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La pesadilla de JB Stanislas: Nick Garrie y el secreto a voces más bonito del pop

Esteban Cisneros

La pesadilla de JB Stanislas: Nick Garrie y el secreto a voces más bonito del pop

Curioso, este caso. Extravagante, brillante detrás de una capa de opaco, esta historia. Porque toca hablar de uno de esos discos, de los legendarios, de los que hay que escuchar de manera obligatoria. Un disco que, por cierto, fue una gema perdida durante décadas y que, paradojas, fue gracias a la Internet que ha sido descubierto por muchos y revalorado por los pocos que tuvieron la fortuna de escucharle en su momento.

Hablemos de Nick Garrie, ese británico nacido en 1949, mezcla de sangres rusa y escocesa; la historia dice que desde niño vivió en París y que a mediados de los años 60 regresó a Inglaterra. Obsesivo de la poesía, la música (cantó en el coro), pronto regresó a los ambientes franceses para seguir cultivando su amor por el surrealismo y seguir viviendo al límite de las circunstancias, durmiendo en las calles y en las playas, rompiendo cosas, cantando en los cafés con un amigo violinista y vagabundeando con febril convicción. Para evitar el servicio militar, viajó por toda Europa, haciendo importantes escalas en Amsterdam, donde comenzó a hacer dinero y se unió a la naciente contracultura jipi abanderada por el Pink Floyd de Syd Barrett; en Italia, actuó en la televisión; en Bélgica, grabó unas demos con su guitarra acústica de algunas canciones folk que había estado trabajando durante ese tiempo.

Estas grabaciones llegaron, gracias a un amigo de la familia, a los hombres de traje y corbata ancha de la disquera francesa Disc’Az, quienes le buscaron para que grabara con ellos. Era 1969. Eddie Vartan, hermano de la híper-chica-ye-yé rubia Sylvie Vartan, fue asignado como productor. Nick Garrie, un artista que sabía lo que quería, había vivido lo suyo y tenía la gran oportunidad de hacerlo grande, entró caminando a una espiral extraña que parecía un mal sueño, aunque no había manera de saberlo. Casado al sonido acústico de sus demos, se encontró con que Vartan estaba trabajando con una orquesta de cincuenta-y-tantos músicos, veteranos de las grabaciones de Disc’Az. Sus ideas fueron ignoradas. Salió descorazonado de allí, incluso renunciando incluso a tener una copia del disco, pero la cosa estaba lejos de terminar.

Con la grabación ya prensada en disco y lista para ser lanzada, vino la tragedia. Lucien Morse, cabeza de Disc’Az y el motor administrativo tras el debut de Nick Garrie, se suicidó. Todos los planes de promoción y distribución estratégica se fueron al carajo y The Nightmare of J.B. Stanislas, como se llamó el álbum al final, fue lanzado al mundo como un miserable niño huérfano: su padre renegando de él, sus protectores ausentes.

Nick Garrie desapareció. Se dice que fue universitario, profesor, jugador de rugby, instructor de ski de Paul y Linda McCartney, obrero y cantante de ducha. Quince años después de su primera sesión de grabación, entró de nuevo al estudio bajo un nuevo nombre (Nick Hamilton) para, ahora sí, hacer su disco folk; en los noventa volvió a grabar. Nada de trascendencia mundial, pero sí de mucha satisfacción para Garrie, de exorcismo de demonios y de ajuste de cuentas; o eso creía él, al menos. De su pesadilla de Stanislas circulaban por el mundo muy pocas copias, así que no tenía de qué preocuparse: no tendría que saber nada más de su Frankenstein. Nadie le preguntaría por él. En eso también estaba equivocado.

Cuando algo vale la pena, encuentra la manera de salir a la superficie. Siempre hay un par de ojos o de oídos buscando tesoros en las bodegas, en las trastiendas y, si es preciso, en los basureros. The Nightmare of J.B. Stanislas era un secreto a voces, una obra maestra maldita que pocos habían escuchado pero que, de un momento a otro, los coleccionistas y ávidos de la psicodelia sixties comenzaron a perseguir como un bocadillo los hambrientos. ¿Era verdad que un británico bohemio había grabado un disco impresionante y que permanecía perdido y sin escuchar? Las pocas copias en vinilo comenzaron a venderse en precios tan altos (de cuatro cifras) que la leyenda sólo creció. El mismo Garrie contó ya en los primeros años del XXI, lleno de canas y de extraña nostalgia, que un día buscó su disco en la Internet, por morbo puro. Se encontró con que había montones de blogs que lo reseñaban, lo compartían y, además, lo adoraban.

La cosa es que The Nightmare of J.B. Stanislas, a pesar de que su autor se canse de negarlo, es un disco entre un millón: emocionante, importante, tremendo. Los adjetivos van a quedarse cortos. Contrario a, por mencionar un burdo ejemplo, Let It Be, la música de Garrie creció con los arreglos orquestales magnánimos. Stanislas es pop barroco no sólo de manufactura de primera (“Stephanie City”), sino lleno de adrenalina (“Wheel of Fortune”), vertiginoso (“Ink Pot Eyes”). A veces bucólico (“Can I Stay With You”), otras casi vodevilesco (“Bungles Tours”), es una mezcla de lo mejor del Macca de la época Rubber Soul-Revolver, los Small Faces de Ogden’s Nut Gone Flake y los Zombies del Odessey and Oracle; doce canciones intimistas y, al mismo tiempo, retóricas, exultantes. A bloody masterpiece!

Rev-Ola reeditó Stanislas en 2005 y, animado por su gente cercana, Garrie regresó a grabar con el nombre que le ha dado notoriedad en 2009, con el sello español Elefant. La reedición de su obra maestra, por cierto, incluye algunas de las demos acústicas que Nick sigue prefiriendo sobre las canciones producidas por Vartan (quien murió en 2001 y a quien Garrie no guarda rencor ni nada parecido; le considera un gran tipo con un oído distinto al suyo.) Están ahí también, como bonus, dos tracks, “Queen of Spades” y “Close Your Eyes”, de un single que editó previo a Stanislas; dos muestras de excelente psicodelia que, no obstante, Garrie también desprecia abiertamente. Tras escuchar las demos acústicas, no cabe duda de que son excelentes. Aún así, Stanislas con orquesta completa sigue siendo la opción a elegir. Es un jodido discazo.

El mundo le ha hecho justicia a la música de Nick Garrie. Ahí está para los oídos inquietos. Sibaritas pop, id por él. Haced poco caso al Sr. Garrie. No os arrepentiréis.

C/S.

 

 

 

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Esteban Cisneros
(León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú y los Beatles. Está convencido de que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.

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