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Sting: Del sueño de las tortugas azules al cruce de la 57a & la 9a

Fernando Cuevas de la Garza

Sting: Del sueño de las tortugas azules al cruce de la 57a & la 9a

De primogénito de una familia obrera a luminaria musical; de obsesivo jazzman a compañero discográfico de grandes intérpretes; de profesor de historia en colegio de señoritas a protagonista indiscutido de la cultura musical de los últimos años; de discreto actor de cine a promotor de causas humanitarias; de compositor principal, bajo y voz del esencial trío The Police, a consistente emprendedor de carrera solista; de Gordon Matthew Sumner con todo y su recomendable autobiografía, impecable y emotivamente escrita, al mundialmente artista conocido como Sting, apodo que se derivó de su playera futbolera con rayas negras y amarillas y que se retomó en la cinta animada Bee Movie (2007).

Eran los tiempos –principios de los setenta- en que tocaba el bajo en forma sorprendente con un grupo llamado Phoenix Jazzmen, alternando con otros dos combos: Riverside Men y Newcastle Big Band. En 1972 crea la banda Last Exit, como el letrero ubicado en la salida de Newcastle, ciudad que lo recibió el 2 de octubre de 1951. En una tocada en Londres fue visto por Stewart Copeland, el excelso baterista de Curved Air, quien lo busca insistentemente para que se una al proyecto que más tarde, junto con Andy Summers y Henri Padovani (de paso fugaz), revolucionaría la escena musical de principios de los ochenta. Los cuatro se presentaron en una tocada de despedida para Gong, bajo el nombre de Strontium: corría 1977 y la innovación estaba por empezar.

La aventura solista

Tras la disolución del cuerpo policIaco, Sting presentó su primer disco solista: el clásico ochentero The Dream of the Blue Turtles (1985), donde mezcló, junto a puros hijos predilectos, calypso, jazz, rock y hasta a Prokofiev, marcando una tendencia recogida años después por la Dave Matthews Band. Las letras van del contenido político a la denuncia social, pasando por la contradicción amor/posesión ya abordada en Every Breath You Take. Por su parte, Russians recupera vigencia dados los recientes enredos entre los gobiernos (es un decir) de Estados Unidos y Rusia.

Después de participar en Live Aid y colaborar con otros grupos, se edita Bring on the Night (1986), álbum doble en vivo, producto de un documental que permite apreciar el talento interpretativo de las Tortugas Azules. Pronto sale al mercado el brillante Nothing Like the Sun (1987), grabado en compañía de una auténtica pléyade de figuras: Marsalis, Katché, Clapton, Summers, Knopfler, Blades... privilegiando un poco más el jazz y temáticamente vinculado a la mujer, incluyendo un homenaje a las madres y hermanas de los desaparecidos en Chile y una dedicatoria a quien lo trajo al mundo, fallecida durante la grabación.

Tuvieron que pasar cerca de cuatro años para que el de la voz profunda se recuperara de una crisis personal enmarcada por la muerte de su padre y volviera a los estudios: el resultado fue The Soul Cages (1991), un trabajo reflexivo plagado de emociones y elementos autobiográficos; este mismo año participó como narrador en un disco de Pedro y el lobo, la obra de Prokofiev. Con mayor desenfado, humor y la necesaria cuota de romanticismo, apareció el notable Ten Summoner’s Tales (1993), donde las melodías inmediatamente incorporables y la sugerente batería de Vinnie Colaiuta hicieron de este álbum una fresca bocanada de aire puro.

Para cerrar la década, apareció Fields of Gold: The Best of Sting 1984-1994 (1994) aderezado con dos canciones nuevas, seguido del sobrio Mercury Falling (1996), trabajo menor que recibió poca atención, no obstante que por ahí se insertaban algunas preciosidades escondidas. Con Brand New Day (1999), nos demostró que todavía tenía cosas qué decir; arranca con A Thousand Years, corte que nos enseña lo que vendrá después: letras más etéreas, sección rítmica imparable, melodías cercanas y el eclecticismo habitual.

Recorriendo laberintos invernales para volver al origen

Sacred Love (2003) funcionó como una continuación de su predecesor inmediato en cuanto a la búsqueda de fusión dentro de estructuras musicales ya dominadas: ahí están la guitarra flamenca de Vicente Amigo en Send Your Love, la negrísima vocal de Mary J. Blige en Whenever I Say Your Name y el toque oriental de Anoushka Shankar en The Book Of My Life; el disco se mueve sin avisarnos por el jazz y el pop, soportado por el cuadro titular: Katché y Colauita (baterías) y Dominic Miller en la guitarra. En cierto sentido, el álbum también abrió la puerta a nuevos caminos por recorrer.

Durante estos años, Sting estuvo ocupado con la reunión y gira de The Police, además de visitar otros contextos musicales como se advierte en Songs From the Labyrinth (2006), obra editada por la prestigiosa Deutsche Grammophon y donde interpreta canciones del compositor isabelino John Dowland, complementado por el disco breve The Journey and the Labyrinth: The Music of John Dowland (2007); el viaje al pasado británico continuó con If On a Winter’s Tale (2009), integrado por piezas tradicionales, de elaboración propia y de compositores clásicos, todas envueltas en un halo invernal que resuenan al calor de la hoguera.

Después de una década sin grabar un álbum completo de canciones propias, Sting decidió volver a sus orígenes y, con base en la metáfora del barco que se despide del astillero que va desapareciendo poco a poco después de ser testigo del proceso de transformación del pueblo y las personas que lo habitan, grabó The Last Ship (2013) en clave folk británico, para regresar con la inspiración recargada en el sólido 57th & 9th (2016), plagado de un rock pop que abre sus puertas a salpicadas de jazz, blues y folk; su nombre rinde honor a la esquina ubicada en los alrededores de Hell’s Kitchen donde este Englishman in New York tantas veces se detuvo a esperar la señal del semáforo: o sea, al regreso y a la permanencia.

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