Es lo Cotidiano

Casa tomada

Esteban Cisneros

Casa tomada

Coleccionar es un problema. Un maldito problema. Quien se divierte coleccionando, no lo hace de verdad. Hacerlo es sufrir. Es la única manera.

He dicho.

Compartir vida y techo con alguien implica una intensa y diaria negociación. Pero como en todo, hay cosas no negociables. Ella sabía que no me mudaría sin mis discos y libros y así se asumió el asunto desde el inicio.

La idea fue convertir una habitación en estudio en donde se pudiera trabajar. Era evidente que sería un espacio dominado por mí, pues aunque ella tiene sus libros y discos, de ninguna manera se comparan en cantidad a los que he acumulado disciplinadamente a lo largo de años de búsqueda aquí y allá. Coleccionar, repito, es un problema.

Una habitación se estableció, entonces, como estudio. Se colocó un escritorio que pronto se llenó de libros y papeles. Era de esperarse: comenzó lenta y segura una invasión de lemmings en forma de libros, discos, películas, papeles, periódicos. El lugar para trabajar se llenó de cosas. Los libreros no eran suficientes y había libros aquí y allá. Comenzaron, incluso, a invadir el cuarto donde dormimos, que debía ser un espacio libre de fantasmas para tener paz.

Un necesario paréntesis: ella una vez sugirió que en mi casa anterior a ésta sufría de intensos insomnios porque estaba rodeado de libros y discos y películas en el cuarto en que estaba mi cama. La explicación down to earth era que me distraían demasiado. La explicación poética es que esos contienen fantasmas y que rondan por las noches. Y es que, claro, esos discos de 1956 qué cosas no han visto ya, qué historias no cuentan ya, qué espíritus no contienen. Y esos espíritus se revelan. Así que, epa, fuera del cuarto, por favor, que aquí se descansa. Intimidad, por favor. Si viene un libro para leer en la noche, que salga en cuanto se termine y que venga el siguiente, sin acumulación. Disciplina, señor.

El trato era difícil de llevar. Hubo que conseguir nuevos estantes para poner a reposar a los fantasmas e invocarlos sólo cuando fuese estrictamente necesario. El nuevo arreglo funcionó por unas semanas. Además, me fascinan esos momentos de Gran Reorganización, en que los discos se reordenan (en este caso volví al género/alfabético tan arbitrario que me gusta y me funciona), los libros se releen enteros con sólo ver esa portada que hacía meses no se veía y se descubren películas que no se han visto pero que ahí estaban esperando el momento. Así saben los momentos en los que uno se detiene en un camino a descansar y a rememorar. Para los que hacemos camino en la ciudad, entre un trabajo y otro, leyendo, escuchando, conversando en bares y comiendo en horas robadas a la vida, son rompimientos de rutina necesarios. Además, claro, los espectros quedaban por fin en su lugar, formando un mosaico increíble de colores y formas.

Pero al poco tiempo, regresaron. Los fantasmas comenzaron invadiendo los dos niveles de mi buró. Siguieron avanzando hacia una cómoda blanca que nos hizo prometer mantenerla así de impecable y limpia siempre y ya le estábamos fallando. Pronto, los fantasmas estaban ya sobre los dos burós, en una mesita adicional y hasta en el suelo en una esquina. Cuando se intentó una segunda Gran Reorganización, hacían falta más estantes. Se consiguieron. Pero ya conocen estas historias: los fantasmas nunca se van.

Hay cosas no negociables. Una de ellas era la mudanza con discos y libros. Pero los fantasmas a los que yo les abrí la puerta, los invité a pasar, les serví el té y les dije “pueden quedarse”, no han dejado de invocar a otros nuevos. Y les hemos dado paso, adelante, siéntanse como en casa. Y ahora, miren. La casa está invadida. Vivimos demasiados aquí. A veces, todos quieren hablar al mismo tiempo y los discos se amontonan sobre el tocadiscos, sobre todo después de una noche de visita de los panas. Los libros, especialmente en semanas arduas, se apilan en estructuras caprichosas e imposibles. Y cuando la invasión es tal que no se puede respirar, ella pide que yo me ponga de su parte y vele por la paz y tranquilidad del hogar. Así que salgo decidido a luchar contra esos jodidos fantasmas. Me armo de valor, lo intento, los enfrento. Pero siempre terminan convenciéndome de que no son tan malos y que debo alinearme con ellos.

Hoy, que escribo esto, veo que la cómoda blanca es ahora la base de un gigantesco zigurat de libros y deuvedés, que los burós sostienen pirámides de discos, que de los cajones salen fantasmas al abrirlos. La casa está tomada. Y yo ya no sé qué hacer.

Un día serán ellos o yo. Carajo.

C/S.

 

 

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Esteban Cisneros
(León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú y los Beatles. Está convencido de que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.

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