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Bataille: del placer de ver y morir

Citlalli Luna

Bataille: del placer de ver y morir


El deseo de libertad conduce a la destrucción y autodestrucción, que la violencia es ingrediente del sexo y viceversa y que la esperma tarde o temprano se torna sangre.
Mario Vargas Llosa

Abordar a Georges Bataille (1897-1962) es, sin duda, obtener un estremecimiento, tanto de pensamiento como de impulsos sexuales. Pensador, ensayista y escritor francés con una obra extensa, influido por Sade, Hegel, Nietzsche, Marx, entre otros, su obra abarca lo mismo ensayos de economía y erotismo que novelas. De su vida se conoce poco y algunos de sus libros aparecieron bajo los pseudónimos de Pierre Angélique, LorAuch y Louis Trent.

1. Del erotismo, el trabajo y la muerte

 

No hay mejor medio para familiarizarse con la muerte que aliarla a una idea libertina.

Marqués de Sade[1]

Todos somos seres sexuales, la existencia del erotismo radica en la práctica sexual con el placer como único fin, la reproducción no es estrictamente necesaria. En Las lágrimas de Eros y El erotismo, Bataille nos cuenta cómo estamos conscientes de la muerte desde la prehistoria, incluso la conocemos antes que la sexualidad, cuyas primeras imágenes con el miembro erecto datan del paleolítico.[2] Antes de eso, el hombre ya enterraba a sus muertos, sentía ante ese ser que había convivido antaño con él y que ahora ya no tenía aliento, un cierto medio, curiosidad, respeto; sin embargo, al ver que, pasado el tiempo, aquel cuerpo comenzaba a ser consumido por los gusanos, se atemorizaba terriblemente, había que sepultar al mal, a lo contagioso.

“El objeto de lo “diabólico”, al cual el cristianismo otorgó (…) el sentido de la angustia, es (…) contemporáneo de los hombres más antiguos, (…) existió ya, desde el instante en que los hombres —o al menos los antepasados de su especie— reconocieron que eran mortales y vivieron a la espera, en la angustia de la muerte”.[3] Así pues, el hombre ha estado consciente de que esta vida es efímera, el miedo y el respeto ante la muerte dan “vida” al erotismo; es éste el que desborda vida, excitación sexual, voluptuosidad, corrupción que tarde o temprano se convierte en muerte.

¿Por qué está prohibido matar? “Lo que en el mundo del trabajo excluye por medio de las prohibiciones es la violencia (…) y ésta es a la vez la violencia de la reproducción sexual y la de la muerte”.[4] El hombre con el trabajo se “aparta” de la violencia, debido a la conciencia de muerte, sabe que ése es su destino. La violencia que la muerte trae consigo también lleva tentación, ser nosotros quienes damos muerte[5], transgredir por un instante —o más— todas las normas, “no matarás”, tener la violencia al alcance de la mano.

2. Gilles de Rais y Elizabeth Bathory: dos personajes ilustres

Entre nosotros se es esclavo o se es libre. Allá, en el reino maravilloso y terrible del deseo, se es las dos cosas a la vez.
Mario Vargas Llosa

La relación erotismo-violencia-crueldad-muerte toma vida en estos dos maravillosos personajes y son objeto de estudio en La tragedia de Gilles de Rais y Las lágrimas de Eros.

Gilles de Rais es, sin duda, un claro ejemplo de la transgresión de la muerte, el amor y la inocencia. Siendo Mariscal estaba acostumbrado a dar muerte (¿Qué importa el último aliento si se lo quitamos a alguien que no conocemos? ¿Ese cuerpo inerte nos produce dolor?, “Gilles debió sentir algún placer al ver las entrañas de los caídos. Ante los espectáculos de la guerra, aquel pederasta debió tener la ocasión de combinare la excitación sexual con las carnicerías”.[6]

La búsqueda del placer a través de las violencia implica para unos cuantos un aumento: “Se jactó de sentir ‘mayor placer’ con el asesinato de los… niños, al ver cómo separaban sus cabezas y sus miembros, al verlos debilitarse y al ver su sangre, que conociéndolos casualmente”.[7] En la violencia cualquier parte del cuerpo se convierte en herramienta de placer, hay que transgredir el y con cuerpo, el ojo tomado receptáculo principal, hilador de muerte y orgasmo.

La verdadera tragedia de Rais fue el arrepentimiento y los sollozos —transgresión de la fe y el amor/odio a Dios—, la transgresión y el placer, una vez comenzados, no tienen fin. La historia del Mariscal francés es también un ejemplo de ‘el poder de la fe’ al regresar (aunque sea antes de la muerte) a aquellos que se desviaron del bien camino.

Elizabeth Báthory, mejor conocida como ‘la condesa sangrienta’ nace en 1560 dentro de la aristocracia más alta de Hungría, “una gran dama”[8] según Bataille, conoció la magia gracias a su nodriza, se hacía rodear de hechiceros, alquimistas y brujos. La nodriza, años más tarde, le comentó que la sangre de las doncellas haría que fuera bella eternamente, así que después de la muerte de su esposo, Bathory hizo desangrar en sus calabozos a 650 doncellas, aproximadamente, para bañarse con su sangre y así preservar su belleza.

“Se trata de hacer que el hombre tome conciencia de la representación de lo que realmente el hombre es”[9] y ¿Qué son estos dos personajes sino un ejemplo de violencia, transgresión y muerte? Ellos siguieron “el deseo” de matar, sacrificándolo todo para su placer; siempre ha existido gente que transgrede, el trabajo no ha alejado del todo al hombre de la violencia, siempre hay un culpable, uno que busca placer y muerte.

3. Historia del ojo: niños que juegan a ser adultos

 

Voluptuosidad: la delicia y el perfume de mi vida es la memoria de esas horas en que encontré y retuve el placer tal como lo deseaba. Delicias y perfumes de mi vida, para mí que odié los goces y los amores rutinarios.
Konstantino Kavafis

En este relato Bataille muestra a dos personajes que tienen 16 años. Simone es una chica caprichosa, arriesgada, cínica, sin respeto por los valores o las normas sociales. Su compañero de aventuras y dedos húmedos es el narrador de la novela, del cual desconocemos su nombre. A él le place ver a su amiga. Hijo de una familia conservadora es temerario, pero no tanto como Simone. Ésta siempre le sorprende con nuevas perversiones. Ambos sienten aversión por sus padres y en general por “los adultos”, a excepción de Sir Edmond, el cual es un rico inglés dedicado a cumplir los caprichos de estos dos jóvenes. Nunca los toca, le place verlos copular y se masturba de vez en vez al ver a unos “niños” jugar a ser adultos.

La vida de estos personajes siempre está entre el límite de ser mayores y seguir siendo niños: juegan con barro, se orinan el uno al otro, matan a un sacerdote, van a los toros, escapan de casa, avientan huevos al inodoro, etc. Omiten la responsabilidad de cada uno de sus actos, huyen de la manera más sencilla ante los asesinatos. Al igual que en el Decamerón, buscan qué hacer para combatir el aburrimiento, sólo que en lugar de inventar historias, ellos se masturban, tienen orgasmos, desenfreno, muerte. La voluptuosidad como cura de la monotonía.

“Se trata de niños (…) que se rebelan [contra sus padres] haciendo todo lo que puede enojarlos, sólo así —lo sienten confusamente— romperán el cordón umbilical (…) y alcanzarán su propia soberanía.”[10] ¿Es entonces el deseo de libertad lo que mueve a la voluptuosidad? La actitud de Simone ante la vida es un reflejo del no querer ser como su madre: tierna, dulce, con principios. Ella la ve débil y estúpida, no le tiene respeto, su irreverencia y necesidad de demostrar que es superior la llevan a orinar sobre ella, se masturba con su amigo frente a la madre, etc.

Pero a pesar de su rebeldía, no es una libertina innata, “los libertinos no tienen energía para derrochar en algo tan necio como el amor. Todo debe sacrificarse al placer”,[11] ella ve el sexo o la masturbación como algo efímero, sin importancia alguna, algo que pasa, se va y sólo vuelve a suceder. El hecho de matar no le produce placer, no lo comprende, es uno más de sus caprichos: le pide perdón a Marcelle después de haber estado con ella a la orilla del mar, cuando la ve en la ventana del castillo rompe a llorar como una niña pequeña. Juliette, la malévola protagonista de la novela de Sade, en cambio convierte su vida en placer, desde pequeña se interesa por enseñar a sus compañeras a masturbarse, ve en cada hombre un vehículo de placer.

Marcelle es el personaje más inocente de toda la historia. No se puede decir con exactitud si antes de tener encuentros sexuales con el dúo ya estaba loca, lo que se puede percibir desde el primer encuentro es que es una chica sumamente sensible: al ver a Simone y sus amigo masturbándose junto a la playa, se pone a llorar, es la ternura y la inocencia de esta chica lo que hace que ambos no dejen de pensar en ella. Después, cuando descubren que también goza (de una manera complicadísima) de los placeres sexuales, se entregan en alma a ella, “los demás hombres y mujeres ya no tenían interés para nosotros. No pensábamos más que en Marcelle”.[12]

El placer provoca en ella la completa pérdida de la cordura. Después de pedir al narrador que la despoje de sus ropas, se encierra en un armario y comienza a masturbarse, orina al gozar y eso provoca una orgía fuera del armario, cuando el narrador quiere ayudarla.

La infortunada joven estaba desesperada, temblando y titiritando de fiebre. Al verme [dice el narrador] manifestó un horror enfermizo (…), Marcelle retrocedió como ante la muerte; se derrumbó y dejó escapar una letanía de gritos inhumanos (…) permanecía desnuda, seguía traduciendo en gestos y gritos un sufrimiento moral y un terror impasibles; la vimos morder a su madre en el rostro y en los brazos, que trataban en vano de dominarla”.[13]

 

Es encerrada en una “casa de reposo”, que más bien tenía aspecto de castillo, tiempo después sus amigos la liberan, Marcelle, una vez que reconoce al narrador como la figura de “el cardenal” que la ayuda a salir del armario, se cuelga dentro de éste. La combinación de placer y horror es lo que provoca el suicidio, sabía que al lado de sus amigos lo único que le esperaba eran orgasmos y esto le produce un miedo atroz, la sola idea del placer desmedido la orilla a la muerte.

        Por el ojo también penetra el placer. Pocos son aquellos que no gozan a través del ojo en esta historia: la madre de Simone, los padres al ver a sus hijos en medio de una habitación con gritos, sangre, alcohol y semen. Al contrario de Sir Edmond y el amigo de Simone, gozan viendo cómo ella se masturba y llega al orgasmo. “Simone [dice el narrador] se hizo follar largamente por mí en el barro (…) mientras Sir Edmond se la meneaba”[14]

        El globo ocular dentro de la historia comienza a ser objeto de placer, en la forma, ya que es semejante a la de los huevos (Simone usa éstos para masturbarse y en la culminación del placer, con la contracción de la vagina, se rompen) y a la de los testículos, los cuales tienen una doble connotación: ser parte del órgano sexual y ser contenedor de semen: culminación y erupción de placer.

        Penetrar también mata. “A la posibilidad de superar el horror sólo responde el correr de la sangre”.[15] Nos remontamos al 7 de mayo de 1922, Las Ventas, Madrid. Simone, su amigo y Sir Edmond acuden a la corrida de esa tarde, este último había dicho a Simone que antaño, en barrera se pedían los cojones del primer toro a la plancha y se comían mientras se observaba al segundo de la tarde. Simone admiraba al valenciano Manuel Granero que toreaba ese día, pidió los cojones del primer toro, crudos. La faena transcurría lenta, malos los toros y Simone con el deseo de masturbarse con los cojones que le habían puesto sobre el plato.

        Levantó su falda y comenzó a masturbarse, “el astado que salió en quinto lugar, ‘Pocapena’, con la divisa del duque de Veragua, empitonó al diestro por la pierna derecha al iniciar la faena con un pase ayudado por alto, los que entonces se denominaban ‘del Celeste Imperio’ [Simone seguía sintiendo los cojones bajo su falda]. Una vez el espada sobre la arena, el toro, de varios derrotes, metió el cuerpo del torero bajo el estribo del tendido dos, el de la cátedra de aquellos tiempos, para tirarle una cornada que, penetrando por el ojo derecho, le destrozó la masa encefálica con fractura de diversos huesos del cráneo.[16] Los gritos de horror de la gente se confunden con el orgasmo de la chica.

La muerte del torero, caso de presentarse, no es la de un héroe ni la de un mártir, sino la de un hombre como cualquier otro, como ustedes o yo, sin pretensiones de salvación universal o ademanes de morir por la patria. El torero que muere, si muere, muere limpiamente, como hombre, ni más ni menos que un hombre. Un hombre, en cualquier caso,  valiente, que no se enfrenta al toro en nombre del dinero o de la gloria o de la fama o de cualquier abstracción política o científica o religiosa. No hay más “metafísica” en la Fiesta Brava que aquella que afirma al hombre en su —indestructible, insobornable, inviolable, irreparable— carácter de ser mortal.[17]

Una corrida, doble penetración. La coincidencia del orgasmo y la muerte no es casual, todos morimos un poco al tener un orgasmo, Bataille asistió a esa tarde donde el Matador Granero, con tan sólo veinte años, dio su último muletazo. El escritor también muestra cómo la violencia mata el placer, tomando en cuenta lo que se viene diciendo desde páginas atrás: el placer entra también por la vista, conduce al horror, el estremecimiento y, por fin, a la muerte.

Los testículos del toro son evidentemente más grandes que los huevos que Simone había usado antes, es precisamente este tamaño el que también se relaciona con que en esta escena haya muerte: antes, cuando usaba los pequeños, sólo había orgasmos y estremecimiento, ahora son más grandes, el peligro y el goce son mayores, culmina el orgasmo en muerte.

Con los textos de Bataille se hace un recorrido de la relación entre el hombre, la violencia, el placer y la muerte. Desde siempre hemos sido conscientes de que todo acabará, ¿la voluptuosidad es el mejor camino para el disfrute de la vida? ¿La violencia y la transgresión aumentan el placer? ¿Es la muerte tan placenteramente trágica como un orgasmo? Algo, poco tal vez, nos queda claro, los hombres sentimos placer observando, transgrediendo, masturbándonos con huevos, presenciando las corridas de toros, leyendo, pervirtiendo sacerdotes, volviéndonos locos, hasta que finalmente, todo ese camino recorrido, ese placer, culmina en el orgasmo y la muerte.


[1] Marqués de Sade, citado en Georges Bataille, El erotismo, Tusquets, p. 16.

[2] Geroges Bataille, Las lágrimas de Eros, Tusquets, Barcelona, 2010, p. 42.

[3] Ibid., p. 42.

[4] Georges Bataille, El erotismo, Tusquets, México, 1967, p. 46.

[5] Ibid., p. 51.

[6] Georges Bataille, La tragedia de Gilles de Rais, Tusquets, 1972, Barcelona, p. 75.

[7] Ibid., p. 82.

[8] Georges Bataille, Las lágrimas de Eros, p. 185.

[9] Ibid. p. 184.

[10] Mario Vargas Llosa, op. cit. p. 13.

[11] Marqués de Sade, Julieta, Tomo, México, 2008, p. 134.

[12] George Bataille, Historia del Ojo, pág. 71

[13]Ibid. Pág. 104

[14]Ibid. Pág. 104

[15][15]George Bataille, Las lágrimas de Eros, pág. 171

[16] Consultado en: http://www.lostorosdanyquitan.com/tragedias.php?y=1922

[17] Sergio Espinosa Proa, Conferencia “De la suerte y de la muerte: a propósito de la fiesta brava” en http://www.lostorosdanyquitan.com