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Percepción de la muerte en el cuento del Bulero de Geoffrey Chaucer

Michelle Burnett Aguilar

Percepción de la muerte en el cuento del Bulero de Geoffrey Chaucer

Geoffrey Chaucer nace en Inglaterra, aproximadamente en el año 1340, época en la que reina Eduardo III (1327-1377), y en la cual se desarrolló la caballería de tradición continental, y muere en 1400. El reino vivía una época de abundancia, debido, por una parte, a las victorias militares y al desarrollo favorable de un “ideal riguroso de etiqueta y refinamiento”.[1] Para la época en que muere Eduardo III, cambia totalmente el panorama, a causa de seis epidemias de la peste negra, entre 1348 y 1376. Las consecuencias básicas fueron muerte, empobrecimiento y, por supuesto, una transformación en el pensamiento de la idea de la muerte.

A pesar de la posición de Raymond Las Vergnas, que “Cuentos de Canterbury no es la obra donde hay que buscar  el reflejo de los aspectos más sombríos de la segunda mitad del siglo XIV”,[2]  desde mi perspectiva, estos cuentos, y específicamente el “Cuento del bulero”,[3] son una representación de la temporalidad en la que vive Chaucer, aunado al proceso de transformación de la percepción de la muerte en la Edad Media, desde sus inicios hasta finales —del siglo V al XV, aproximadamente—.

Considero que no debe tomarse de forma estática la imagen de la muerte, puesto que el contexto social más las prácticas culturales influyeron en la forma de concepción. Para el presente ensayo, tomaré como base fundamental algunas de las cuestiones expuestas en el cuento, desarrollándolo a partir de algunas consideraciones generales sobre el contexto social.

Cuentos de Canterbury es una obra inacabada. Cada uno cuenta con una sección llamada “Prólogo”, la cual es una herramienta usada por al autor para hilar cada uno de los cuentos. La conexión entre todos es un hostelero. La situación o marco es una peregrinación al santuario de Canterbury y la estadía en la Posada del Tabardo.

“Cuento del bulero” narra la historia de un peregrino predicador que instruye a la sociedad: “Suelo relatar ejemplos de añejas historias, porque al vulgo ignorante le complacen los cuentos viejos, que les es fácil recordar y repetir sin trabajo”,[4]  debido a que sólo a partir de éstos podría enseñarles el camino para el buen obrar. Se recuerda a filósofos como Santo Tomás y San Agustín, quienes mencionaban que era menester que el hombre, en su paso por la tierra, instruyera su mente, porque sólo a través de ésta, podría tener un acercamiento con Dios.

En general, este cuento menciona algunos de los pecados capitales, como la gula sumada a la embriaguez y la avaricia. El bulero narra la historia de tres jóvenes que a partir de los resultados de la peste negra, juran perseguir a Muerte y matarle. Efectivamente, el personaje “Muerte” aparece como un ente tangible y terrenal, cuestión interesante, porque si se mencionara a “La Muerte” se estaría hablando de una lejanía, mas al quitarle el artículo “La” es hablarle directamente.

¡Pardiez que es un antiguo amigo vuestro¡ Murió esta noche de pronto, hallándose tendido en una banqueta, beodo perdido, porque vino cierto solapado malhechor al que llaman Muerte que acaba con todas las gentes de este país, y con lanza quebró en dos mitades el corazón de vuestro amigo, prosiguiendo su camino sin hablar palabra. Y cuando la peste, ese mismo criminal mató a mil personas. De esta manera, señor, me parece provechoso que os prevengáis contra el enemigo, disponiéndoos a afrontarle antes de que os halléis en su presencia. Tal me ha enseñado mi madre y no tengo más que decir”.[5]

Es importante rescatar la idea de tiempo en la Edad Media, se concebía en forma lineal. ¿Qué implica esto? Primeramente, al estar fundamentada por las Sagradas Escrituras, dice que la historia está escrita, que no puede haber variaciones, que Dios es el único que la conoce, porque ya la impuso. Pero también, si dibujamos una línea en una hoja en blanco y enfocamos nuestra atención, la línea en algún momento tiene que terminar, la vida es vista con una caducidad, pero ésta solamente es del cuerpo.

Para el hombre medieval era un terror constante enfrentarse a la imagen de un cuerpo en descomposición, desde el inicio de la Edad Media se establecieron distintos tratados que hablan sobre esto, pero no es sino hasta finales del Medioevo, cuando gracias a la consolidación de ramas artísticas, como la pintura y la escultura, que llega a infundirse el terror hacia la muerte. Esto tiene una explicación sencilla, a partir del siglo XIII, hacia el XIV, se da un abatimiento social bastante considerable: peste negra, sumada con las demás enfermedades que la sociedad venía acarreando: tisis, languidez, “mal de los ardientes”, “fuego de San Antonio o “fuego del infierno”, todos estos males se veían a través de la piel y, evidentemente, si ésta no se veía sana, entonces se temía, pues al dolor que traía se agregaba el rechazo social.

La propagación de estas enfermedades se debió a distintos factores: ciudades amuralladas, limpieza sólo de las partes visibles del cuerpo.

La enfermedad era una limitante del hombre en su actuar en la sociedad, pero también era visto como un castigo divino, pues se creía que “el alma es la forma que informa al cuerpo”,[6] es decir que la dualidad del hombre, siendo cuerpo y alma, no es separada. Se creía que si se tenía el alma tranquila, serena, apacible y no estaba formándose de manera viciada, el cuerpo lo reflejaba, tal como lo menciona H. Vorgrimier: “el cuerpo es la manifestación del espíritu personal, el alma, que sólo llega en el cuerpo a la realidad concreta”.[7] Esto da como resultado otros dos sentidos: primero, el cuerpo es algo miserable y, segundo, es la obra más perfecta de Dios, pero pierde su carácter cuando cae en las redes de las tentaciones, es entonces “el cuerpo considerado sagrario del alma”.[8]

Chaucer menciona precisamente estas tentaciones cuando los tres hombres que buscan a la muerte se encuentran a un viejo, le reprimen que cubra su cuerpo con tantos ropajes y su edad con un tajante “!Eh, rústico mala traza! ¿Por qué vas tan arropado que lo ocultas todo menos semblante? ¿Y cómo es que vives aún siendo tan provecto?”, a lo que el viejo contesta: “Ni aún la muerte quiere quitarme la vida y, por tanto, ando como inquieto vagabundo”[9] y aún con esto él les indica el camino que deben seguir para topar con Muerte. En el transcurso encuentran una riqueza y uno de ellos propone que otro, resulta ser el joven a consecuencia de un juego azar, vaya a la ciudad a comprar algunas cosas, mientras los dos conspiran para matarse y quedarse con el dinero, mas no contaban con que el joven también lo haría. El resultado es la muerte de los tres. Chaucer había hecho una advertencia: “Empero, quien de esos deleites gusta, muerto está mientras preserva en tales vicios”.[10]

A mediados del siglo XIV, F. Petrarca escribe: “La muerte es fin de una prisión sombría/ para las almas nobles, y amargura/ para aquellos que viven en el fango”.[11] Entonces, el hombre medieval sólo transitaba por el mundo terreno, un peregrino que tiene que pasar los obstáculos —prefiero llamarle herramientas de Dios para la cultivación del alma medieval y liberación de la misma—, mencionaba Santo Tomás en su Suma Teológica que si el hombre actuaba de manera inmoral y si estaba tranquilo con su alma, es decir, no sentía ningún remordimiento, entonces, no le mentiría a Dios; mas, sí actuaba mal y se sentía de igual manera, entonces sería castigado.

El hombre medieval del siglo XIV lo único que veía era inmundicia, creía que al haber quebrantado sus acciones estaba siendo castigado, pero a mediados del siglo XIV y principios del XV, el hombre desafió al miedo a la muerte, con el surgimiento de La Danse Macabre que servía para advertir y espantar. Posteriormente la tradición —primeramente como una obra de teatro, después como baile— se transformó en una fiesta. La muerte, a finales de la época medieval, por lo menos en contacto con estas representaciones, ya no era temida, más bien era esperaba.

Desde esta perspectiva, me parece que la forma de escritura que Chaucer utiliza en los Cuentos de Canterbury son una sátira a la muerte y se ve reflejado la transformación en la concepción de ésta, como en al principio expuse. La forma directa de dirigirse a ella y el buscarla para aprehenderla por el daño cometido a la sociedad es un reflejo de la pérdida del miedo, aunque, Chaucer también podría utilizarlo como un engaño. El final del cuento es sugerente, la muerte toma la voz del viejo para seducir a los hombres a que sigan un camino tal, que los lleve a las tentaciones y caigan en ellos.

La muerte, entonces, no sólo es el plano limitado que expuso Huizinga en la Imagen de la muerte,[12], los fragmentos que él retoma narran someramente la idea de la caducidad del cuerpo, desde el plano estético, desde lo bello, pero el temer a la muerte es más profundo, es tratar de despegarse del mundo material, pero también es arriesgarte a entrar en un mundo ideal.

Concuerdo con Huizinga cuando dice que el miedo a la vida, es “(la) negación de la belleza y la dicha, porque hay unidos a ellas dolores y tormentos”.[13] Aunque, también, Odón de Cluny menciona algo trascendental: es un grito de auxilio al hombre medieval para que dejara de lado su depresión o desilusión del mundo en el siglo XIV.

Visto desde la superficialidad en que insiste Huizinga, creo que al mencionar la analogía que hace del hombre con el lince de Beocia, puesto que “puede ver el interior”,[14] habla de un cuerpo corrupto, de la idea de la dualidad del hombre entre cuerpo-alma, muerte-vida, cuerpo-muerte, alma-vida.

Aun con las sanciones que el hombre tomó para la regulación de la sociedad, para tener cierto poder ante el pueblo —recuérdese el Tribunal de la Santa Inquisición—, el temor a la muerte tenía mayor presencia que cualquier institución religiosa y de gobierno; por ejemplo, escribe Bernardo de Morlay[15] un fragmento donde demuestra que la muerte no consideraba si la persona pertenecía o no a la nobleza; al final, tendría que enfrentarse al juez supremo: Dios. Aunque también es de preguntar, ¿qué pasa después de la muerte? ¿Se llega a lo meramente literal, se termina un ciclo y ya?

En el Medievo es más que claro que no, se pretendía, se quería una muerte que diera paso a otra vida, una vida-muerte, o bien, muerte-vida. Aunque Chaucer no lo menciona en su cuento, lo relevante de éste son las huellas que va dejando a través de su narrativa sobre la Muerte, la sociedad, y el papel que tenían los cuentos en el colectivo, los cuales, insisto, servían como instructores de la sociedad.

 

[1] Raymond Las Vergnas, “Prólogo” en Geoffrey Chaucer, Cuentos de Canterbury, Porrúa, México, 2010, p. IX.

[2] Idem.

[3] “Cuento del bulero”, en Geoffrey Chaucer, op. cit., pp. 163-173.

[4] Ibid., p. 165.

[5] Ibid., p. 168.

[6] Emilio Mitre Fernández, Muerte y modelos en la Edad Media Clásica en Edad Media. Revista de Historia, Núm. 6, Madrid, 2003-2004, p. 21.

[7] Ibid, p. 21.

[8] Idem.

[9] Geoffrey Chaucer, op. cit., p. 169.

[10] Ibid, p.167

[11] Emilio Fernández Mitre, op., cit., p 21.

[12] Johan Huizinga, El otoño en la Edad Media, Alianza, Madrid, 2001, pp. 183-199.

[13] Ibíd, p. 187.

[14] “La belleza del cuerpo está sólo en la piel. Pues si los hombres viesen lo que hay debajo de la piel así como se dice que el lince de Beocia puede ver el interior, sentirían asco a la vista de las mujeres. Su lindeza consiste en mucosidad y sangre, en humedad y bilis. El que considera todo que está oculto en las fosas nasales y en la garganta y en el vientre encuentra por todas partes inmundicias. Y si no podemos tocar con las puntas de los dedos una mucosidad o un excremento, ¿cómo podemos sentir el deseo de abrazar el odre de los excrementos?” Ídem.

[15] “¿Dónde está la gloria de Babilonia? / ¿Dónde el temible Nabucodonosor y el poder de Darío y el famoso Ciro? / Como una rueda abandonada de sus fuerzas pasaron. / Queda su fama y se afirma, pero ellos se pudrieron. / ¿Dónde está la curia y el cortejo Julios? ¡César, has desaparecido! Y has sido el más cruel y el más poderoso del mundo. / ¿Dónde están Mario y Fabricio, que no sabía lo que era el oro? / ¿Dónde la honrosa muerte y la memorable acción de Paulo? / ¿Dónde la divina voz filípica?, ¡dónde la celestial de Cicerón? / ¿Dónde la benevolencia para con los conciudadanos y la animosidad contra los rebeldes de Catón? / ¿Dónde Regulo?, ¿y dónde Rómulo y dónde Remo? / Por su nombre subsiste la antigua Rosa”, en Johan Huizinga, op. cit., p. 184.