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Ken Nordine a colores

Esteban Cisneros

Ken Nordine - Colors-65
Ken Nordine, Colors, portada
Ken Nordine a colores

Si uno se encuentra un disco de 1966 cuyo título es Colors, lo más seguro es que sea de sicodelia y guitarras fuzz o de folk rock con tufillo a marihuana. Si digo que hoy toca alabar hiperbólicamente (como es costumbre en este, su humilde lar) un disco justo de ese año, que responde justo a ese nombre, excúsenme si me salgo por la tangente. No, no es un disco de sicodelia, al menos no tan abiertamente como su portada lo sugiere. No, tampoco tiene tufillo a marihuana, pero sí a un montón de tabaco y whisky caro, porque pudo haber salido de la cabeza y la lengua de uno de esos trajeados que salen en Mad Men (quién pudiese beber en horas laborales hoy). De hecho salió de la cabeza de Ken Nordine, que no era un moptop ni un folkie, sino la voz oficial de muchos anuncios radiales de la época y de algunas series televisivas. Y el golpe repentino de creatividad (porque Colors es un derroche de ella, uno tan generoso que es casi ofensivo) no fue ni mucho menos contracultural, porque fue un encargo publicitario. La Fuller Paint Company le encargó diez anuncios para promover algunos nuevos colores como opción para la pared de la sala o la habitación.

Como creyente de Bill Hicks, estoy de acuerdo con su máxima que dice que cualquiera que se venda a la publicidad carece automáticamente de mérito artístico. Lo de Nordine es la excepción a la regla (cosa que Hicks adoraba ser, así que me amparo). Los scripts que Nordine escribió eran una puta genialidad rayana en la poesía de verdad. Se escucharon, en espacios estratégicamente elegidos por un grupo de trajeados y encopetados sinvergüenzas, por un lapso de trece semanas en la radio. El público llamaba a las estaciones para pedir que los pusieran de nuevo, como si fuese un single de los Monkees o los Lovin’ Spoonful. Pero no eran canciones, sino material pagado, así que no se podía salir de los horarios establecidos. Nordine resolvió las peticiones a los DJs regrabando ese material pero a su modo: contrató a Dick Campbell como director musical, reunió a una orquesta de impresionantes músicos de estudio y grabó veinticuatro historias de colores. Es decir, el título Colors no es una cuestión conceptual ni abstracta: es el nombre inevitable de un álbum que habla sobre el círculo cromático y más allá.

La empresa no era nueva para Nordine, que ya había hecho un par de discos con el Fred Katz Group, una serie de Word Jazz en la que recitaba poesía  y contaba historias sobre un fondo musical urbanita y bohemio. Pero Colors es la leche. Es Nordine recitando historias que lo mismo recuerdan al Dr. Seuss más volado que a la poesía beat más idiosincrásica y bulliciosa, y que anteceden a esos fabulosos discos de poesía funky de Sir John Betjeman. Es como si aquellos maravillosos filmes de Len Lye fuesen puestos en palabras, con todos sus matices y visos y su geometría antojadiza. Es como si Edward Gorey se hubiese fumado una hilera de porros y hubiese decidido vivir en su mansión victoriana, rodeado de perros en lugar de gatos. Es un festín de jazz e imaginación fulminante, que me recuerda a aquel sketch de Fry & Laurie en que el infalible Stephen Fry filosofaba en serio (aunque en tono de broma, porque la seriedad qué) sobre las posibilidades del lenguaje y las combinaciones hilarantes que consigue. Nordine es genio.

Que conste también que cuando hablo de poesía hablo de lenguaje y contingencia, de ideas y riesgo, no de esa tontería que enseñan en las escuelas –y que deberíamos parar ya–, que reza sin consciencia alguna que la poesía sirve “para expresar sentimientos” o alguna sandez parecida. Por eso estamos tan jodidos. Por eso la poesía ya no funciona en el XXI y está reservada para dinosaurios, chalados e iluminados. Colors de Ken Nordine tiene todas las cualidades que son intrínsecas a la poesía en un mundo ideal, y lo resumiré en una palabra: creación. Lo que hace Nordine es vanguardista al extremo, pero cálido como la taberna favorita; tiene un pie en la tradición y el otro y una larga nariz en lo nuevo y sus opciones, que son muchas. Si eso no define “ingenio”, que me cuelguen aquí y ahora.

Colors es como el cuento de niños que nunca tuve y que descubrí mucho después (estuve tentado a escribir “demasiado tarde”, pero no es demasiado tarde si estoy vivo y disfrutándolo). Como la gama de colores que ofrece una empresa de pinturas para paredes preocupada por su clientela, el disco está lleno de pequeñas variaciones-sobre-una-idea-genial, no aptas para principiantes, que van de lo cutre (“Brown”, “Muddy”, “Beige”) a lo absurdo (“Azure”, “Ecru”, “Chartreuse”). Cada tonalidad tiene una historia o una característica especial; el disco original tiene 24 tracks y cada uno está tan repleto de ideas que Sgt. Pepper se sonroja a su lado. Me veo en la necesidad de detallar algunas.

Comencemos con “Lavender”, que parece una historia sencilla y va complicándose (“lavender is an old, old, old, old lady”), aunque no tanto como la de “Yellow” (“in the beginning […] when light was deciding who should be in and who should be out of the spectrum yellow was in trouble”), un color que estuvo a punto de no existir. En cambio, su primo “Green” tiene la ventaja y desventaja de tener personalidad múltiple, y cada uno de sus rostros tiene un distinto coeficiente intelectual. ¿Cuadrofenia? ¡Eso es para chavos! Pregúntenle al verde qué se siente ser tantos y uno a la vez. Está el tonto beige cuya pronunciación se parece mucho en estética al sonido de una uña rascando un pizarrón, pero para salvar la situación está el gamberrísimo maroon, que es amigo de un montón de palabras con las que rima: están las obvias june, moon, spoon, pero también algunas más fiesteras como croon, loon, prune, monsoon, lampoon, baboon, immune y la siempre hilarante pantaloon. Sólo una persona en el mundo disertaría con tal desfachatez acerca de un color llamado “Chartreuse”, y su nombre es Ken y su apellido, Nordine.

Wikipedia describe el “Ecru” como “the shade greyish-pale yellow or a light greyish-yellowish brown” (disculpen que no traduzca, pero es tan tarde que es casi temprano), y Nordine cuenta la mejor historia posible basado en esa premisa; se burla del “Amber” porque es demasiado neutral, o mejor dicho, ha quedado en una posición en que puede aparentar que lo es; devuelve a “Turquoise” a su realidad, recordándole lo simplón que puede ser; desmitifica a “Purple”, que es todo dignidad y pompa y cuya aura debe ser no sólo vista, sino sentida (el muy molestito); dice verdades que no admitimos así de fácil, como en “Orange”, a quien llama con justicia “silly old color who lives next to red”, y no deja de advertirnos que nos cuidemos de “Magenta” y “Crimson”: uno tiene su propia columna de cotilleos en el periódico y balconea sin escrúpulos a quien se deje; el otro es el causante, tal vez, de todas las guerras, por querer siempre más y más.

Nordine, para terminar de hallar la cuadratura al círculo, nos regala dos joyas de poesía, por cuya autoría mataría el visionario pazguato de turno pero jamás lograría, porque los genios se cuentan con los dedos de las manos que se utilizan para hacer la señal de la victoria. La primera se encuentra en “Flesh”, color carne, ese absurdo de nuestra cultura (“flesh as a color is in an awful mess […] flesh as a color is about as close to a problem as a color can get, some people think the only color flesh color should be is the color their flesh color is which pure and simple is color-centric thinking”). La segunda, en su descripción de lo urbano: “los monumentos a lo gregario que llamamos ciudades.” Todo enmarcado en un jazz sensacional que hace mover los pies. Hay que poner discos así a nuestros niños. Hay que recordar que las palabras son vida. Y hay que asumir, de una vez por todas, que vale la pena vivir. Al menos porque ya estamos aquí.

C/S.

 

 

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Esteban Cisneros
(León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú y los Beatles. Está convencido de que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.

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