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Transiciones femeninas

Fernando Cuevas

Transiciones femeninas

Mujeres en diferentes circunstancias inmersas dentro de procesos de toma de decisiones radicales, resolución de problemas que estallan en la cara y búsqueda de comprensión: van y vienen tratando de encontrar su lugar en contextos inéditos para ellas, como si se tratara de reinventarse constantemente para atinar a responder los imperativos emergentes que surgen de manera caprichosa e imprevista. Curiosamente, mientras escribo estas líneas, escucho el disco de Eleni Karaindrou de Las troyanas, sobre la tragedia de Eurípides.

Educar con el ejemplo

Tenemos pocas referencias del cine búlgaro en comparación con otras manifestaciones fílmicas de países de Europa del Este como Hungría y Rumania. Como parte de la 62ª Muestra de cine que se presenta en la ciudad de León, llega La lección (Bulgaria-Grecia, 2016), filme que construye un dilema moral en torno a una rígida maestra de inglés (notable Margita Gosheva) que se enfrenta al robo en su salón de clase, como un hecho reprobable que de pronto parece convertirse en la única salida: ella sabe que su función formadora, finalmente, se sustenta en la credibilidad y el ejemplo personal, no tanto en imperativos éticos abstractos que se aplican en forma discrecional.

Después de sobrevivir a gobiernos totalitarios satélites de la extinta URSS, varios países de la región enfrentan ahora un capitalismo salvaje caracterizado por la predominancia de grupos oligárquicos y por las complicidades entre particulares y gobierno para mantener el control político y económico, no muy distinto de lo que sucede en México, en donde si se va a levantar una denuncia, igual uno se encuentra al cómplice del delincuente atendiendo a las víctimas. Además, la inflexibilidad de los bancos y su voracidad terminan por empujar al ciudadano de a pie a situaciones de total angustia, al grado de perder su patrimonio y quedarse en la calle.

Al estilo de los hermanos Dardenne y toda la tradición del realismo en el cine, los realizadores Kristina Gorzeva y Petar Balchanov, de quienes ya se estrenó Un minuto de gloria (2016), plantean una situación problemática en desnudos planos con cámara al hombro, exentos de musicalización o algún artilugio visual, manteniendo un buen ritmo narrativo: en el salón de clase se ha cometido un robo y la maestra busca aprovechar el caso como detonante educativo, buscando que el estudiante culpable tome conciencia de sus actos. Las estrategias propuestas no funcionan, hasta que la realidad misma confronta no sólo al alumno, sino a la propia maestra.

En simultáneo, ella misma se ve involucrada en un problema económico que la puede llevar a perder su casa dado que su marido, padre cariñoso pero irresponsable en cuanto al gasto familiar, no pagó las mensualidades correspondientes porque las invirtió en una casa rodante que, simbólicamente, no termina por arrancar, se vuelve imposible de vender y obstruye el acceso al hogar. También dedicada a las traducciones, esta mujer espera en vano que una pequeña empresa en proceso de quiebra, y que a su vez depende de otros peces más grandes, le pague un trabajo realizado, para poder cubrir con la asfixiante deuda.

Como sucedía en Yo, Daniel Blake (Loach, 2016), la profesora iniciará un desesperante periplo que incluye a su padre con todo y la novia new age, al mismo banco para solicitar ayuda y hasta a considerar la posibilidad de prostituirse. Los vínculos entre el suceso dentro del aula y su vida personal se van estrechando paulatinamente al punto de convertirse en un complejo entramado moral que coloca a la profesora en un estado de reflexión silenciosa, más orientada a la búsqueda de alternativas que al victimismo. Eso sí, uno como docente sabe que, al final, las lecciones terminan siendo para uno mismo.

El monstruo que todos llevamos dentro

Dirigida y escrita por el español Nacho Vigalondo en su segunda incursión dentro del cine estadounidense después de la fallida Open Windows: Persecución virtual (2014), Ella es un monstruo (Colossal, Canadá-EU-España-Corea del sur, 2017) plantea la importancia de las consecuencias que acarrean los actos individuales, por más que uno crea que lo que se hace en lo privado no tiene repercusiones más allá de la esfera individual. En efecto, pareciera que el subtexto de la película se enfoca a señalar que el desastre de vida al que todo mundo tiene derecho, puede traer catástrofes mucho más allá de lo esperado que rebasan el libre albedrío.

La arriesgada apuesta, que no alcanza a justificar del todo la relación entre ambos personajes centrales, consiste en cruzar dos géneros en apariencia ajenos: la comedia dramática propia del cine independiente (incluyendo presupuesto e intérpretes del mainstream, por supuesto), con el cine del lejano oriente, sobre todo japonés aunque también coreano, que combina el Tokusatsu, por el uso frecuente de efectos especiales y el kaiju, por la presencia de monstruos que emergen para salvar o destruir el mundo, según los caprichos del guionista en turno.

Grabada en locaciones de Vancouver, la historia sigue a una treintañera cargando con una adolescencia perpetua de madrugadas interminables (Anne Hathaway, versátil) que decide regresar a su pueblo tras ser cortada por el galán (Dan Stevens) e invitada a abandonar el departamento en el que vivían. Ahí se reencuentra con un ex compañero escolar también arrastrando sus propias derrotas (Jason Sudeikis, adecuado en los cambios de tono) que le ofrece trabajo en su bar, mientras convive con los dos amigos de su empleador (un simpático Tim Blake Nelson y un tímido Austin Stowell) y observa con angustia cómo una criatura aparecida como de otra dimensión asola Seúl.

El diseño de los personajes languidece conforme avanza la historia, sobre todo por los cambios bruscos de conducta que difícilmente se justifican; la explicación acerca de la relación entre la historia de la mujer y los sucesos en Corea se tratan de sustentar a partir de flashbacks que resultan poco convincentes para efectos de entender las motivaciones de los protagonistas y sus acciones, tanto en su etapa escolar como ahora de adultos. Tampoco resulta claro por qué ella optaría por irse con un hombre que desprecia su labor como mesera, y las razones por las cuales volvió a la casa de su infancia. Eso sí, el filme termina por ser un disfrutable intento de plantear la relación entre las decisiones individuales y las repercusiones globales.

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