sábado. 20.04.2024
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Lo que se llama por su nombre, de Benjamín Valdivia

Jaime Panqueva

Lo que se llama por su nombre, de Benjamín Valdivia


Si (como afirma el griego en el Cratilo)
El nombre es arquetipo de la cosa,
En las letras de rosa está la rosa
Y todo el Nilo en la palabra Nilo.

Como versificaba Borges en El Gólem, la noción presocrática de que las palabras contienen la esencia de las cosas ha traspasado los milenios e influye en la creación que busca la palabra precisa para nombrar el mundo.

Por encima paso de la discusión sobre si se trata de una plaquette, un libro, un opúsculo, una artesanía libresca. Celebro que la editorial El principio del caos de Max Santoyo haya publicado esta serie de poemas en un artefacto que se aprecia por su sencillez y tosca belleza de papel craft reciclado y tinta bermeja. La particular exploración de Santoyo dentro del oficio editorial nos brinda el tercer integrante de una colección que inauguró hace un poco más de un año A cierta distancia de Juan Manuel Ramírez Palomares, y que continuó con El deseo es ataque lentísimo de Verónica Puente. 

Del poema Kalon:

Lo que se llama por su nombre jamás puede
otra cosa que nombrar tu nombre:
Tierra de las promesas escondidas,
Solar atestado de violetas,
Agua de coco.
Cuando recuerdo al paso
cualquier cosa sencilla y anhelante
es el recuerdo que pregunta por tu nombre:
Pájaros que navegan de vuelta al horizonte,
Gotas de agua que la aurora detuvo sobre un lirio,
Música que soñé la tarde en que te vi dos veces.

En Lo que se llama por su nombre, la voz poética empleada por Valdivia torna a los ideales platónicos primigenios de belleza y movimiento, a las nociones de Cratilo, al movimiento de los cuerpos celestes, a la evocación del cuerpo y los conceptos clásicos. Según el autor, se trata de un libro personal, escrito hace un par de décadas, que ha resistido el tiempo y buscaba un recipiente particular, preciso.   

Cierro esta breve intervención con otro ejemplo:

Uranos. Que contempla las cosas desde lo alto
Desde lo alto contemplamos
las cosas de la tierra.
Somos amor sin cuerpos, mejor dicho:
más allá de los cuerpos.
Cuando los labios se besan en los sitios
fugaces del planeta,
una constelación crece y se extiende
en los plantíos del cielo.
Y yo, que aspiro siempre, siempre,
en altura y en secreto labro
esta constelación florecida:
la radiación fulgurante
a partir del tronco y la raíz.

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