sábado. 20.04.2024
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Noche de ummagumma

Evelyn Guftal

Noche de ummagumma

Entré de puntitas al bar, para no molestar a uno de los meseros que estaba trapeándolo. Caminé por esa tripa oscura de paredes descarapeladas, llenas de héroes del rock y cosas por el estilo. Al llegar a la barra me encontré con un desconocido. No sé por qué, pero me senté a su lado, lo observé y me hizo una pregunta: «¿Qué haces?». Yo no sabía qué responder. No suelo responder a desconocidos. Pero, por alguna razón divina, de mis labios pintados de un rojo cereza salió la respuesta: «Estudio Letras Hispánicas». Él me miró y cerró los ojos mientras aspiraba mi aroma, después comenzó a reírse mencionando entre risa y risa: «Pues hueles muy bien para estudiar Letras, me han dicho que los letreros huelen horrible».  Me hizo pensar en no volver a usar ese suave perfume que me encanta, para encajar con el perfil de los míos.

Después de su cumplido quedé un poco contrariada. No sabía qué hacía en aquel lugar, pero lo disfrutaba. Disfrutaba estar frente a J. Yo para él era D. Comparando nuestros nombres, me gustaba más el mío. J. me preguntó si podía leerme un poema erótico y me dijo con voz seria: «No eres muy escamada, ¿verdad?». Ni siquiera me di el tiempo de pensar en la respuesta, cuando de mí brotó la palabra «no». Me respondió un «Bueno» y abrió un libro de Vicente Aleixandre para comenzar a leer aquellos versos desconocidos:

«He aquí los senos, el vientre, su redondo muslo, su acabado pie // y arriba los hombros, el cuello de suave pluma reciente // la mejilla no quemada, no ardida, cándida en su rosa nacido // y la frente donde habita el pensamiento diario de nuestro amor, que allí lúcida // vela ///»

El poema provocaba orgasmos en los oídos. Era delicioso y combinado con la voz de J. causaba algo extraño dentro de mí, una serie de escalofríos fugaces. Entre cervezas oscuras y versos fuimos conociéndonos.

J. tenía una habilidad extraña, podía mantener siete conversaciones al mismo tiempo. Era algo confuso y maravilloso. No sé cómo logró sacar en la conversación el imaginar el cuerpo desnudo del otro. De repente, detenía la charla para hablar de la banda que sonaba y después, porque le pegaba la gana, me hablaba de sus malos hábitos. Yo estaba hecha un nudo de dudas y contradicciones.

J., según sus anécdotas, era un extraño, pero no de los comunes. Él era especia: un bohemio, un adicto al tabaco, a las mujeres, y, claro, a la pluma y al papel. Como sea, yo seguía anonadada escuchando sus historias. Me era irresistible dejar de escucharlo.

Pasamos un buen rato en silencio, solamente nos observábamos. Sus cuarenta y siete años me estaban seduciendo, cuando de repente abrió la boca y me preguntó con su raro acento: «¿Por qué no quedamos tú y yo? ¿Haríamos buena pareja?». Lo único que hice fue reír. Respondí con un «no sé» a su petición (aunque en mi mente estaba sumando su edad y la mía, cuarenta y siete más veintiocho, daban un total de sesenta y ocho; justo el año en que mi madre nació, eso era un presagio). J. me dijo que, si no sabía la respuesta, él me enseñaba, que eso no era lo importante: «Ve al grano y dame algo en concreto, un ¡SÍ! o un ¡NO!», así que le solté un «No» a secas. Le cayó de peso pues dejó de hablar por un momento, después cambió la conversación fingiendo que no pasaba nada, creo que era su costumbre, fingir que no pasaba nada, para no tener que hacer nada.

Se hacían las tres am y yo debía marcharme de aquel bar. Lo miré de reojo y le dije: «hoy aprendí gracias a ti tres cosas, la primera es que uno nunca sabe lo que le espera cuando entra a uno de estos lugares  de tan poca luz (la oscuridad en fusión con el alcohol hacen que todo se vea más bello); lo segundo, es que la poesía, como  White Rabbit de Jefferson Airplane, es un viaje alucinógeno, un paraíso perdido;  y por último, que quizá lo que deseo es estar en tu lugar, vagar por el mundo como lo haces tú, sin  trabajo, dejando que me abracen aquellas lejanas tierras como te abrazaron. Respirar humo de tabaco en la mañana, en la tarde y por la noche chupar amor de jóvenes rosas». Apenas terminé de decírselo cuando tomó mis manos y dijo que ya no olía tan bien. Besó mi frente y se fue. Pensé que me había dejado sola.

Me equivocaba.  Me dejó con la cuenta y una nota que decía «la buena poesía cuesta, J.».

***
Evelyn Guftal es Evelyn Falcón Gutiérrez (Aguascalientes, 1996). Estudia la licenciatura en Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Ha asistido a talleres de creación literaria pertenecientes a la Casa de la Cultura de esa ciudad y también asistió a cursos de Apreciación del Arte impartidos en la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Sus autores favoritos son Guy de Maupassant y J. D. Salinger. Es cuentista. Disfruta la fotografía y cualquier tipo de arte.

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