miércoles. 24.04.2024
El Tiempo
Es lo Cotidiano

Easy, my child; it’s just enough to believe

Andrés Baldíos

Easy, my child; it’s just enough to believe

Cuando aparecí en el kínder tenía la misma edad que ahora. El ver a todos esos niños aglomerados en una celebración que desconocía me produjo una sensación de extrañeza incómoda, como si formara parte del grupo, como si me hubiesen atrasado de grado, como si ellos fuesen mis compañeros de clase. Sabía que no podía ser el maestro porque había alguien más en el aula: una señora de cuarenta y tantos años que reunía a los emocionados niños para una pequeña bienvenida. ¿Quiénes vienen?, pregunté a los niños. Ellos me respondieron en balbuceos. Estaban tan entusiasmados que se encimaban donde podían. Sacaban todos los juguetes de los estantes, se distraían unos segundos y retornaban a la espera.

Estaba comenzando a hartarme cuando llegó mi respuesta: daríamos la bienvenida a un grupo de comediantes y magos que nos visitarían por el Día del Niño. Esto definitivamente no era para mí. Tenía fuertes deseos de salir, pero un fastidioso impulso de curiosidad me hacía quedarme; me sentía esperar por una de esas sorpresas que los niños adoran. Me asqueaba el pensar que podría estar convirtiéndome en niño. No pensaba resignarme. Grité a la señora que terminaba de acomodar a los niños pero se dirigía a mí con una sonrisa toscamente infantil y me hacía señas de que me atendería en unos momentos.

Pensaba en simplemente levantarme y retirarme, pero mis piernas iniciaron el temblorcillo de un éxtasis al que no correspondía con la debida entrega. Era como si mi maldito cuerpo quisiera quedarse.

No le pienses mucho, sólo quédate, me dijo una preciosa voz que provenía de una montaña de juguetes arrumbada en una de las esquinas del salón. Un brazo de tersura indescriptible salió por entre un par de peluches. Luego, toda la imposiblemente hermosa figura de una muchacha que hizo sobresaltar a los niños de alegría se presentó ante mi personalidad restringida por sí misma. Jugábamos a las escondidas pero me quedé dormida, me dijo la muchacha (su voz me recordó lo mejor de la vida). Rió como un ensueño. Yo no podía dejar de mantenerme en mi áspera incomodidad. Le dije a la muchacha que yo no tenía por qué estar aquí, que yo no era tan estúpido como para haber sido bajado de grado. No es eso, me contestó ella. No te bajaron de grado, muchacho; simplemente te hacía falta una oportunidad. ¿Cómo?, le pregunté. Tú sabes más de eso que yo, me dijo, y sonrió al unísono de las circunstancias.

Se acercó a mí, acomodó un pequeño fleco que colgaba en mi frente y luego tocó mi nariz con su dedo índice. ¿Por qué no sigues la corriente? Me pidió que me sentara junto a ella. Yo accedí con una elegancia que no era la mía. Fue ahí donde sentí que todo, realmente todo, podría ser lo suficientemente bueno como para aferrarme a un rencor que sólo deploraba mis mejores momentos. Sonreí como pude. Pero finalmente sonreí. Los comediantes y magos estaban por entrar cuando la muchacha me miró a los ojos, me sonrió, y me dijo: ¡ya casi están aquí! ¿No es genial? Si, lo es, dije yo, con mi más pura honestidad.

Todavía me quedan marcas de los muchos abrazos de aquel día.

***
Andrés Baldíos
es escritor. Los primeros peldaños son peligrosos, su hasta ahora primer libro de cuentos, fue editado en 2012 por San Roque.

[Ir a la portada de Tachas 221]