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La vida breve del chino Jun

Sergio Inestrosa

La vida breve del chino Jun

Cuando el chino Jun llegó a Lima traía la esperanza del triunfo firmemente gravada en su alma. El tiempo ya le había demostrado que era imposible para él éxito en su natal Shanghái, pues las multitudes lo abrumaban, lo incomodaban, le robaban el aire que necesitaba para respirar. Entonces decidió poner sus esperanzas en el remoto Perú, donde vivía, desde hacía ya años, un tío suyo, uno de los primos de su difunta madre.

Su tío Hao estaba casado, desde hacía ya algún tiempo con Lourdes, una mujer de la selva amazónica, pero desde que se casaron en Iquitos se fueron a vivir al Callao donde tenían dos restaurantes, una cevichería que atendía Lourdes, su mujer, y una Chifa donde su tío siempre necesitaba de ayudantes, pues el negocio iba viento en popa. Y es que como decía con gran sabiduría la mujer de su tío “aunque las cosas no estén del todo bien con tanta corrupción política en el Perú, la gente de todas maneras tiene que comer” y todo el mundo sabía que en las Chifas se come bien y barato. 

Fue idea de Lourdes el abrir dos restaurantes, uno al lado del otro, pues ella pensaba, con toda razón, que de esta forma lograrían retener a la mayoría comensales, “quien no quisiera comer ceviche seguramente querrá comer en la Chifa, decía, y al final la platita se quedará con nosotros”. Su marido no podía estar más de acuerdo con esa estrategia de negocios.

Lourdes había nacido a las riveras del río Nanay, en un pueblo pequeño pero con un nombre muy grande, La Libertad, pero desde chica sus padres se fueron a vivir a Iquitos, pues le tenían miedo a los muchachos de Sendero Luminoso que tenían mucho poder en la selva. En Iquitos, Lourdes conoció a Hao, que había llegado unos años antes para trabajar en los yacimientos petroleros. A su modo ambos eran felices aunque venían de mundos muy distintos, ella de la impresionante selva amazónica y él de una país mítico y milenario; más que el amor los unía el silencio y la pasión del dinero. Ambos eran reservados y hablan solo lo necesario, aun en la intimidad.

Tan solo salir del aeropuerto, Jun se sintió acogido, lo primero que respiró fue el fuerte olor a mar y eso hermanó a Lima con su natal Shanghái, además había tanto chino en la ciudad, en especial en el Callao que era como si solo se hubiera movido de la súper poblada municipalidad de Shanghái a una municipalidad vecina. Con el tiempo Jun descubriría que la división administrativa del Perú se parecía mucho a la de China, quizá por ello sus compatriotas se sentían tan a gusto en este país del sur. Además, a diferencia de otros muchos países, la política migratoria del país era bastante amigable con los extranjeros, en especial con los de origen asiático a quienes la gente estimaba por trabajadores, ahorrativos y reservados, pues rara vez se metían en problemas. 

Al recibir en el aeropuerto, su tío Hao, le contó que en el Perú la gente gustaba tanto de los asiáticos que hasta habían tenido un presidente japonés, aunque todos lo llamaban el chino, y era él quien había puesto las bases del Perú moderno, aunque los políticos actuales no le dieran crédito por ello y solo se acordarán de las fechorías que sus allegados políticos habían hecho durante su gobierno y de la brutalidad desatada por su gobierno para combatir a la guerrilla de Sendero Luminoso. Y aunque seguía estando preso, la gente sencilla lo quería mucho pues había hecho lo que ningún otro político hizo nunca, cumplir sus promesas.

Jun, a quien la gente en el restaurante llamaba el chino Juan sin que a él le importara un comino que le castellanizaran el nombre, trabajaba en el restaurante de su tío seis días a la semana y descansaba los lunes, cuando el restaurante cerraba. Jun hacía de todo, según lo americana la ocasión, a veces cocinaba, otras fregaba los trastes, limpiaba las mesas, acomodaba a los clientes o servía mesas. Y siempre tuvo para los demás clientes o trabajadores, un gesto de sencilla cordialidad.

Jun dedicaba los lunes para salir a conocer su nuevo ambiente, primero empezó a familiarizarse con su zona inmediata, el Callao, después se empezó a aventurar a visitar la zona del centro, se enamoró perdidamente del centro de Lima, de sus balcones, de la modesta plaza de armas, de sus palmeras y su extranjera fuente. La catedral, el Palacio de Gobierno y el Arzobispado le parecieron construcciones demasiado pretensiosas para un país empobrecido, otra señal de la ancestral corrupción de los individuos y las instituciones que regían el país.

Su tío le había advertido que debería tener cuidado cuando fuera al centro no podía pasar hacia lo que se llamaban los Barrios Altos, pues era muy peligroso para cualquiera y más para un chino recién llegado y antes de salir de casa siempre le repetía que por nada del mundo se atreviera a ir más allá de los límites del Barrio Chino.

Pasados unos meses, Jun se dedicó a visitar algunos de los barrios residenciales de Lima, San Isidro, Miraflores, Barranco aunque nunca alcanzó a llegar hasta Chorrillos, que le parecía ya muy distante de Callao y seguía siendo un tanto peligroso. Miraflores era su barrio favorito, especialmente el área del parque del Amor; por lo general caminaba desde allí hasta Larcomar, que a su juicio era un despropósito para una ciudad como Lima. También le gustaba visitar el parque Kennedy, donde abundaban los gatos, un día incluso se atrevió a llevarse uno para que le hiciera compañía en el cuarto que su tío Hao le alquilaba.

Tampoco se había atrevido a ir a los nuevos barrios como La Molina donde le habían dicho vivía la nueva clase política limeña, los banqueros y los altos ejecutivos de corporativos internacionales; a Jun lo intimidaba pensar que la seguridad que patrulla estos lugares lo pudiera parar y pedirle documentos, aunque imaginaba que la vista desde esos cerros debería de ser espectacular. 

Un lunes de mayo, su tío Hao y Lourdes lo invitaron a ir de paseo a la parte norte de la ciudad, a un lugar llamado Lomas de Lachay, este lugar era famoso por ser una reserva ecológica y porque tenían una vista muy linda del mar. Desde lo alto del cerro, su tío le señaló unas islas y le dijo que antes el Perú había sido el mayor exportador de guano en el mundo y que justamente lo recolectaban en todas esas islas que tenían a la vista. Jun apreció la invitación, pese a que el sol de todo el día lo terminó por cansar. El no estaba aún acostumbrado a la fuerza del sol ecuatorial.

Al regresar a casa, Jun se dio un baño largo, se tomó una taza de té y se fue a su dormir aun sin cenar. El día tendría que madrugar para ir con su tío a comprar pescado para los dos restaurantes.

“Debe ser que cogió mucho sol” comentó Lourdes ante la sorpresa expresada por su marido respecto al cansancio de Jun. 

A las cinco de la mañana Hao estaba listo para partir y al ver que Jun no estaba listo se fue solo a la playa para hacer las compras, él sabía que quien llegaba primero se llevaba el mejor pescado. Cuando regresó, dos horas más tarde, y descubrió que Jun seguía acostado se comenzó a preocupar, eso estaba muy raro, y pensó que tal vez algo andaba mal con su sobrino. No era normal que Jun siguiera en la cama, así que entró al cuarto sin preocuparse demasiado del ruido y se asustó al ver al gato que salió corriendo del cuarto. Llamó a Jun y al no recibir respuesta, encendió la luz, y se acercó a la cama y lo encontró inconsciente e hirviendo en fiebre. Salió del cuarto asustado y le pidió a su mujer que llamara al servicio de emergencias.

Dos horas más tarde, Jun había muerto en el hospital Carrión. 

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