martes. 16.04.2024
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FUMADORES [III]

Orson Welles

José Luis Justes Amador

Orson Welles

Orson está rodando. Probablemente sea uno de los proyectos inconclusos del final de su vida, uno en el que él, además, no actúa. Puede, pero sólo puede, que sea “F for Fake”, un documental incompleto sobre falsificaciones.

No hay otro lugar al que mirar en esta fotografía salvo el gran rostro de Orson ocupando todo el rectángulo en blanco y negro. El rostro maduro del niño que sabía que iba a ser un genio y que prendió su primer cigarro a los seis. Fuera de Wells en la fotografía sólo podemos apreciar con claridad su cigarro, un enorme habano fálico. Un aditamento nada fuera de lugar en quien declaró que “mi inspiración son los puros, cuánto más grandes mejor”.

Tal vez sin esa precocidad y asiduidad al tabaco el gran, en todos los sentidos de la palabra, Orson, jamás hubiera entrado al Gate Theater en Dublín, en cuya puerta se presentó a los quince años con una gabardina, una mentira y un cigarro en la mano. Un cigarro unido inevitablemente a la mayoría de las memorias que tenemos de Wells.

"Nacemos solos, vivimos solos, morimos solos. Únicamente a través del amor y la amistad podemos crear la ilusión momentánea de que no estamos solos", dijo. Y fumamos solos, olvidó añadir.

Sin ese cigarro el policía corrupto de Sed de mal no habría podido, en gesto de desprecio, soplar el humo a la cara de una asustada Janeth Leigh. Sin la imagen de ese cigarro no podríamos imaginarnos en vano la imagen de un Falstaff que a sus vicios añadiera el tabaco. Sin ese cigarro, que crece conforme el director avanza en edad, no podríamos sentarnos a imaginar cómo serían todos esos proyectos inacabados que dejó. Sin ese cigarro no podríamos recordar el inicio de la serie, desagraciadamente apenas vista, “Orson Welles’ Mysteries”, con el orondo director en negro y con Fedora y un habano entre sus labios. Sin ese cigarro no podríamos entrever lo desastrosa y humeante, para disgusto de uno de los interlocutores, que debió haber sido el encuentro entre el cineasta y Nabokov en París para discutir la adaptación al cine de “Ada o el ardor”.

Es imposible apartar la mirada de la mirada de Wells en la fotografía, como es imposible no sentirla. Wells sabe. Parece que el fotógrafo le haya interrumpido a mitad de una idea brillante. O a punto de tenerla, buscando la inspiración en ese puro apenas encendido. Recrimina al fotógrafo y a nosotros espectadores la intromisión. Con esa mirada más dolorosa, quizá dolorida, que penetrante, el director sabe que quien lo mira sabe que es un  genio. Un genio que había entrado en decadencia desde su juventud, desde “Ciudadano Kane”, hasta morir en batín de baño y con un habano caído junto a su cuerpo.

“Los puros, de hecho, son como el cine: un arte que es industria, una industria que hace arte. Como las películas, los puros son el material de que están hechos los sueños”, dejo escrito, reescribiendo a Shakespeare y Chandler, Guillermo Cabrera Infante, que tanto sabía de cine y de tabaco.

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