Es lo Cotidiano

Acoso dijon

Chema Rosas

Acoso dijon

Para un amo de casa como su servidor los supermercados son algo más que un lugar donde se compran cosas. Son espacios llenos de posibilidades; laberintos intrincados de los cuales conocemos todas las rutas. Estanterías atiborradas de opciones aunque casi siempre compramos lo mismo, a menos que nos sintamos lo suficientemente aventureros como para probar otro tipo de mermelada. De la que está en las repisas de arriba.

Me encontraba en uno de estos templos del consumismo empujando un carrito por el pasillo “ATÚN –ADEREZOS – ESPECIAS” cuando la vi. Se encontraba absorta comparando dos tipos de mostaza, seguramente preguntándose si ésta sería una quincena sofisticada con dijon o una simple, regular y amarilla. No sé si fue la música de fondo o la manera despreocupada con que apoyaba el pie –unido a una pierna muy saludable- en el carrito, pero inmediatamente me gustó. Era atractiva sin proponérselo y hubo algo en la forma despreocupada en que llevaba atado su cabello, que me hizo pensar que podríamos llevarnos bien.

Continué observándola disimuladamente y de reojo mientras el resto de mi concentración arrojaba con torpeza latas de atún al interior del carrito. Mi ruta habitual era continuar por ese mismo pasillo, pero en vez de pasar junto a ella decidí dar media vuelta y recoger mi mostaza hasta el final y de camino a la caja.  No fuera a ser que se diera cuenta de que en algún lugar de mi cabeza la estaba invitando al cine, o que estaba tratando de imaginar el contenido de su librero.

No es que tenga problemas en general para hablar con el sexo opuesto, pero cuando una chica me gusta e intento hacérselo saber –o para el caso, acercarme sin otro pretexto que el querer conocerla- ocurre alguna de las siguientes situaciones o combinación de las mismas:

Me pongo rojo. No un rubor sano y atractivo. El rojo de mis cachetes opaca la grana –no sé exactamente qué sea la grana, pero tiene que ver con la nariz de Rodolfo el reno, que además de roja, brilla- y entonces la conversación gira en torno a por qué estoy rojo. Hablar de eso me apena, y me pone más rojo.

Entro en modo tenebroso. En mi cabeza comienza una sucesión de ideas que parecen románticas pero el resultado hace que yo mismo quiera entregarme a la policía. Por ejemplo, si ella dice “me gustan los caballos” yo pienso en carretas, luego en carruajes, un paseo en carruaje por Central Park a la luz de la luna, no… no estamos en Nueva York y aquí no hay carretas pero sí hay coches… ¿las cajuelas son el equivalente a las carretas? Claro que todo eso pasa en mi cabeza, pues lo único que digo es “¿te imaginas pasear de noche en mi cajuela?”

Termino pagando las fantas. De algún modo, durante la plática ella llega a la conclusión de que soy un buen tipo, no como su ex novio que no la quiere y que a decir verdad es algo violento. Tras describir su relación con lujo de detalle –y yo escuchar atento-, al final de la noche decide dar rienda suelta a los dictados de su corazón… el cual dice que es momento de llamarle al ex y pedirle otra oportunidad.

Entro en modo ñoño. Intento arreglar la situación hablando de cosas que me gustan; entonces comienzo a dar una cátedra en Harry Potter, teorías sobre los cruces temporales en Doctor Who, por qué a veces es más conveniente un clérigo en los RPG, o los cambios escenciales de Paul Atreides al convertirse en Muad’Dib. A esas alturas lo más normal es que ya esté en mi casa hablando solo.

Pensaba en todo esto mientras caminaba por el pasillo “PAN – TORTILLAS DE HARINA”. Alcé la vista y ahí estaba de nuevo, pero esta vez lo suficientemente cerca para notar que además tenía ojos lindos. ¿Se habrá dado cuenta de que pienso eso de sus ojos? ¿Qué clase de persona usa el adjetivo “lindo”? ¿Cómo diablos es capaz de saber lo que estoy pensando? Así, en cuestión de minutos pasé de ser un tipo decente a convertirme en ese señor que acosa mujeres por los pasillos de un supermercado. Estaba a punto de ofrecerle una disculpa y rogar que no llamara a los guardias de seguridad cuando para mi sorpresa volteó a verme y sonrió.

Tomé las tostadas que debía comprar y hui despavorido. Me paré en junto a los jitomates saladet para disimular el rojo de mi cara. Ahí estaba cuando recordé que no había pasado por la mostaza. Emprendí el camino de regreso y a la altura de “GALLETAS – BARRAS ENERGÉTICAS” de nuevo me tomó desprevenido.

-Hola- dijo.

-Buenas noches- contesté y seguí caminando.

En la caja y antes de pagar, el cerillo preguntó por mis blanquillos. Traté de no tomarlo como un comentario personal y le pedí que no los metiera en bolsa.

Cómo extraño esos días en que uno podía hacer sus compras en santa paz, sin ser acosado por mujeres enamoradizas en los pasillos del supermercado- pensé un rato después, mientras untaba dijon en mi sándwich.

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Chema Rosas (Ciudad de México, 1984) es bibliotecario, guionista, columnista, ermitaño y papa-de-sofá, acérrimo de Dr. Who y, por si fuese poco, autoestopista galáctico. Hace poco incursionó también en la comedia.

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