martes. 23.04.2024
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Helloween, Pumpkins United México '17: De ilusiones rotas y atletas de verdad

Sergio Miranda Bonilla

Helloween, Pumpkins United México '17: De ilusiones rotas y atletas de verdad

Si existe un género musical que pueda describirse como "atlético" es el metal. Velocidad, destreza, precisión, virtuosismo y cascadas de energía, exhibición de hazañas interpretativas vedadas para el común de los mortales.

Y entre el picado mar de estilos bajo el cielo metálico, el power metal destaca por su olimpismo. Abanderado por proyectos como Blind Guardian, Stratovarius, Edguy, Sonata Arctica o Dragonforce, el power metal vio sus primeros años en la década de los ochenta, fortalecido bajo la férrea dirección de una banda liderada desde Hamburgo por el guitarrista, cantante y compositor Kai Hansen, compartiendo las seis cuerdas y el timón con Michael Weikath y, en su período de consolidación, tras la dotada presencia vocal de Michael Kiske, quien en su tiempo paseaba con indiferencia en un terreno de casi cuatro octavas, desde el C#2 de "March of Time" hasta el grito en A5 de "Follow the Sign".

Es imposible entender sin Helloween el power metal y, por extensión, el panorama metálico actual. Quizá Scorpions o Rammstein sean las bandas alemanas más famosas en el ámbito mundial, ambas malabareando en una frontera difusa entre el rock, el pop y el metal. Pero indubitablemente pocos grupos dentro o fuera de Alemania ostentan el peso, la influencia, la huella estilística y estética que las calabazas hamburguesas, valga la expresión, han impreso en el metal de los últimos 30 años.

Diez mil personas acudimos el pasado 21 de octubre a una cita en la Arena Ciudad de México, que se había pactado con casi un año de anticipación, pero llevaba lustros madurando. Muchos presumimos nuestros boletos para Helloween Pumkins United desde enero. Fuimos seducidos incondicionalmente por la promesa de ver por primera vez en más de dos décadas a la actual alineación de Helloween, con el histriónico y confiable Andi Deris en la voz, compartiendo el escenario con el fundador Hansen y el icónico Kiske: no otra que la misma nómina que creó los seminales "Keeper of the Seven Keys" I y II a finales de los ochenta.

Ahora bien, valor histórico aparte, es común que los fans metálicos acudan a los conciertos con la expectativa con la que se acude a una justa deportiva. Se espera que la banda sorprenda por su "atletismo" o confirme que toca "citius, altius, fortius". Literalmente, no hay lugar para los débiles, o al menos eso debe aparentar el escenario. Melodías neoclásicas o wagnerianas propias de músicos académicos, dobles bombos golpeados a tempos hipersónicos, arpegios guitarrísticos abanicados con una rapidez que desafiaría a Paganini, líneas de bajo pródigas en bendings y tappings, voces agudas a octavas estratosféricas...

Que ni el mismísimo Michael Kiske pudo alcanzar ya.

Pongamos las cosas en contexto. Hace 24 años, Kiske dejó Helloween después de haber contribuido a la escena del power metal con dos álbumes insuperables y otros dos de polémica reputación. Se formó un mito, amplificado por la memoria adolescente de quienes en su tiempo encontraron en los "Keepers" un espacio musical y emocional previamente inexplorado. En los años siguientes, el vocalista participó en algunos proyectos como Place Vendome, pero no volvió a la carretera en serio sino hasta esta década, invitado por Tobias Sammet a la ópera metal Avantasia y con el proyecto Kiske/Sommerville. El mito lo precedía, los otrora adolescentes seguían incondicionales al ídolo.

Tuve oportunidad de ver en 2010 a Kiske junto a nombres como los ya citados Sammet y Amanda Sommerville, además de Bob Catley, Jorn Lande y el mismo Kai Hansen con Avantasia, en el Circo Volador. Hace 7 años, tener juntos a Hansen y Kiske en concierto, era un milagro que ya anticipaba una posible reunión con Helloween. Sin embargo, la vuelta a los conciertos fue el inicio del golpe de realidad, de la sana des-ilusión, necesaria para crecer y madurar. Ver a Kiske en el escenario pidiendo a la audiencia cantar las canciones, verlo ahorrarse los coros con el pretexto de dar voz al público, hacía sospechar que esa voz ya sólo se guardaría para el estudio, en el mejor de los casos. Tiene su mérito, por supuesto; pero caray, si hasta alguien como Axl Rose sigue dando batalla en vivo...

Poco antes que Kiske, en su momento, Kai Hansen había cantado "I Want Out" y dejó Helloween para fundar Gamma Ray, originalmente reclutando la increíble voz de Ralf Scheepers (quién luego integraría Primal Fear) y después tomando el micrófono él mismo. Entre Helloween y Gamma Ray, Kai Hansen ha demostrado una presencia como frontman que se enraiza en su finísima pero potente habilidad compositiva, una voz que no ha hecho sino mejorar con el tiempo y una destreza guitarrística incuestionable. Ver a Kai Hansen al frente del escenario es una experiencia de tormenta metálica de la mejor calidad: se trata del padrino del power metal. Durante ese concierto de diciembre de 2010 me quedó claro que, si bien Kiske gana en estatura física al "bajito" Hansen, ver a este último desgarrarse en verdaderos gritos eléctricos que conmueven la médula, le aporta una altura escénica imbatible. Pues de estatura también podría hablar Dio, ¿y quién le pone peros?

De tal manera, mi expectativa con Pumpkins United, la actual gira de reunión de Helloween, estaba en presenciar a Hansen junto a Weikath armonizando solos y cantando "Ride the Sky" o "How Many Tears", las pesaditas del "Walls of Jericho". En que lanzaran "I'm Alive"o "Sole Survivor". En disfrutar de los recursos vocales, interpretativos y escénicos de Andi Deris, a mi juicio mucho mejor frontman que Kiske, pero claro, sin el mito a cuestas. En dejarme llevar por un Deris que se parte el alma jalando a cada corazón en el foro, y lo logra, a diferencia de un Kiske que posa marinado en su gloria. En un set list de rechupete, "accidentalmente" filtrado por Deris unos meses antes. En la sorpresa de un Weikath cuyos labios no sostuvieron un solo cigarro durante las casi 3 horas de concierto. Tan sólo eso: en que unos cincuentones me dieran casi 3 horas de power metal sin fisuras ni cuartel.

Por ello no me dolió tanto el video en YouTube que muestra el uso de playback por parte de Kiske. O que cantase "I Want Out", "Future World" o el mismísimo himno "Keeper of the Seven Keys" en octava baja. O que se ahorrara los coros apuntando el micro a la audiencia, igual que hace 7 años con Avantasia, ya junto a Hansen. Que no haya mantenido la voz en la condición que lo han hecho Hansen, Scheepers, Dickinson o Halford a su manera, del modo en que Dio lo hizo hasta el final, y a quien vi, bajito y ya con cáncer, llenar el escenario en Guadalajara junto a Sabbath, y partírsela con entereza y gallardía tras el micrófono.

Por eso no me dolió tanto que Kiske no estuviera a la altura de un concierto alucinante en puesta en escena, con recursos espectaculares, un derroche de "fan service" al que tantos treintañeros/cuarentones/chavorrucos entraron con ilusión adolescente y salieron con la incomodidad atorada del chamaco a quien le dicen que los Reyes Magos no existen, o lo que es lo mismo: que Helloween es una empresa exitosa y eficiente que no vive de un ícono que se derrumba después de este inicio de gira, sino de la solvencia, talento y profesionalismo de Weikath, Grosskopf, Deris, Loeble y Gerstner, apuntalada con la fuerza de Hansen, pero que se puede dar el lujo de seguir vendiendo al ídolo, al mito, porque le conviene aunque decepcione, aunque ponga en riesgo la credibilidad del resto de la gira mundial con la noticia (o pretexto) de que las cuerdas vocales están dañadas y de que posiblemente no sea prudente regresar al escenario pronto.

Habrá quien, en la mejor tradición reciente de la postverdad, se haya dado de santos con sólo "ver" a Kiske en escena. Bien: ilusión cumplida. Ilusión, a fin de cuentas.

En lo que a mí respecta, Helloween cumplió la hazaña y con creces. Porque demostró que no sólo descansa en un ídolo de hace 24 años. Citius, altius, fortius: velocidad, destreza, precisión, virtuosismo y cascadas de energía, exhibición de hazañas interpretativas vedadas para el común de los mortales. Un cantante que lo hace bien en estudio nada más... eso es lo de menos. Los otros dos se lo almuerzan cualquier dominguito. We're a light in the dark, Pumpkins United we are!

Sergio Miranda Bonilla, fan NO incondicional

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Sergio Miranda Bonilla
dedica su tiempo a los ámbitos académico y musical en León, Gto. Ha realizado estudios de comunicación y cultura, docencia, música, audio y teología. Académico y docente en áreas de formación religiosa, producción de audio, música electrónica, apreciación musical, cultura, lenguaje y humanidades. Participante en el Seminario Estéticas del Rock, donde ha propuesto una perspectiva teológica del fenómeno cultural. Guitarrista en diversas bandas y proyectos locales, ha realizado composición y producción independiente, grabación móvil de conciertos y presentaciones en vivo. Explorador de pedales de efectos, electrónica musical y su potencial contemplativo.

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