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Arrinconados a la luz de la luna

Fernando Cuevas

Arrinconados a la luz de la luna

De los suburbios pobres de Miami al Hiroshima y alrededores en tiempos de guerra, dos personajes se desarrollan vitalmente de la infancia a la juventud en contextos complejos, buscando entenderse a sí mismos y en simultáneo alcanzar a comprender el hostil mundo que los rodea, atravesados por emociones contradictorias y rodeados de seres cercanos que van y vienen, como referentes que se esfuman o que permanecen de manera conflictiva.

La tristeza es azul bajo la luna

Dirigida y escrita con sensibilidad contextual por Barry Jenkins (Medicina para la melancolía, 2008), retomando la historia de Tarell Alvey McCraney, Luz de luna (Moonlight, EU, 2016) es un retrato cercano y certero del afroamericano de pocas palabras Chiron, desde que era niño sin tener un lugar seguro a dónde ir (Alex R. Hibbert) hasta su joven adultez, ya dedicado al control de narcotraficantes de banqueta en Atlanta con todo y dientes de oro (Trevante Rhodes), pasando por la adolescencia (Ashton Sanders), incluyendo el despertar de la identidad sexual, así como el enfrentamiento directo con sus problemas, en lugar de ocultarse o evadirse.

Con una fotografía flotante de James Laxton, que pareciera emular la sensación de extravío del protagonista, de pronto posándose en el rostro de algún personaje para continuar con sus desplazamientos, ya sean circulares –según el momento del relato- o a la espalda de esas caminatas transitorias, se retrata el proceso de crecimiento de un niño que se siente diferente sin saber bien a bien por qué, de un adolescente acosado en la escuela y abandonado en su casa y de un joven asumiendo una identidad que tampoco tiene del todo clara, pero que parece responder a una especie de destino manifiesto sin alternativa de transformación, marcadamente reproductiva.

Estructurado explícitamente a partir de tres episodios titulados según se identificaba al protagonista (I. Little, II. Chiron, III. Black), el relato encuentra cohesión justamente en las distintas etapas de crecimiento y en las creíbles transformaciones que va experimentando este joven del emancipador baile en círculos, del vivificador baño en la tina enjabonada o en el mar cual bautismo tardío, del puño apretado en la arena durante la experiencia homosexual, del reflejo en el espejo con la nariz reventada o de la conducción de un costoso coche cual coraza para la inseguridad.

Con inserciones en forma de recuerdos o sueños, incluyendo imágenes silenciadas después presentadas con sonido, y encuadres que se quedan en la memoria (la mamá gritando en la puerta o el eterno amigo fumando afuera del restaurante), se va configurando la personalidad del joven sobre un score de emotivas cuerdas y piano de Nicholas Brittell, entre preguntas acerca de quiénes somos y ubicarnos en medio del mundo, o sea, en ninguna parte o en el punto exacto para la deriva emocional. Los tonos azules de evidente presencia a lo largo del relato, permiten la intromisión de breves momentos iluminadores salpicados de verdes o rosas, contrapunteando vivencias presentes y capítulos pasados.

Chiron también está definido a través de sus relaciones afectivas, entre la búsqueda del reconocimiento paternal o el sentimiento romántico y el encuentro con la decepción, como si de un proceso de aprendizaje se tratara: con su madre drogadicta, imposibilitada para procurarlo a pesar del cariño (Naomie Harris, doblegada); con el dealer Juan (Mahershala Ali, cariñoso y confesional) y su novia (Janelle Monaé, paciente ante el silencio), no obstante la revelación de la actividad de la que obtienen sus ingresos y que afecta directamente a su mamá, y con su amigo y sujeto amoroso Kevin (Jeden Piner / Jharrel Jerome /André Holland), entre abrazos eróticos y compensatorios, puñetazo de por medio. La luz de la luna irradia azul tristeza.

La guerra bajo el sol naciente

Basada en el manga de Fumiyo Kōno y dirigida por Sunao Katabuchi (Princess Arete, 2001; Mai Mai Miracle, 2009) en la línea temática y temporal de cintas como Hiroshima (Masaki, 1983), La tumba de las luciérnagas (Takahata, 1988) y Se levanta el viento (Miyazaki, 2013), En este rincón del mundo (Japón, 2015) sigue a una niña que gusta de dibujar en compañía de su hermana pequeña, hasta que al cumplir los 18 años se muda de su natal Hiroshima a un puerto cercano para casarse con un joven tras un acuerdo entre sus familias. Ahí vivirán, junto con otros familiares y allegados, los horrores de los bombardeos e intentarán mantenerse en pie no de lucha, sino de paz.

Con una animación de reconocible estilo que inserta variantes entresacadas de los propios dibujos realizados por la protagonista, incluyendo notables paisajes naturales y desastres urbanos, y un score emotivo, asistimos a una puesta en escena que combina con paciencia secuencias costumbristas y de angustia, sobre todo cuando los pobladores buscan ponerse a salvo ante los ataques que vienen del cielo. Los reencuentros y las despedidas, los conflictos y las reconciliaciones y, sobre todo, la sensación permanente de pérdida,  permean esta sensible y estimable cinta que regresa sobre un tema que no puede ser olvidado, y menos ahora, dados los tiempos que corren.

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