viernes. 19.04.2024
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Rudy

Ralf Ortiz

No debería estar tan oscuro. No a esta hora del día. Hay una combinación de silencio y de zumbido, de ruido blanco que tampoco debería estar aquí y ahora, quizá no debería estar en ninguna parte. Rudy corría rumbo a la casa tan rápido como podía. Seguro su madre le gritaría “¿Que hacías en el cerro y sin chamarra, chamaco del demonio?” La veía con esa mezcla de coraje y preocupación que todas las madres tienen. “Y no me importa si te enfermas, porque no vas a faltar a clase. Estás viendo que no nos quieren dar la ficha de inscripción”. Al brincar zanjas y correr colina abajo ya ni siquiera podía pensar a qué carajos había ido a caminar al cerro. “Y ni creas que voy a ir a poner mi cara de baqueta para que te justifiquen la falta por vago pata de perro”. Se rio un poco al recordar la cara de baqueta.

Había relámpagos mudos, ni un trueno o estruendo, sólo luces sin ritmo, pero a la vez intermitentes en diferentes partes del cielo lleno de nubes azul marino. Las manos sucias de tierra y lodo –¿a qué hora llovió?–, unos nudillos raspados enrojecidos pero no sangrantes. Los tenis clacosSúper Faro sólo tenían tres semanas y ya estaban hechos garras, parte de la suela lisa, la lona desgarrada ligeramente. Al correr recordó cómo cuando estaba chiquito iba a la zapatería con sus padres y corría un poquito en la alfombra. “¡Estos sí corren bien, amá!” Pero los Súper Faro los compró solo y se quedó con todo el cambio porque no había nada más barato que eso.

Rudy estaba más asustado por la reacción de sus padres que por esta oscuridad rara. Resbaló y se deslizó sobre el trasero unos quince metros de bajada por el lodo. Al ponerse de pie se revisó que no le hubiera pasado nada. Estaba más sucio y ya. Había unas canicas que había salido de la bolsa. Las limpió con cuidado, y revisó que su “tiro” estuviera bien. Las bolsas del pantalón de mezclilla no se habían roto. “Ya te dije que saques todo lo de las bolsas, o vas a fastidiar la máquina, Rodolfo Aguirre”. Todo adolescente de trece años sabe que los regaños y consejos más serio y severos son aquellos que incluyen nombre y apellido. Y así que siguió corriendo hasta donde se acababa San Luis; ese punto donde está la última casa de una ciudad y que de ahí caminas al monte o te vas de excursión si estás en los scouts. De ahí a la casa sólo son unas ocho cuadras.

Cuando llegó, la oscuridad ya se había instalado en las calles. “Pero si no son ni las siete”, pensó. No podía dejar de correr. Se dio cuenta que el lodo ya se había medio secado y endurecido sobre la ropa. No había gente en las calles, ni carros, ni camiones, ni sus cuates en bici.

A unas dos cuadras de su casa casi tumba a la Comadre Yola, la mejor amiga de su mamá.

-Rudy, criatura, casi me tumbas. Te anda buscando mi comadre.

-¡Perdón, señora Yola! No la vi.

-Amárrate esas cintas, te vas a matar. ¿Dónde está tu toalla, mi’jo?

-¿Dónde está qué?– contestó hincado en una rodilla, amarrándose los tenis sucios.

Al levantar la vista la calle seguía sola, nada de Señora Yola. Otra vez a correr. Llegó a casa y pensó que necesitaba recostarse antes de dar explicaciones que, a decir verdad, no tenía ni estaba dispuesto a inventar. Se quedó dormido.

Por la mañana se levantó a bañarse.Caminó sin desayunar a la escuela. Las pisadas de tierra y un poco de lodo seco le recordaron que todo fue muy raro ayer. Caminar por los pasillos de la escuela y llegar hasta el salón esta mañana se sentía algo surrealista.

–Míster Rudy, írelo con su toalla al hombro. ¿Ya es fecha?– se escuchó fuera del salón.

–Ya es fecha, Beto– contesta al ver su reflejo en la vitrina del periódico moral. Saco de tweet, corbata ligeramente chueca, pantalón de mezclilla, sus lentes de señor grande.¡Cómo había cambiado, de la nada. ¿Era un sueño? ¿O el sueño fue la noche anterior?

–Oiga, Míster Rudy, profe, se me olvidó mi toalla. Y la neta se me olvidó mi libro. ¿Verdad que no pasa nada?– escucha a alguien decir desde el anonimato del grupo.

–¡Ya sáquelo, profe!–grita alguien desde ese mismo anonimato.

–No me saque, Míster Rudy. Se me borró el CD, como usted dice.

–¡Neta ya sáquelo!

Pero Rudy, el profe Rudy, Míster Rudy está perdido viendo sus nudillos recién raspados. Anoche raspados. Se lleva las manos a las bolsas del pantalón para ver qué es eso tan incómodo. Son sus canicas, su tiro.

–Sin toalla eres un straj, Chema. Y es el cassette lo que se me borra, no el CD. Necesitas tu toalla cuando menos para defenderte…

***
Rafael Ortiz Aguirre
 (San Luis Potosí, 1963) es doctor en cool
, punk añejo, musicómano sin cura, entusiasta de la luchalibre y el futbolamericano y escritor pop. Ha trabajadoen la radio, esprofesor de inglés, escritor de cuentoscortos y chef amateur.