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Charles Bradley, la voz del dolor

Esteban Cisneros

Charles Bradley. Foto, Lindsey Brooke Bowen, 2017
Charles Bradley. Foto de Lindsey Brooke Bowen, 2017
Charles Bradley, la voz del dolor

Este texto fue escrito en enero de 2012 y fue originalmente publicado en El Heraldo de León. Era un, ya entonces, merecidísimo homenaje a Charles Bradley, una voz increíble producto de una historia tremenda (ese mismo año se estrenó Soul of America, un documental sobre él).

Charles Bradley falleció por un puto cáncer el 23 de septiembre de 2017. Republicamos el texto, íntegro, como un tributo a la música y a la esperanza, a la vida y al porvenir.

This world is going up in flames
and nobody wants to take the blame.
Don't tell me how to live my life
when you never felt the pain.

Charles Bradley, The World (Is Going Up In Flames)

Los tiempos difíciles se sobreviven cantando. Y vaya tiempos que se viven. Charles Bradley lo sabe, lo ha vivido todo detrás de esos ojos de fuego, y si está vivo hoy es por la música.

A este señor hay que escucharle. A sus 62 años es el cantante emergente más emocionante del mundo y voz de uno de los grandes discos del año que recién terminó. Es un tipo sabio. Es un romántico que, sin pecar de optimista ni idealista, ha pasado por las pruebas vitales más duras y está consciente de que el mundo es una mierda. Pero canta. Canta porque es lo que le da sentido. Canta porque sabe que necesitamos de música con alma y corazón. Qué seríamos sin ella.

La respuesta está allí afuera. Mira.

Charles Bradley nació en Florida en 1948. Se mudó desde muy niño a Brooklyn y se crió en la calle. En la tristeza de su infancia ocurrió una Gran Revelación: su hermana le llevó al Apollo, un viejo teatro en Harlem, a ver a James Brown. Era 1962.

A partir de entonces, lo único que quería hacer era cantar. Lo único que quería ser era James Brown. Practicaba con un palo de escoba y giraba y gritaba como lo hacía El Padrino. No había otra cosa en su cabeza. Pero sí en su vida: había que ganársela y terminó en Maine, cocinando en un bar. Ocasionalmente cantaba con un grupo de inquietos con los que se encontró en algún momento, pero no pasaba de ser una diversión. Alguna vez se subió a un escenario a cantar para los empleados del programa gubernamental de ayuda que le había mandando a Maine en primer lugar. Sólo ahí, frente a la gente, jugando a ser James Brown, se sentía bien.

Su grupo fue desgajándose de a poco. Casi todos terminaron en Vietnam. Él se quedó, moviéndose ahora a Wassaic, donde cocinó para un hospital psiquiátrico. Tras una década de una vida lánguida y desesperada, se lanzó a la carretera a buscar algo mejor. Nada podía ser peor. Hizo dedo y llegó a Canadá. Dice la leyenda que una de las personas con las que viajó le confesó haber matado a su esposa e hijos. Su viaje hizo pausa en Alaska, donde de nuevo trabajó en una cocina. Aún sin encontrar algo que lo hiciese quedarse, y con un poco de dinero en el bolsillo, voló hasta California, donde se quedó por veinte años. Se ganó la vida de chef; de cuando en cuando cantaba en algún bareto, impresionando a quien lo escuchaba, pero no mucho más. Tras 17 años, y cuando todo parecía ir bien, le echaron de su empleo sin mayor explicación. Decidió regresar a Brooklyn, establecerse humildemente y ganar un poco de dinero haciendo trabajos manuales aquí y allá (dicen que hizo trabajos de plomería en Daptone Records.) A los 51 años estaba, también, trabajando en clubes nocturnos como imitador de James Brown bajo el nombre Black Velvet.

Y entonces, tragedia: su hermano fue muerto a balazos. Como personaje de un blues de Albert King, perdió el rumbo. Lo único que le mantenía vivo era cantar. Y un día de 2002 en que Black Velvet actuaba en un local en Bedford-Stuyvesant, su historia dio otro giro. Entre el público estaba un impresionado Gabriel Roth de Daptone Records. Convencido de haber encontrado La Próxima Cosa Grande, lo llevó a los estudios House of Soul para una sesión con el grupo de la casa, Sugarman 3. Grabó un single, Take It As It Comes. Entusiasmado por el primer registro fonográfico de su talento, comenzó a trabajar con un grupo de funk de Staten Island conocido por sus rabiosas interpretaciones basadas en el estilo primigenio de James Brown: Dirt Rifle & The Bullets. Dos singles (Now That I'm Gone de 2004 y This Love Ain't Big Enough For The Two Of Us de 2006), bajo el nombre Charles Bradley & The Bullets, recogen el material que resultó de esta colisión de dos gigantes.

Thomas Brenneck, guitarrista del grupo, se sintió inmediatamente identificado con Charles. Tras la disolución de The Bullets (que se convirtieron en otro grandísimo combo, The Budos Band) se puso a trabajar nueva música con un nuevo grupo, The Menahan Street Band. Invitó a Charles a cantar y en las sesiones éste le contó su trágica historia. Brenneck, con un agujero en el corazón, conminó a Charles Bradley a asumir su dolor y transformarlo en música, escribiendo letras que hablasen sobre su vida. Se acababa de establecer Dunham Records, una subsidiaria de Daptone, así que se pusieron a grabar nuevo material para lanzar de inmediato. The World (is Going Up in Flames) de 2007 fue la primera canción de las nuevas sesiones, que salió acompañada de la gigantesca Heartaches and Pain como lado B (uno de los mejores singles del nuevo milenio.) Le siguió un año después The Telephone Song, con un sonido menos crudo, pero igual de poderoso. Tendría que salir otro single en 2010, No Time For Dreaming/Golden Rule (y una curiosidad navideña, Everyday Is Christmas When I'm Lovin' You con las Gospel Queens), antes de un LP que tardó casi 40 años en poder concretarse. El sueño, por fin, se cumplía.

Charles Bradley vio, por fin, en enero de 2011 cómo se imprimía un disco de 12 canciones propias, con la Menahan Street Band acompañándole. No Time For Dreaming se convirtió de inmediato en un favorito entre los seguidores de la música un poco revivalista, un poco vanguardista de Daptone. En una época propicia para la resucitación mainstream del soul, Charles Bradley destaca porque es un tipo de verdad, que ha vivido sus canciones y que tiene una voz que tiene poco de artificio y mucho de espiritual. Otras cantantes con influencia soul se hincharán de billetes, pero pronto se convertirán en música de supermercado. Lo de Charles Bradley es distinto: él ha cumplido su sueño, nos ha hecho felices de paso y le ha dado un poquito de sentido a este mundo imbécil.

A pesar de todo, la música de este señor es música para hoy. Nunca antes le habíamos necesitado tanto. Si la revolución ocurrirá en este año raro que empieza, que lleve música de Charles Bradley. Si no, para qué. Él lo sabe mejor, porque ya estuvo allí.

Gracias, míster Bradley. Ojalá nos dure muchos años más.

C/S.

 

 

 

 

 

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Esteban Cisneros
(León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú y los Beatles. Está convencido de que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.

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