martes. 16.04.2024
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DIARIO DE UNA MILLENNIAL MUSICÓMANA Y NOSTÁLGICA

La insoportable, insoportabilísima levedad

Daniela Aguilar

Millennial - Camión65
La insoportable, insoportabilísima levedad

I

Me hago guaje cada que puedo. Evado. ¿Qué vale la pena? Parece que entré en un estado de hibernación. ¿A quién le miento (y para qué)? No es verdad que ya acabé de salir del limbo.

Me dediqué durante meses a “hacer lo que debería”, a lo que haría “cualquiera de tu edad”. Vi películas que no me sacaron una buena carcajada, escuché malos chistes, fui a fiestas, descuidé mi cabello y los colores hace tiempo que no están. Compré un ukelele en un momento de lucidez; le prometí mantenerlo en uso y allí está, en su estuche en el clóset, otro limbo pero oscuro, estático y con más polvo. Igual de arrumbado que aquel tocadiscos de cumpleaños que prometió cambiar vidas, la mía como mínimo, junto con los que iban a ser los primeros discos de una colección que sería mi mapa, que le pondrían sentido al estar aquí, que me llevarían siempre a algo nuevo y que apaciguarían mis ganas de darme de baja en la carrera y quien me vea hoy, puede firmarles que sólo fue otra etapilla a causa de las hormonas del momento. 

¡Pero le tenía yo tanta fe a esto! Hablaba tan convencida que luego del primero, ya tenía en mente mi lista de discos a conseguir; mis amigos de entonces no entendían por qué de la noche a la mañana sólo quería música y películas hasta la madrugada, que hasta hubo un tiempo en el que me convertí en una parlanchina de lo grande que sería esto, y les contaba a todos sobre mi escucha adicta de las historias pop. Y pop hacía mi cabeza, como palomita de maíz. Pero no: quedé como el maíz quemado al fondo de la cubeta.

¿Y qué pasó, D? Ahora pueden encontrarme en un salón de clases con la cabeza hueca tomando apuntes de cosas que no me interesan, con la mirada perdida, pensado dónde quedó todo y añorando (sí: añorando, incluso ahora) volver a la sensación, esa de la primera vez que puse un disco, uno blanco muy bonito de pop dulce de Cristina Quesada, y la piel se me puso chinita y corrí a contarle a quien pude que no podía creer que un pedazo de plástico hiciera eso. Echo de menos esas tripas torcidas y los nudos en la garganta. Se sentía bien, qué va, se sentía.

Ahora en esos salones de clase no sé a dónde correr. Al principio intenté hablar a las nuevas chicas que tenía al lado sobre Eddie Sedgwick o Twiggy, de Mary Quant, pero ellas sólo habían preguntado por la respuesta del ejercicio de Mate. Le mostré al chico inexpresivo mi entonces banda favorita, su expresión no cambió y dejé intentar de convencerlos.

Los de afuera me dicen que vaya, los de dentro que no quepo ahí, y yo ya no estoy a gusto en ningún lado. ¿Y ahora a dónde voy?

II

Tendrá unos 40. Se llama Juan o Felipe o unos de esos nombres que se olvidan con facilidad por lo comunes que son. Tiene una hija de 12 años. No aclara si está casado, pero ni eso ni su hija importan en su historia que nos cuenta.

Todo empezó cuando él decidió que esas escuelas que rezan padresnuestros y entran de rodillas a cualquier iglesia lo tenían hasta la madre, así que el día de su graduación habló con su papá: o lo cambiaba para la universidad o ahí quedaba todo. Se hizo el cambio y fue a dar, como dice él, “en una escuelilla pichurrienta”, pero donde había chicas. ¡No eran un mito! ¡Existían! Cuando las fiestas comenzaban a las cinco de la tarde y acababan a las doce y no al revés, Juan o Felipe, da igual, va a su primera pachanga con una chica a la que le pierde la pista luego de la tercera cerveza.

Pero conoce a la chica vampiro. “Yo no sé nada de tribus urbanas, pero eran reales. Ella era real”. ¡Eso! ¡Eran REALES! La chica tiene dieciocho, él catorce. Le ofrece cigarros, luego marihuana, él se niega. Ella le dice que necesita alguien que se atreva, que si le da una calada puede que se desabroche un botón o dos de la blusa. Fuma. Una hora o dos después, vomita hasta lo que no sabía que tenía dentro. El remedio: aspirar cocaína. Lo hace.

El lunes por la mañana se encuentran en la puerta de la escuela, ella le dice que vive cerca, que si van a fumar, sólo hoy, le promete. Él no vuelve a pisar la escuela sino hasta 6 meses después. Se gradúa, ni él sabe cómo. Le da el título a su padre en un sobre y no empaca, se va, pero la chica vampiro desapareció de la nada, él ya estaba enganchado. Vive un año en la calle, come de la basura, no duerme, no se baña, orina en jardines y botellas, roba para comprar.

Una llamada: “me debes diez mil, güey, cuídate”. Se muda a una estación del metro con tal de no estar sólo. Consigue un trabajo y una novia con cara de roedor. Dos años después la chica lo invita a una comida, no hay refrescos y van en el auto de la suegra a Soriana. Pistola en la cabeza, los atan, el próximo recuerdo es estar en el auto con tres gorilas, uno de ellos metiéndole la mano bajo la falda a ella, llora. Otra imagen, atado a un árbol, costillas rotas, moretones, clavícula zafada. Siguiente recuerdo: uno de los gorilas le indica Izquierda Ciudad de México, derecha Cuernavaca, una palabra y sigue tu hermana, tu deuda ya la pagó tu amiguita, si necesitas más veneno nos dices. Carretera, él amenaza a su novia: una palabra y te chingo, un pelo que le toquen a mi hermana y te mato.

Ella también desaparece, ya no recuerdo si se suicidó o cómo fue su historia, pero más de treinta años después él lo confirma: una palabra y sé que la habrían matado.

Y ahora lo veo ahí, años y años después, contado apenas el resumen de su historia, una llena de cicatrices. Puedo sentir su mirada, la mirada de quien con todas las cortadas del mundo te deja claro que no hay de otra. Puedo ver casi su impotencia al hablarle a quien le toque hablar en el momento: escuchas atentos o casuales, que se emocionan o que le entienden. Da igual.

¿Y tú, vas a contar tu historia?, me dice con los ojos bien abiertos, sin hablar.

***
Daniela Aguilar
(León, Guanajuato, 2001) es estudiante, escritora en ciernes y entusiasta de los discos. La música pop transformó su vida. Siente una extraña nostalgia por épocas que no vivió, pero ama con intensidad su era de las redes sociales y la inmediatez.

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