martes. 16.04.2024
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Los ojos de Chaucer: Ventanas a la vida medieval

Sara Andrade

Los ojos de Chaucer: Ventanas a la vida medieval


Que quien ha de contar lo que contó otro, debe repetir con fiel exactitud sus expresiones, así fuere soeces y licenciosas, pues, si no, falsearía el relato.

Geoffrey Chaucer

 

A mediados del siglo del siglo XIV se vive en Inglaterra una época de gran intensidad: la peste negra pisa como un gigante y se cobra la vida de millones de personas y las pugnas por la corona y el trono entre el reino inglés y el francés inician la Guerra de los Cien Años; la guerra, la enfermedad y la pobreza son los verdaderos gobernantes de una época que inicia su transición. Geoffrey Chaucer vive en medio de todos estos fenómenos, pero tiene la ventaja de ser hijo de un comerciante burgués y conocer las dos caras de la moneda: no sólo una vida turbulenta entre la enfermedad y la guerra, sino la vida aristocrática y burguesa con claras influencias francesas e italianas.

En este lado de la moneda, Chaucer comienza a escribir; fue un ávido lector de Ovidio y Virgilio, como se nota en El Parlamento de los pájaros, alegoría de la primavera y la naturaleza, o en La casa de la Fama, donde él mismo se ve como un autor de culto, y esto mismo marcaría su estilo personal. Sin embargo, todavía no tiene ese tono popular que alcanza en los Cuentos de Canterbury, imitación del modelo decameroniano tan famoso en esos años.

Lo que hay que resaltar es, pues, que Chaucer tuvo el acierto de tomar todo lo que sucedía en su entorno y plasmarlo de manera verosímil en su más famosa obra (¿estarán estos cuentos en la casa de la Fama?). Pero no sólo eso, sino que a diferencia del Decamerón, dota a los participantes de la romería de personalidad. Y no se queda ahí, también les proporciona antecedentes, logros, estilo al vestir; personajes contextualizados, congruentes con el año en el que viven, con el papel que desempeñan en una sociedad. Y, finalmente, los cuentos narrados son los adecuados para el narrador. ¿O no es así?

Los cuentos más interesantes —y que afortunadamente están completos— tienen que ser los del caballero, la mujer de Bath y el bulero, que ahora forman parte del imaginario colectivo de la cultura inglesa y que son narrados por los personajes más interesantes del grupo. Tomando estos tres cuentos también podemos hablar de tres temas medievales importantísimos: la caballería, el amor y la muerte.

1. The Knights Tale

“Era tal el caballero hombre de gran dignidad, y amante, desde que calzó espuelas, de la caballería, la lealtad, la generosidad, el honor y la cortesía.”[1] Así comienza Chaucer a describir al primer personaje de la peregrinación y no es de sorprender que de entre los representantes de su mundo aparezca un caballero, paradigma del Medioevo e ideal de hombre. Este caballero en particular, se puede comparar con cualquier integrante de la Mesa Redonda: luchó en grandes batallas, expulsó moros y siempre actuó con rectitud. Sigue al pie de la letra el ideal caballeresco que se buscaba en la época. Entonces, ¿qué cuento podría contarnos un personaje como él? Respuesta: una historia que se remonta a la mitología griega y romana.

La visión del mundo que podría tener un caballero debe ser una idealizada. Un mundo que debe regirse por ciertos preceptos y buenas virtudes. Después de todo, la caballería no era más que “un ideal estético, hecho de fantasía multicolor y sentimentalidad elevada”[2] y la Europa del siglo XIV está a punto de volver a entrar en contacto con las obras clásicas, plagadas de estos sentimientos inflamatorios que la caballería medieval puede adoptar con facilidad.

Chaucer tuvo una influencia italiana directa a la hora de escribir el cuento del Caballero: esta narración es una versión condensada de la Teseida y Filostrato de Boccaccio,[3] autor que pudo conocer en 1378. Pero Chaucer no imita, sino que crea algo nuevo. Mezcla las tradiciones: las culturas de Grecia y Roma parecen fundirse en la narración, los dioses tienen tratamiento de santos católicos, los sentimientos de los protagonistas están basados en filosofías contemporáneas; los anacronismos sólo son una prueba más de que este cuento no pudo ser narrado más en que el siglo XIV.

Y por nadie más que un caballero (¿tal vez miembro de la Orden de la Jarretera?) tan recatado, humilde y virtuoso. La pregunta sería: ¿existían personas como este caballero? ¿O al igual que la narración el Caballero es un ente de ficción? De acuerdo con Huizinga el caballero medieval no era más que “la ilusión de un orden” y “un lindo juego de nobles reglas”[4]. La realidad sería idealizada en las obras francesas de caballería y, entonces, la realidad intentaría imitar a la ficción. Pero fracasaría en esta acción: la caballería sólo alcanzaría su esplendor en papel.

Los temas italianistas están presentes: el amor no correspondido de una bella dama, la muerte siempre muy cercana, la naturaleza y los dioses. Pero también temas medievales por excelencia: los duelos caballerescos, la valentía, la fortuna que cambia y decide cada uno de nuestros movimientos. Arcites y Palamón parecen ser un mismo personaje: valerosos caballeros que luchan por un ideal, coherente con los ideales que se querían alcanzar en la caballería medieval. Ya sea este de amor cortés o de honor.

Muscatier afirma que la caracterización es más valiosa que la acción y que aún más importante que la caracterización, la verosimilitud de la historia que se presenta como “un tapiz espléndidamente ilustrado”.[5] Personajes que cuentan historias creíbles, personajes que pudieron existir a mediados del 1300, un autor que escucha y que plasma al pie de la letra y que, sin embargo, nos pinta un mundo nuevo, vistos a través de ojos que quieren ver más.

 2.The wife of Bath’s Tale

“Tenía el rostro hermoso, colorado y atrevido, (…) cinco maridos llevó a la iglesia y aun tuvo en su mocedad otras compañías.”[6] La viuda o comadre de Bath es uno de los personajes menos comunes en la literatura medieval: ésta es una mujer que nada calla, que cambia el significado usual de las Sagradas Escrituras para su beneficio, docta en las artes y remedios de amor, es atractiva, joven y dueña de sus decisiones; un personaje que intenta ser una caricatura de la visión femenina de la época y que, no obstante, se coloca como un estandarte feminista con mucho que decir.

La viuda de Bath se opone fuertemente a la visión cortés, y misógina, de la mujer. En su prólogo, ella argumenta que Cristo nunca demanda la virginidad de una doncella. Ella disfruta del sexo y no teme en decírselo a la compañía, y luego procede a narrar una historia que parece desafiar las convenciones del amor cortés.

La mujer y todo lo femenino se ven relegados en las decisiones políticas, culturales y en las manifestaciones literarias medievales. Existen sus excepciones, por supuesto, pero la voz femenina casi no tiene fuerza, y mucho menos bajo la mirada de la omnipresente iglesia cristiana. La mujer es siempre un objeto deseado, un premio, un obstáculo, un demonio, nunca sólo una mujer y nunca la protagonista de la historia.

En su narración un caballero viola a una doncella y es juzgado por el terrible acto, pero la reina Ginebra promete salvarle la vida si responde a la pregunta “¿qué es lo que las mujeres desean más?”. El caballero sale a buscar la respuesta sólo para encontrar que una vieja fea tiene la respuesta y que se la dará si promete casarse con ella. Este es un juego de poder: la respuesta que busca el galán se confirma en la promesa que lo obliga a cumplir. El caballero pierde, la “loathly lady”[7] gana poder, belleza y amor.

Alison —el nombre de la mujer de Bath— es tan dueña de sí misma que ella es la que subyuga a su esposo: “Si, marido quiero, y marido que sea a la par mi deudor y mi siervo, teniendo tribulación en su carne tanto tiempo como yo sea su mujer. Durante toda mi vida debo tener poder sobre su cuerpo, y él no.”[8] Y alcanza el poder a través de su cuerpo, no sólo por la libertad sexual sino por la libertad económica.

La mujer de Bath, congruente con su personalidad burbujeante, nos cuenta una leyenda artúrica que es muy distinta a todas las demás: el amor y el sexo se plasman como ella los vive, en el papel ya no triunfa el ideal caballeresco de la virtud (¿será el cuento de la viuda una respuesta al cuento del caballero?), triunfa el cuerpo, la carnalidad y el deseo. Sin embargo, todo esto se desarrolla dentro de los límites medievales del matrimonio; esta es una lucha dentro del sagrado ring de las convenciones de la época y el gigante que es Alison todavía no puede ver más allá de la edad del mundo en el que vive.

3.The Pardoner’s Tale

“Natural de Roncesvalles y bulero de oficio (…) él hacia mofa, con sus lisonjas y ardides, de los sacerdotes y de la gente común. Empero, era en lo demás clérigo digno, sabiendo leer bien las epístolas e historias de santos, y asimismo cantar un ofertorio”,[9] y el personaje más enigmático de la romería es el último en ser descrito. Enclenque, rubio y ceboso, el bulero es un personaje desagradable que confiesa su libertinaje pero que hace la señal de la cruz como el más devoto de los cristianos.

La Iglesia católica todavía no está cerca de enfrentar a las nuevas filosofías de Erasmo de Rotterdam o de Lutero. Falta un siglo para las reformas, pero todo apunta a que los “menos cultos”, como todos los participantes de la romería, ya gestaban dentro de sí dudas acerca de la solidez del dogma cristiano. Huzinga afirma que “el pueblo pasaba sus días en la rutina de una religión que se había tornado completamente superficial” y que “poseía una fe muy firme, pero ésta no sumía al iletrado en discusiones ni en luchas espirituales”[10].

Existe un contraste continuo entre la religiosidad severa y la que es más laxa. En la peregrinación podemos encontrar a la Priora como un ejemplo de completa fe y en el bulero, una fe que sirve más como excusa para ganarse unos peniques más. En su persona no existe una verdadera convicción: el bulero vende las indulgencias, no por ganancias espirituales, más por ganancias materiales. “Radixmalorumestcupiditas”: la codicia es la raíz de todos los vicios. Que es, y no nos sorprende, el tema de la historia que cuenta a la compañía.

Pero el cuento de los tres amigos no sólo nos habla de la codicia natural en los hombres o de las fechorías de los hombres comunes, sino de un tema más universal, que cubría al mundo de Chaucer como un velo siniestro: la muerte.

Tres amigos, jugadores y viciosos, al enterarse de la muerte de un compañero por un “solapado malhechor” llamado Muerte, prometen buscar al taimado y hacerle pagar por sus maldades. Un viejo los dirige al lugar donde habita la muerte. Ahí encuentran oro y lo que buscaban: la muerte. Elementos puramente alegóricos, como la búsqueda para matar a la muerte o el anciano que guía a los libertinos, se mezclan con elementos realistas y vulgares como los planes de los amigos para acabar con sus compañeros y quedarse, cada quien, con el tesoro.

En la vida “real” tenemos al bulero que vende indulgencias a cambio del perdón de los pecados y la vida eterna, en su narración, los libertinos quieren acabar con la Muerte y, al final, acaban sucumbiendo ante ella. La muerte se presenta más clara y más tangible que la fe de los feligreses. Y tal parece que después de ella no hay nada más. El hombre medieval es conocido por ser “enemigo del mundo” y por querer alcanzar un mundo perfecto siempre más allá.

Pero los jocosos de la época se burlarían de esta creencia: la muerte es inevitable y desconocido lo que viene a continuación, llena tus bolsillos mientras puedes y vive lo más que pueda pues “si tanto anheláis hallar a Muerte, señores, torced por ese camino sinuoso, yo os prometo que no se esconderá ante vuestras jactancias.”[11] Radixmalorumestvitam.[12]

4. Los ojos de Chaucer

En los Cuentos de Canterbury no sólo se muestra cómo los roles sociales fueron cambiando fuera de los círculos cultos y aristocráticos, sino también las ideas acerca de la religión y el mundo durante el siglo catorce. Sobre todo porque los Cuentos son narrados en una peregrinación, actividad religiosa por excelencia, y muchos de los participantes en la romería eran miembros activos del clérigo.

Al igual que en la doble moral caballeresca, existe una marcada hipocresía en la Iglesia: sus emisarios procuran más su alimento y su vestimenta que la salvación de las almas, o de la misma suya. Chaucer no se detiene al criticar a estos personajes. Incluso la descripción de los personajes es caricaturesca, casi grotesca, como para intentar mostrar sus verdaderas intenciones. Lo mismo sucede con la visión de la mujer: ella aún se ve prisionera de la castidad forzosa y el matrimonio, pero poco a poco la liberación se abre camino. ¿Qué está pasando?

El cambio está a punto de suceder. Si bien todavía falta un siglo para que las transformaciones sociales más significativas tengan lugar, éste es un tiempo de fracturas. Pequeñas líneas que atraviesan lo establecido, las convenciones normales para el contemporáneo; se gesta el problema y la solución (si es que este es un problema con solución) llegará con el Renacimiento y siglos posteriores. Sutiles, casi invisibles, transformaciones se están desarrollando frente a los ojos del padre de la literatura inglesa y él tiene la tarea de plasmarlo en papel.

 

[1] Geoffrey Chaucer, Los Cuentos de Canterbury, Porrúa, México, 2005, p. 1.

[2] Johan Huizinga, El otoño de la Edad Media, Alianza, Madrida, 2008, p, 89.

[3] Charles Muscatier, Chaucer and the French tradition, Berkeley, 1957, p 175, consultado en: http://www.courses.fas.harvard.edu/~chaucer/bibliog/musc-kt.htm.

[4] Johan Huizinga, op. cit., p. 90.

[5] Charles Muscatier, op. cit., p. 176.

[6] Geoffrey Chaucer, op. cit., p. 7.

[7] Mary Jones, The Loathly Lady, Estados Unidos, 2004, consultado en: http://www.maryjones.us/jce/loathlylady.html

[8] Geoffrey Chaucer, op. Cit., p, 11.

[9] Ibid., p. 11.

[10] John Huizinga, op. cit., p. 233.

[11] Geoffrey Chaucer, op. cit., p, 170.

[12] La raíz de todos los vicios es la vida.