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Que doscientos son nada

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Que doscientos son nada

Pues sí, llegamos. Tú deberás hacer las cuentas –si te complace-, y determinar en cuántos meses o años se traducen los 200 domingos ininterrumpidos en que Tachas ha buscado llegar a tu lectura.

Para nosotros ha sido una variante de ejercer este periodismo en el que creemos, montado en el soporte –para unos, efímero o etéreo; para otros, tangible y perdurable- de la web, sus herramientas y consecuencias, ofreciéndotelo como suplemento dominical –literario, ensayístico y visual- del portal periodístico eslocotidiano, obligado desde su primer momento al permanente aprendizaje de las tecnologías, lenguajes y herramientas que suelen volver obsoleto hoy lo que antier fue vanguardia. 

Habiendo transitado en su momento la aventura de intentar publicaciones en mimeógrafo –algún arqueólogo te explicará el término-, nada –y más nos vale que tal afirmación se corresponda con la realidad- nos asusta de estas vertiginosas actualizaciones tecnológicas, aunque constantemente nos hace apretar el paso.

Por lo pronto preferimos iniciar por el final, anunciándote que este Tachas 200 cuenta con un Cuaderno de visitas, en el que será vital conocer tus comentarios sobre lo que este suplemento es, lo que no es y, sobre todo, lo que debería ser para ti.

La reflexión, lúcida y cuestionadora, queda a cargo de Gabriela Mosqueda, que en vez de irse de museos, piensa y dice Sobre la escritura en la vida digital, en tanto que José Luis Justes Amador aclara en un entrañable alegato, por qué Tachas no es Bielorrusia.

Pasado el trago amargo de nuestros autores que entregaron texto a propósito del ceremonioso Tachas 200, inicia la sección de narrativa con Una muerte muy necesaria de Sergio Inestrosa, avanza con El testigo de latón por María Elisa Aranda Blackaller, sigue –en su seguir pero terminar- con la séptima y última entrega de la novela Estuve ahí de Giselle Ruiz, desgrana el capítulo V de Yonke y putero de Javier Fernández, en tanto que Andrés Baldíos ficciona pero quién sabe qué tanto los ¿cuadros? de una exposición en Parking Lot/Museum, Bernardo Monroy pinta su relato de un Verde ochentero y Néstor Granja Pompeyo descubre el estremecedor contenido de un casete en Ubi dubium ibi libertas.

Mónica Alcaraz pone su pica sobre una discusión vital en estos días con We should all be feminists.

Musicando, Esteban Cisneros expone las claves para vivir bien vivido un Death By Chocolate, Javier Morales i García deja constancia de que The Eyes estuvieron aquí, y Beto Cronopio platica de Una última tocada, rock chicano en el Tiberio’s.

La poesía es de Julio Rivera con Duck Hunt, y de Leonardo Biente que apuesta 10/1.

Joserra Ortiz, rememorando los 50 años de Belle de Jour, planta su reseña sobre La imaginación surreal de una sexualidad tangible, la fresca voz de Ana Báez reseña en El mapa de lo invisible el libro Las ciudades invisibles, de Ítalo Calvino, y la Guía de lectura de Jaime Panqueva recomienda otra elemental lectura para reconocer estos días trumpianos en Hillbilly elegy: A Memoir of a Family and Culture in Crisis, de JD Vance.

Casi al final, con algo que en realidad es de principio, debe quedar constancia de los indispensables agradecimientos para Alejandro García, Francisco Rangel y Esteban Cisneros, consecutivos responsables de la relación con nuestros autores. También para Victoria Ovando, editora web de cada uno de estos números y cazadora de esas imágenes –ora oníricas, ora espeluznantes o hasta derretidas de cursilería- que terminan funcionando, más allá de meras ilustraciones, como un escaparate para mostrar la diversidad de mundos icónicos presentes en este mundo post… todo.

Y el indispensable agradecimiento para cada uno de nuestros autores, nuestros amigos, cómplices de ellos mismos, nuestros y de tus lecturas, que –es inevitable el lugar común, ha de dispensar usted usted- dan la razón de existir a cada texto.

Y el Cuaderno de visitas, en el que esperamos tu intervención.

¿Comenzamos?

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