martes. 16.04.2024
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GUÍA DE LECTURA

Hanshichi, de Kido Okamoto

Jaime Panqueva

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Hanshichi, de Kido Okamoto

Hacia 1916, Kido Okamoto era un autor y crítico respetado de Shin-Kabuki, que había vivido una renovación en las formas y temas por el influjo occidental derivado de la restauración Meiji. Okamoto mismo, desde joven, fue tocado por ésta; era hijo de un samurái que al finalizar la era Tokugawa fue empleado por la Legación Británica como intérprete. De joven, tuvo que buscarse la vida como reportero o crítico de teatro hasta alcanzar el éxito con algunas de sus obras. En abril del año 1916, tras leer un libro Conan Doyle, fue atrapado por la figura de Sherlock Holmes. Entonces, tras devorar más ejemplares, decide escribir una saga que tuviera dos grandes protagonistas. El primero sería el okappiki, detective de Edo, Hanshichi; la segunda es la nostalgia de los tiempos idos del shogunato Tokugawa que impregna cada relato. Pues el inspector de Kanda, al contrario del habitante del 221B de Baker Street, es un septuagenario que le narra las historias a un Watson bastante inane; más que un compañero de aventuras, funge como mero anotador.

Hanshichi Torimonocho, o El curioso libro de casos de Hanshichi, se publicó de forma episódica en la revista del Círculo de Literatura de Japón, a lo largo de veinte años (1917-1937), y brindó a su autor incluso mayor reconocimiento que sus obras teatrales.

Más que la deducción lógica, Hanshichi explota su conocimiento de la sociedad japonesa, desde los barrios bajos hasta los palacios de los daimios. Su capacidad para interrogar y, muchas veces, intimidar a los criminales o cómplices a que confiesen sus crímenes, lleva a buen puerto sus pesquisas. Así mismo, Hanshichi racionaliza muchas de las supersticiones que podían atribuir asesinatos o desapariciones a espectros o brujas. Como préstamo intelectual de su autor, el detective menciona no pocas citas a obras teatrales del Kabuki clásico, así como realiza alusiones a canciones y bailes populares, a festividades, como la de los hijos mayores o la de la contemplación de la luna, capaces aún de sorprender a cualquier lector de la actualidad.

Al terminar la lectura, me sorprendió que en mi mente el saldo de asesinatos en sus páginas era casi equivalente al de los suicidios ante el desprestigio o la certeza de que el castigo sería tan cruento, en algunos casos la crucifixión o la autoinmolación ritual, que era preferible para los personajes evitar la tardanza con un cuchillo o una soga. 

Cierro con mi agradecimiento a mi amigo, el escritor Marco Vanzzini, por prestarme la edición traducida por Quaterni y publicada como Hanshichi, un detective en el Japón de los samuráis.

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