Es lo Cotidiano

Cien películas para una vida [VII]

Rafael Cisneros

Cien películas para una vida [VII]

40. THE PROLETARIAT TRILOGY (1986, 1988 y 1990) de Aki Kaurismäki

Alguna vez Kaurismäki habló de su cine como una especie de tributo a los perdedores, siendo él mismo parte de ellos. Explicó que solía vagabundear sin un solo centavo, teniendo nada más en el mundo que una bolsa de dormir. El cine de Kaurismäki, contrario a presentarnos el retrato de una pobreza intencionalmente sórdida, plantea esta condición como una forma de vida en la que la ternura muchas veces se impone ante la necesidad de hacerse el fuerte. La supervivencia urbana en Kaurismäki es tan empática que cada error y acierto de sus personajes es una especie de oportunidad para nosotros, una forma de esperanza a nuestras propias carencias. Estos atributos pueden hallarse en su Trilogía del Proletariado, conformada por Shadows In Paradise, Ariel y The Match Factory Girl.

Shadows in Paradise es la historia de una cajera de supermercado y un hombre de la basura, quien se encuentra en las más tristes condiciones al no tener rumbo en su vida y al haber perdido a un compañero de trabajo por un infarto. Por supuesto que ambos son, como suelen ser los personajes de Kaurismäki, bastante inseguros como para tener un romance considerablemente normal, y en vez de esto se desenvuelven con tal sensación de ternura que, al momento de algún breve atrevimiento, ya sea una palabra o un beso, vuelven de su triste entorno una ambientación donde el amor y la timidez se vuelven auténticos hallazgos, incluso herramientas de supervivencia, química y comprensión. Aquí las personas no se portan como máquinas cursientas de miradas derritiéndose, sino gente que desea ser franca en su corresponder uno con el otro y que realmente desea estar involucrada en una relación. Cuando una pareja accede compartirse a sí misma, es notable hasta en sus movimientos corporales, y a veces la total timidez es la forma más bella de expresar ese último deseo.

El mundo pareciera conformarse de sólo tragedias. Ésta es la historia de Taisto, un minero que queda desempleado al cerrar la mina y debe sobrevivir a sus bajas económicas y al incidente del suicidio de su padre, quien también era minero. Tratando de adaptarse a la gran ciudad encuentra a Susanna, una mujer que trabaja de sirvienta. La vida de Taisto, regida casi siempre por acciones de inercia, desencadenan, si bien arrestos y problemas gangsterinos, una auténtica unión entre un amigo de celda y la bella Susanne, hallando finalmente una pasión: la huida. Todos debemos huir de algún lugar alguna vez, y también todos tenemos nuestras pasiones anidadas en un cuerpo que muchas veces dejamos inmóvil. Cuando la huída se vuelve la pasión de alguien cuyas circunstancias lo inmovilizaban, el resultado es una apasionante obra maestra que podría considerarse como una de las grandes películas de todos los tiempos. Esta vez Kausimäki deja a un lado la timidez para afrontar con sentido de rebeldía, aventura y peligro el subsistir para ganarte la vida, literalmente: huir con quienes más amas y sobrevivir la hambruna de sentido que siempre ha constituído la vida social. Esta cinta reiventa uno de los más básicos sentimientos humanos: la esperanza.

Quizá mi favorita de la trilogía, aunque es difícil decidir dado mi repaso anterior, y también la más breve, con la duración de una hora y siete minutitos, casi a modo de canción pop. Es la historia de una chica que de día trabaja en una fábrica de cerillos y de noche intenta ser una buena hija para sus padres que parecen no perdonarle una, padres que en un principio se presentan tranquilos y permisivos, y que al momento en que la chica decide comprarse un vestido de puro placer y felicidad, por ejemplo, le reprochan el comportamiento como algo que sólo hace la gente estúpida. Sin duda una escena que te destruye el corazón, y te hace querer inmediatamente a la protagonista. Pero pronto su vida dejará de estar partida en dos (el trabajo y el hogar) y conocerá a un hombre en un club nocturne, con quien iniciará un romance que, probablemente contrario a sus expectativas, resultará perjudicial para ella. Nuevamente la ternura de Kaurismäki se hace visible, esta vez en un solo personaje que debe sostener su triste historia. Aquí es solamente la chica de la fábrica de cerillos, dependiendo de sí misma para tomar medidas en el asunto y decidir qué será de su existencia. Sean cuales sean las consecuencias, ella tampoco está dispuesta a perdonarle a la vida una más de sus injusticias.

39. THE LAST TEMPTATION OF CHRIST (1988) de Martin Scorsese

Teniendo en su acervo Goodfellas, Taxi Driver, Raging Bull, Casino y demás clásicos, La Última Tentación de Cristo es sin duda mi favorita de Scorcese.

Recuerdo que siendo muy niño y proveniente de una familia religiosa, ésta era la cinta que, en definitiva, me condenaría al infierno absoluto sin perdón alguno, ya que se trataba, históricamente, de uno de los actos más blasfemos de la modernidad. Tan sólo escuchar el título, el plantear la sola posibilidad de que Cristo había sucumbido ante la tentación, era visto como un acto sacrílego hasta la médula. Pero llegó el día en que mi hermano consiguió el VHS y una mañana de domingo, más temprano que de costumbre, ya estando yo en la preparatoria, puso la película.

Ante mi sorpresa, y considerando también mi escaso intelecto, no vi rastro alguno de blasfemia. Lo que planteaba la historia era una versión totalmente humana de Cristo, capaz de cometer errores, de trabarse al momento del discurso, de enamorarse, de tropezarse y rasparse, de dudar de sí mismo; era justo la condición que esperaba de un dios reencarnado en humano. Nosotros, lejos de las deidades, somos portadores de la duda y sus filosofías, del compromiso y sus declives, de la convicción y sus confusiones. Finalmente tenía ante mí la perfecta imagen de Cristo: la imperfecta.

Willem Dafoe hace del mejor de los Cristos en la historia del cine, blandiéndose en sus duelos anímicos que, como mencioné, se manifiestan entre su compromiso de salvar al hombre de los pecados y su falta de fe consigo mismo, su inseguridad, su debilidad que le hace realizar todos los incidentes conocidos en los evangelios pero de forma espontánea, lejos de un plan divino, pareciendo improvisar su papel de Mesías. Éste es el verdadero espíritu de toda religión: búsqueda y reencuentro, pérdida y duda, convicción y compromiso, sin absolutos. Yo mismo, lejano a cualquier religión, indiferente de cualquier credo religioso sin pancartas gratuitas o siquiera orgullo superficial de algo que en definitiva no me interesa, encuentro en esta película el éxtasis divino, que reinterpreta la gran historia de la fe Occidental y la convierte en una de las mejores jamás contadas, no bajo la tinta de evangelistas, sino bajo las lentes de Martin Scorsese.

Doy gracias también a Nikos Kazantzakis, autor de la novela, cuya obra (de la que destaco mis bienamadas Zorba El Griego y Cristo de nuevo crucificado) admiro tanto como las películas de este listado.

38. VOSKHOZHDENIYE (1977) de Larisa Shepitko

Traducida como El Ascenso, fue la última cinta de la cineasta Larisa Shepitko antes de morir en un accidente automovilístico, uno de esos accidentes que realmente me entristecen. Es la historia de dos partisanos soviéticos que dejan su grupo (que se encuentran en plena huída de los alemanes en un paraje invernal que luce violento e interminable) para buscar alimento. Durante un breve confrontamiento en la nieve, uno de ellos es herido en la pierna, por lo que su compañero debe cargarlo hacia el lugar más cercano. Una vez llegados a una cabaña donde una señora y sus hijos acceden a darles un poco de comida, los soldados alemanes llegan de sorpresa a investigar y los capturan a todos. Ya siendo prisioneros, tanto el par de soldados como la señora y sus hijos, son llevamos a un campamento donde se decidirá su destino en la horca; pero mientras el soldado herido comienza la aceptación anímica de su muerte, su compañero hará lo posible por zafarse del embrollo, aunque sea traicionar a su compañero, a su patria, principios y moralidad.

Su título, El Ascenso, proviene de esta precisa aceptación mortuoria del soldado y, en general, de las víctimas de la guerra, en una época donde el mundo no era más que blanco y negro, un ascenso que inicia en resignación, continúa en terrible y lenta admisión, y finalmente alcanza cúspide en una especie de consagración, donde el hombre, sea campesino o soldado, líder o seguidor, enemigo o amigo, encuentra un momento de inmortalidad en el preámbulo a la muerte.

Con el permiso del grandísimo Andrei Tarkovsky, ni siquiera sus películas tocan tan honesta profundidad en una temática tan conocida como la muerte, y sin embargo tan temida y tan retratada en las formas más sórdidas y profundas, cuando a veces, al no tener opciones, puede convertirse en la aspiración final y así en el éxtasis de la vida misma.

Con escenas de tremendísimo suspenso que te hacen sudar de las manos, con tomas empáticas al alma de los protagonistas, con diálogos ásperos y situaciones que no se prestan en realidad a ninguna solución, The Ascent es sin duda de mis grandes predilectas (si no es que la más predilecta) de cuanto he visto del imponente y bellísimo cine soviético.

37. SYNECDOCHE, NEW YORK (2008) de Charlie Kaufman

Hay tantísimo que decir sobre esta película. ¿Recuerdan ese estilo de cintas pretensiosas cargadas de simbolismos que ahondan en la temática del autor frustrado? Ya saben, como Birdman and shit. Pues si bien esta cinta, obra maestra de Charlie Kaufman (este es su debut como director), aborda estas temáticas agotadoras, resulta fascinante que, siendo la más “cargada” de lo que podría considerarse como el género del artist in decline, es también la más honesta, la más personal y, por tanto, con la que mejor podemos identificarnos. Aunque su simbología pueda resultar agotadora, en realidad cobra demasiado sentido una vez que descubrimos que ha sido aplicada a conveniencia de la línea narrativa y con impecable equilibrio. Una cinta que no sólo es para el artista frustrado, sino para nosotros, quienes vivimos y dependemos del valor de la cotidianidad que se desmorona para convertirse en recuerdo, en arrepentimientos, en asuntos pendientes, en deseos perdidos, en recuerdos omnipresentes.

Deliberadamente surrealista y profundamente emotiva, el relato de la vida de Caden Cotard, un dramaturgo que alcanza considerable éxito como para recibir un gran financiamiento y hacer su magnum opus, llega a convertirse en un relato fantástico conforme las dimensiones se vuelven gigantescas y la realización de Caden tarda lo que tarda una vida. De pronto su vida se vuelve esa obra teatral que parece inabarcable e inacabable, donde llega a incluir todo cuanto ha conocido y a todos quienes conoció, tratando de compensar asuntos pendientes y cosas perdidas con exactamente lo mismo, mismos asuntos y mismas cosas, con reencarnaciones que sólo cambian de físico pero son formalmente el preciso recuerdo del que necesita huir o el que requería concluir. La vida sigue, y Caden continúa la obra, así como nosotros continuaremos viéndola hasta el término de nuestra vida.

36. 7 FACES OF DR. LAO (1964) de George Pal

Una de las comedias más extrañas que he visto jamás, y no porque su título en sí es chusco, no porque su trama sea disparatada, sino porque realmente es compleja, excelentemente hecha. Cada personaje es memorable, las actuaciones son sensacionales, menos como una b-movie y más a los clásicos estilos hollywoodenses en tiempos de Gregory Peck, con una calidad hipnotizantes. La trama, como dije, es compleja y disparatada en perfecta armonía entre las rarezas cirquenses y los problemas reales de un pueblecito que afronta la industrialización, y la comedia es un verdadero placer, dando a la narrativa una fluidez que aborda la tragedia y la fantasía como pocas cintas lo han hecho. La payasada ha encontrado la sutileza necesaria como para crear tan magnífica historia, forjándola a cada paso, por chusco que este luzca, en una certera metáfora de la vida misma, una enseñanza sin pretensiones.

Pues bien, es el relato del Dr. Lao, un viejecito oriental que llega a un… pueblecito que afronta la industrialización, donde va de paso para instalar su circo mágico por un par de noches. El pueblo tiene bastantes problemas con sus dificultades económicas así como sus disputas entre los empresarios y habitantes, donde la historia de amor entre la bibliotecaria y el editor del periódico se entremezcla con las peculiaridades de pueblerinos extrañados por la llegada del misterioso Dr. Lao, quien interpretará 7 diferentes rostros que ayudarán a los miembros de esta comunidad a hallar el verdadero camino de sus vidas; aunque en algunos casos no exista un camino (lo siento, Mrs. Cassan).

Por mucho, mi western favorito, con los toques mágicos de un circo sin animales, pero sí con criaturas extraordinarias que vienen desde los anales de la eternidad para brindarnos un espectáculo que repetiremos cientos de veces: medusas de mitología y de amargura hogareña, faunos cuyas flautas despiertan los deseos mortales, serpientes con rostros bastante familiares, fuertes lluvias en tiempos de sequía, trucos de magia entre la humareda y el entendimiento humano, el monstruo del Lago Ness viviendo en una pequeña pecera... ¡Hay tanto por ver en el circo del Dr. Lao! ¡El circo de la vida, la vida misma!

35. A TASTE OF HONEY (1961) de Tony Richardson

You need somebody to love while you’re looking for somebody to love. No solamente una predilecta personal, sino también de Morrissey (responsable de la autobiografía de tantos de nosotros), A Taste of Honey es la adaptación cinematográfica, hermosamente dirigida por Tony Richardson, de la obra teatral de Shelagh Delaney, que escribió siendo apenas una adolescente. La madurez en su retrato de la juventud dolida por sus insatisfacciones y responsabilidades sociales nos es tan perdurable como nuestras propias experiencias, permitiéndonos explorar una etapa que el mundo considera como un superficial barullo, teniendo “mayores cosas de las cuales preocuparnos”. Ya creceremos, es sólo una etapa. Pero cuando estos impulsos padecen graves consecuencias (the dream has gone, but the baby’s real), el mundo adulto no hace nada al respecto y sólo sabe repartir culpas y acrecentar defectos para minorizar cuerpos que también, como ellos, ganan y pierdes en tremendas cantidades.

Rebeldía y juventud en la forma de Jo (la excelentísima Rita Tushingham), una chica constantemente olvidada por su propia madre, se enamora de un marinero afroamericano que luego de un romance apasionante y secreto, queda embarazada, emprende un viaje de independencia emocional con la ayuda de su amigo, Geoffrey, un muchacho que, aún siendo gay, encuentra en Jo un refugio romántico donde dos personajes, sin sentir la atracción de los amantes, pueden corresponder como cónyuges. A veces sólo requerimos de alguien que nos quiera y proteja, libre de todo deseo mayor al de realmente brindar ayuda. Entre las crisis emocionales de Jo, su cariño y crueldad hacia Geoffrey, y su madre yendo y viniendo en conveniente lástima, A Taste of Honey nos dará muchos de los momentos más memorables de nuestra juventud, aún no tratándose de nuestra propia historia.Sólo recuerden: cada vez que sientan que el mundo se viene encima y no parece haber salida, y tengan fuertes deseos de arrojarse al río... no lo hagan, el agua está puerca y llena de basura.

34. THE SILENCE OF THE LAMBS (1991) de Jonathan Demme

Larga vida al recientemente fallecido Jonathan Demme. Su recuerdo me viene como anillo al dedo y lo aprovecho descaradamente para hablar de su obra más conocida y, a mi parecer (y lo he mencionado antes), una de las cimas del cine universal. Mainstream o no, comercial o chingaderas, The Silence of The Lambs es el thriller policíaco por excelencia, comparable con The Maltese Falcon, The Third Man o Touch of Evil, por mencionar algunas. Técnicamente perfecta, visualmente sobrecogedora, cada actuación un monumento y toda pieza concisa y sin azares, el afamado relato de Clarice Starling intentando capturar a un feminicida con la ayuda de un caníba contiene muchas de las escenas predilectas de Hollywood, así como de la cultura del siglo XX; y ya ha traspado al XXI para continuarse siempre.

Jonathan Demme convirtió sus close-ups en una marca definitiva de empatía, donde no solamente nos colocaba en el lugar de sus personajes, sino que correspondíamos a cada uno de sus gestos, posesionándonos en miradas directas a nuestro miedo, a la duda de un caso por resolver, a la seguridad de una mujer determinada y a la sombría elegancia de un criminal que conoce los puntos clave para desentrañar a otro ser humano. El suspenso bajo la lente de Demme se concibe como una baraja expuesta sobre la mesa, pero que aún teniéndola visible, no impide mantenernos atrapados en un juego claustrofóbico, en expectativas que terminan satisfechas al ser arrastrados por continuos atrevimientos y engaños que construyen un film perfecto.

Es de las pocas cintas en la vida que veo una y otra vez con libreta y pluma en mano. Amo diseccionarla, amo sus formas narrativas y de edición, adoro la química de cada personaje en su espacio y tiempo, en fin. No puedo ser más subjetivo, ni objetivo. Cada vez que la veo siento el mismo miedo, interés y amor que sentí cuando la vi por primera vez, hace ya más de quince años.

A mi personal parecer, la Clarice Starling de Jodie Foster es mi modelo feminista por excelencia, en toda la historia del cine: determinada a la resolución del caso y de su carrera sin sucumbir a confrontaciones sexistas, dedicada en un camino de tropiezos y aprendizaje donde es propensa tanto a caerse como a levantarse sin tonos sentimentalistas, capaz de subir la mirada como bajarla en encuentros incómodos con grupos de hombres que parecieran no tomarla en serio (y no avergonzarse o justificarse al respecto), consciente de su condición como mujer en tierra de hombres sin mostrárnoslo directamente, dubitativa pero certera, con miedos y percances que le permiten fuerza y fragilidad, no se hace la fuerte, sabe de qué está hecha, no finge superioridad, está demasiado ocupada haciendo un impecable trabajo, competente aunque con asomo a ciertos errores, segura de sí misma sin gritonearlo, concentrada y fría pero permisiva en los cotorreos sociales y profesionales en su debido momento. Atemporal, humana, universal. Clarice no es ningún cliché, en ninguna de sus partes, es compleja y entrañable, mi personaje femenino favorito. Enhorabuena que Jonathan Demme confiara en Jodie Foster para proveernos a Clarice.

R.I.P. Jonathan Demme (1944-2017)

33. ONE FLEW OVER THE CUCKOO’S NEST (1975) de Milos Forman

Sólo me faltaría añadir It Happened One Night para tener en mi listado las únicas cintas que ganaron el quinteto primordial de los premios Oscar hasta ahora. Pero en fin.

Basada en la novela de Ken Kesey (quien juró no haberla visto nunca), es la historia de Randall Patrick McMurphy, un reo trasladado a una institución psiquiátrica para zafarse de las labores carcelarias y de cualquier otra responsabilidad. Un flojo en definitiva, pero un ejemplo monumental del espíritu libre, espontáneo, honestamente amigable y más lúcido de lo que se pensaría, diferenciando bien la definición entre locura institucional y la locura del no vivir. Jack Nicholson, en uno de los tantos grandes papeles de su carrera, interpreta a un rebelde del sistema como ningún otro. Si bien es incapaz de iniciar revoluciones masivas con pancartas y movimientos sociales (muchas veces meros escándalos y festividades nacionales), es capaz de crear una sincera revuelta en las almas de quienes habitan el pabellón, personas llamados ‘locos’ por no poder controlar sus demonios internos al no tener aquello que McMurphy, enhorabuena, logra brindarles con tiempo y divertida impaciencia: comprensión, amistad, a veces simplemente echar desmadre, a veces irse de pesca, a veces gritar tan fuerte como se pueda. Por desgracia (y esto será un cliché pero, admitan que es inevitable), El Sistema siempre hallará la forma de apaciguar al revolucionario y detener la felicidad de quienes, al fin, la han encontrado.

El gran relato del rebelde intentando contradecir al establishment, creo que no hay historia, en la ficción y no ficción, que ejemplifique mejor esta batalla que la de un “cualquiera” trasmitiendo vida en un entorno donde esta misma se desintegra en colecciones de horas y frustraciones. Aunque al final el establishment logre vencer, siempre tendremos el legado de McMurphy y sus amigos en nuestras aspiraciones cotidianas. Habrá quienes logren explotar y hacer explotar con éxito, habrá quienes no, el caso es que debe de seguir habiendo. Por favor.

Los problemas tras la filmación de esta cinta la hacen más legendaria: desde pleitos entre Milos Forman y Jack Nicholson que fingían arreglarse cuando los reporteros aparecían en el set, hasta personas reales con historial criminal incluidos en el casting, el embrollo de los realizadores se vio tensado constamente y que, a mi parecer, y supongo no estar solo aquí, brindaron fuerza a la historia.

32. M (1931) de Fritz Lang

¿Qué tan malvado debe ser un hombre para que tanto la policía como el resto de los criminales le persigan para juzgarlo o lincharlo? He aquí una predilecta de cineastas y cinéfilos, sin duda la obra maestra de Fritz Lang, quien creía lo mismo de su cinta.

Muchos críticos concluyen que esta cinta está basada en el caso de Peter Kürten, el afamado Vampiro de Düsseldorf. Quisiera diferir con extremo atrevimiento y, sin duda, con pocos medios psicológicos, esto es una humilde impresión. Mientras que el caso de Peter Kürten es explorado como un pervertido completamente seguro de sí mismo, así como el psicópata Jack Unterweger (una especie de Alexander DeLarge de la vida real), el Hans Beckert (interpretado por el mejor Peter Lorre), se siente un tanto más empático en cuestión de lucha interna, se vuelve un monstruo mucho más difícil de abordar en el aspecto de tener el lado de la locura incontrolable, a su vez que posee el deseo de hacer daño. Si bien puede sonar como mera justificación (hablando estrictamente del personaje ficticio), Beckert no solamente no desea ser atrapado, sino que culpa a su entorno de haberlo transformado en la maldad permisiva y libre, acusando en el momento de su captura a los criminales de ser peores que él (orgullosos de su estado mientras él conlleva una lucha incontrolable consigo mismo, que permite asomar una cierta lástima que, aunque no justifique sus acciones, lo vuelven en alguien al punto de la fragilidad primoridal humana) y a la sociedad de haberse descuidado de él (he aquí un verdadero descaro, pero con cierto punto social que el propio final de la cinta plantea casi a modo de campaña, pero con la sutileza de una gran ficción). Por otra parte, Unterwerger y Kürten son casos bien conocidos por su cinismo, y no por ello son menos complejos, pero sí justifican sus acciones (podría decirse) como algo profundamente meditativo, como acciones que ellos mismos han elegido esconder a favor de su continua satisfacción. La fragilidad que pudieron haber mostrado en su contexto social fueron recursos convenientes tanto para salir de prisión y continuar la maldad sin cambio o remordimiento alguno desde sus inicios (Unterwerger) hasta el simple placer de escuchar la propia sangre gotear aún después de muerto (Kürten). Posiblemente sea el mismo caso de Beckert, pero la ‘dramatización’ de su personaje, representativo de la peor maldad existente, crea en nosotros un vínculo de exploración un tanto más a salvo para nuestra cordura. Pero al menos dejó la rajadura, planteó el problema, manifestó al monstruo, y ahora sólo nos queda volver a esta cinta y continuar explorando la interminable mente humana, sea criminal a consciencia o por demonios incontrolables... que viene siendo lo mismo. Aquí todos son culpables: victimarios por serlo y víctimas por no serlo. ¿Contradictorio? Desde luego, así es la humanidad.

31. BATTLE ROYALE (2000) de Kinji Fukasaku

Solución práctica al boicot escolar y a la sobrepobalción: elegir a una generación problemática, secuestrarlos, llevarlos a una isla y... ¡de vuelta a la condición primigenia! ¡Los buenos tiempos de la supervivencia! ¡Mátense los unos a los otros!

Así de fácil se dice y, al parecer, así de fácil se realiza en una modernidad plagada de ansiedades, rencores, distancias, incomprensiones y rabias enclaustradas. Battle Royale desencadena una serie de personajes que, en su contexto y complejidad, son nada menos que claras ejemplificaciones de la juventud moderna, independientemente si se trata o no se jóvenes asiáticos. Ahí están las inquietudes base que forjan el entusiasmo por la carnicería, por la resignación o por auténticos deseos de salir con vida y no querer lastimar a nadie. La cinta, que podríamos considerar un film de acción, ahonda en las cuestiones de la desesperación como sobreviviente de una situación demente y poder corresponder a otros sobrevivientes. En un experimento gubernamental por controlar al país, en primera instancia nos resulta esa locura apocalíptica que ni George Orwell se atrevería a tocar (tal vez Max Brooks o Aldous Huxley, pero no Orwell), pero poco a poco nos resulta no sólo plausible, sino considerablemente ingeniosa. No necesitas estar loco o ser un sanguinario para tener cierta química con tan tremenda situación; sólo requieres conocerte a ti mismo y a nuestra especie: estamos hechos de guerra, amamos extirparnos la existencia, adoramos los métodos definitivos, somos absolutistas aunque pretendamos tener conciencia y principios, y nuestras últimas esperanzas dependen de qué tan dispuestos estamos a participar en la matanza. Puede que salgamos vivos sin haber matado a alguien, pero ya formamos parte de la colectividad extasiada en el sadismo.

Aparte de sus muy referidos y estudiados temas sociales, Battle Royale, como mencioné antes, también es un film de acción, un thriller con lluvia de balazos y diálogos casi a modo de clave, sin ser frívolos o mecánicos, líneas cotidianas que desenfundan su agresividad, conversaciones que tensan a sus personajes y los desarrollan al grado de hacerlos reales. Todo es una jodida locura: estridente como una canción punk, acelerada como una urgencia, trágica hasta el alarido que te acaba la garganta, un martillazo a nuestra maldita cabeza, y habiendo sido estrenada en el año 2000, inaugura un siglo que luce bastante familiar a su primicia. Battle Royale ocupa este altísimo lugar en las cien películas de mi vida.

C O N T I N U A R Á

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Rafael Cisneros
(León, Guanajuato, 1988) es escritor y cinéfilo. Ha producido, dirigido y editado numerosos videos para publicidad, grupos pop y cortometrajes artísticos. Ha publicado, bajo varios seudónimos, numerosos cuentos.

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