. Ese ensimismamiento no era normal, pensaban ambos. Úrsula los tenía realmente angustiados, pues veían que la joven había dejado de hacer las cosas que de ordinario hacía, pese a su invalidez, para concentrarse de lleno en su hermetismo religioso y su afán salvífico. Encerrada en su recámara ya sólo escuchaba música religiosa, las más de las veces cánticos gregorianos y muy rara vez se quedaba en la sala para acompañarlos después de la merienda o los acompañaba sólo para ver la televisión cuando aparecía su programa Camino al cielo. Ni siquiera el cultivo de plantas ornamentales o la crianza de conejos de Chinchilla la entusiasmaban como antaño. Después de platicarlo con algunos amigos decidieron que nada se perdía con hacer el intento de llevarla a un hospital de Houston, para que Úrsula fuera atendida allá por médicos mucho más competentes y en un hospital mejor equipado. Si allá les confirmaban el veredicto de la irreversibilidad de la parálisis de su sobrina, no quedaría más remedio que resignarse ante la voluntad de Dios.

Así una noche, a la hora de la cena Úrsula supo que irían a los Estados Unidos para que la vieran los mejores médicos de ese país. Sus tíos confiaban en que, con los adelantos tecnológicos de los hospitales del vecino del norte, el mal de su única sobrina podría, revertirse. Ante la inminente partida Úrsula sonrió con desgano, pero a la vez con dulzura; no quería desilusionar a sus tíos, ni parecer impertinente, aunque en el fondo de su corazón sabía que su mal no tenía remedio y no habría alma humana que pudiera librarla de aquella esclavitud; sólo Dios podría salvarla, sólo en él, en su divina voluntad, confiaba.

Pero además, y en honor de la verdad, a ella ya no le importaba ser inválida, pues sabía que estaba siendo preparada para llegar a ser la Reina del Cielo, Virgen redentora de la nueva humanidad y de la tierra prometida, de la cual manaría, por fin, leche y miel. Ella sería la nueva Eva, la madre de todos los hombres; ella era ya la garantía de la nueva alianza, el sello de la unión entre el cielo y la tierra en esta nueva oportunidad para todos aquellos que se atrevieran a creer de verdad, más allá de los intereses económicos, políticos o religiosos. Creer más allá de todo protagonismo mundano, ese era el reto de los cristianos o mejor dicho de los ursulinos. Ella era la esperanza, el Tao que conduce a la salvación, al nuevo estado mental, al nirvana, a la anulación del dolor, del sufrimiento personal, y tal vez a la superación egoísta del yo.

Sin lugar a dudas, en las actuales condiciones de aleccionamiento para la santidad y para su reinado universal, la única actividad que la ligaba con su pasado terrenal era el seguir espiando a su primo Marcelo, quien por las tardes volvía, una y otra vez, a refugiarse con Felicitas en la profundidad oscura y gozosa del viejo granero. Pero Úrsula sabía que ahora había una diferencia en su actividad voyeurista. Ya no lo hacía por curiosidad, celos o para torturarse por su mísera condición de inválida. No, ahora lo hacía para tener razones contundentes y claras para rezar por él; pero también y, quizá, más por ella para que dejara de ser instrumento del pecado; para que Dios la librara de su liviandad.

"Ojalá y Dios transforme sus corazones y se den cuenta del pecado en que viven y puedan alcanzar la felicidad" oró, la última tarde que los vio furtivamente entrar en aquel diabólico escondite antes de que salieran a la ciudad de México desde donde volarían hacia Houston, en busca de una sanidad irremediablemente perdida; pero al hacerlo sintió que estaba siendo hipócrita. En momentos como estos advertía la presencia del maligno, de su cola serpentina que trataba de hacerla caer en tentación para alejarla de su misión divina. Estos actos de espionaje eran una secuela de su antigua condición de mujer de este mundo, pensó santiguándose y pidiendo perdón a Dios por ese desliz y prometiéndose a sí misma ser más fuerte y dejar de espiar a Marcelo.

Una semana demoraron en la ciudad de México mientras daban cumplimiento a los trámites y preparativos hasta que pudieron conseguir la admisión en un buen hospital de Houston. Antes de partir fueron a la Villita, a solicitud de su misma tía que quería encomendarle el viaje a la virgen de Guadalupe; mientras rezaban, ella pensaba en otro templo, en el que nunca había estado pero sabía bello, el de la milagrosa virgen de San Juan.

Al llegar a Houston fue internada de inmediato en el Saint Joseph Hospital. Para Úrsula el nombre mismo del hospital era un claro signo de la voluntad divina manifestada de diversas maneras. Después de una semana de análisis, pruebas y estudios los médicos confirmaron el diagnóstico de sus colegas mexicanos. Para Úrsula aquella noticia no fue una desgracia sino más bien una bendición, el modo de operar de la voluntad divina. La condición de posibilidad, los renglones torcidos con los que Dios escribía la nueva historia de la humanidad. Una humanidad limpia, creyente, humilde y fiel. De manera que, ante las palabras del doctor Taylor ni siquiera se inmutó, pues desde el fondo de su corazón ella seguía trabajando para llegar a ser santa y madre, principio y fin, el Alfa y el Omega de la nueva humanidad, que comenzaría una vez que ella alcanzara la perfección para que la entrenan los ángeles celestiales.

Durante los días en que permaneció internada en el hospital, trabó amistad con la mujer que fue su enfermera de cabecera y que también se llamaba Úrsula, una nueva manifestación del azar divino, y se apellidaba Queen. La pequeña Úrsula interpretó esta presencia como un segundo indicio de que esos tiempos eran ya sus propios tiempos, los que los ángeles le habían anunciado reiteradamente durante sus instructivos sueños.

La enfermera Queen era una mujer de raza negra, rechoncha de cuerpo y en plena edad otoñal. Quizá lo que más llamaba la atención en aquella mujer era el rostro resignado, casi sereno, frente al sufrimiento propio y al ajeno. Úrsula Queen era lo que se dice una mujer fea, incluso tenía una barba rala de pelos hirsutos que hacían temer que en su organismo había una carga mayor de hormonas masculinas. Sin embargo, la suavidad de su trato transmitía una seguridad y una paz que a leguas ella no podía gozar.

Una de aquellas tardes, la enfermera Queen le confió a su tocaya que ella ya estaba en paz con Dios pues había descubierto, tarde es cierto, la verdadera fe y la verdadera iglesia de nuestro salvador Jesucristo. Ella, dijo, era miembro activo de la iglesia de los Santos de los Últimos días. También le confió que en su iglesia no se admitían presagios astronómicos, ni viajes espaciales y estaba prohibida la numerología; tampoco se podía participar de rituales macabros o suicidios colectivos, pues para ellos la verdad bíblica era muy simple: Dios, nuestro señor, nos llama a ser salvos a través de su palabra y de su iglesia.

Se comprenderá fácilmente porque Úrsula estaba encantada con la señora Queen, aunque no fuera católica, y hasta se puede decir que fue feliz durante el corto tiempo que estuvo compartiendo con ella en aquel cuarto del séptimo piso del hospital Saint Joseph, desde donde se contemplaba a lo lejos el azul turbio del Golfo de México. Tanto la llegó a estimar que una noche Úrsula le contó su gran secreto; le explicó los detalles acerca de la misión para la que Dios la estaba preparando y hasta llegó a enseñarle el lugar en donde le habían comenzado a nacer sus propias alas blancas con las que podría volar derecho al paraíso. Aquellas alas que apenas comenzaban a notarse, ya no eran prestadas, eran propias, eran sus propias alas, alas de verdad. Ya pronto podría partir hacia el nuevo Edén y comenzar su misión redentora de la humanidad entera. Pronto ella sería virgen y madre, a la vez.

Al noveno día de su internamiento en el hospital, cuando ya incluso sus tíos hacían los arreglos para volver a México, Úrsula soñó que el mismo Arcángel Gabriel le decía que ya se podían tocar sus alas lanceoladas, casi tan blancas como el resplandor mismo de Dios. En el sueño él, el enviado divino, le prometía que al llegar al cielo se le ceñiría la diadema de la victoria en la frente, la cual la convertía en la esposa de Dios. Virgen Reina y Madre de la nueva humanidad que de la vieja ni para que ocuparse si ya estaba perdida por sus pecados, por su soberbia, por su lascivia.

Al despertar sintió cómo sus alas habían cobrado fuerza y realidad suficientes para emprender el viaje definitivo. En el centro de su habitación hizo algunos movimientos tratando de poner a prueba aquellos instrumentos de vuelo. A cada instante se empeñaba en recordar las lecciones dictadas por los ángeles, durante el sueño, pues sabía que no se trataba de ser imprudente en estos momentos de tanta felicidad. Ante la supervisión de la enfermera Queen y después de varios intentos comprobó con alegría que estaba lista para emprender el viaje hacia la eternidad. Era cuestión de llegar a la ventana y darse un ligero impulso que la sacara de la silla de ruedas y echarse a volar, escapar hacia el lugar que le estaba reservado para la Mayor Gloria de Dios y de la humanidad entera. Quizá la misma Úrsula Queen podría ser instrumento menor de la salvación si la ayudaba a dejar la silla y la lanzaba por la ventana.

Mientras caía del séptimo piso del hospital, Úrsula sintió cómo las alas empezaban a cobrar consistencia y a funcionar con la debida fuerza. Al principio parecía que Dios fallaría una vez más, que la abandonaría como a aquel hijo suyo que dejó abandonado en la cruz cuando más lo necesitaba, pero después de un rato se operó el milagro: Ella, Úrsula, la tullida mexicana se sostenía en el aire, con solo desearlo y podía realizar todo tipo de acrobacias, era la dueña del viento, del aire, del cielo entero. Estaba lista para emprender el vuelo, era cosa de tener fe y de hacer un esfuerzo que le permitiera recuperar altura para elevarse, sobre la ciudad para ir hacia Dios.

"Pese a su parálisis y a lo atrofiado de su sexo incapaz de servir para la simple tarea de la reproducción, sus alas eran fuertes, no como las de las mariposas que se rompían con gran facilidad al estrellarse contra el parabrisas de los coches", pensó con petulancia, pero de inmediato se arrepintió de su pecado, de su soberbia, de sentirse diferente por ser la elegida del señor. Pidió, una vez más, perdón.

Animada por la fe ciega de que en adelante ella ya no sería simplemente Úrsula, sino Santa Úrsula, patrona de los tullidos y lisiados y de todos los hombres y mujeres para la perpetuidad del mundo, aleteó con renovado espíritu. A su derecha contempló las aguas turbias de la bahía y la alcanzó un olor a podrido, a refinería se acordó de cuando una vez pasó por Salamanca rumbo a Guadalajara. Un viento salobre, como una ola del mar le pegó en plena cara, sobrevoló los edificios de la ciudad. Desde la altura distinguió el rostro negro y barbado de su tocaya que seguía, incrédula, parada frente a la ventana del séptimo piso del hospital.

Ahora sí, que duda cabía, ella se sentía, se sabía la elegida; si por un momento cupo la duda en su corazón ya no había lugar para el temor, para la desconfianza. Ella, la que había sufrido en carne propia el dolor de la postración y la tentación de la poca fe mientras estuvo en su vida terrena pegada en aquella silla de ruedas, que se había quedado en uno de los cuartos del séptimo piso de aquel Hospital tan moderno, en el corazón mismo de la ciudad de Houston, ahora volaba rumbo al cielo a reunirse con el padre y toda su corte celestial.

Justamente ella quien ahora bajaba (¿o subía?) al mismísimo paraíso (de donde alguna vez nació la vida y también creció el pecado) para recomenzar una nueva generación de mujeres y hombres nuevos. Ella, la santa llamada a inaugurar una nueva generación; la generación de la nueva oportunidad, por obra y gracia de la inmensa misericordia divina. Ella, la joven Úrsula, la tullida, la huérfana, la que con sus propias alas blancas cansadas y estropeadas por la fuerza del viento, ella que venía de lejos, de un país lleno de pobres; de historia, de sufrimientos y traiciones. Su país, era colorido, alegre y sufrido, a la vez que un país fiel y creyente. Ella había surgido de un devoto a las divinidades femeninas la Cuatlicue, la Guadalupe-Tonatzin; su México lindo y querido si muero lejos de ti, que digan que estoy...

Un país tan tercamente mariano, tan lleno de instituciones: el Papa, el PRI, el Compadrazgo, el fin de semana hecho para chupar con los cuates. Desde este lugar venía ella para tomar posesión, por derecho y gracia divinas y ser así la nueva Virgen Santa y Madre (como todas las que le antecedieron en la tarea de sacar adelante el plan de salvación divina), la Virgen del perdón y de la nueva esperanza. La Virgen de los pobres, de los desvalidos, de los despreciados por su situación de marginalidad, de pobreza.

Virgen de los pobres y lisiados, Ruega por nosotros. Virgen de los híbridos, de los accidentados en las carreteras, de los menesterosos, de los inmigrantes que no logran pasar la frontera para acariciar el sueño americano, Ruega por nosotros; virgen de los homosexuales, de las putas, de los ladrones, de los fayuqueros, de los ni-nis,  de los policías mordelones, de los curas centaveros, de los patrones explotadores… Ruega por nosotros. Virgen de todos los pecadores, virgen guía de las mujeres, durante tanto tiempo explotadas, relegadas, humilladas, para que gobiernen públicamente, sin miedos; virgen del tercer milenio, Ruega por nosotros.

Virgen... madre... Virgen niña... Virgen huérfana, sin mácula, sin pecado no por falta de ganas… llena de gracia... sin alas estás y aunque pienses que vas bien, no vas... Virgen sin más, con la desesperanza de todos a cuestas, con la ilusión de esa promesa soñada, intuida, con el deseo de inaugurar una nueva humanidad; la última de ellas, por cierto. Así es como caes desde la ventana del más moderno hospital en Houston... Virg...

en...

end.