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GUÍA DE LECTURA

Los pasos de Juan Álvarez

Jaime Panqueva

Los pasos de Juan Álvarez

Se celebraron esta semana los 90 años del nacimiento de Jorge Ibargüengoitia y, por una de esas extrañas casualidades que traen los libros, leía La ruidosa marcha de los mudos (Planeta, 2015) del colombiano Juan Álvarez. Una novela histórica que bien serviría de homenaje a Los pasos de López del ya inmortal ironista del Bajío, pues rememora los primeros años de independencia de la Nueva Granada, esa primera patria que los historiadores llamarían (no sin razón) boba. A través de un personaje ficticio que tiene su origen en uno real, José María Caballero, autor de un diario que sobrevivió los nueve años de las guerras de independencia, Álvarez traza los acontecimientos que estremecieron a la gélida y aislada Santa Fe de Bogotá desde sus prolegómenos, las guerras napoleónicas, y finaliza con la gran decepción tras la reconquista de Morillo y los fusilamientos de los próceres Torres y Caldas en 1816. Los mismos nuestros son los peores, no se cansa de repetir y demostrar en este relato delicioso, y que se antoja tan cíclico como aplicable a la Hispanoamérica insurrecta. Su protagonista, pulpero o comerciante, como el Caballero original, se ve inmiscuido en las luchas entre criollos e ibéricos, y luego en la pugna fratricida entre los primeros.

Pueden trazarse quizás paralelismos entre las mentalidades criollas de la Nueva España y del virreinato neogranadino, aunque el tono carnavalesco y burlón de Ibargüengoitia, está mucho más contenido en una indignada desmitificación de los héroes patrios que realiza Álvarez. Ésta, además, sin cambiar los apellidos originales de los próceres. Pero el mayor logro o gozo que propicia este libro descansa en el trabajo realizado con el lenguaje, una inteligente fusión entre lo moderno y lo antiguo que se apoya tanto en la investigación y lectura de la época como en una cuidadosa omisión de medios de enlace y otras figuras sintácticas, recamadas con términos procaces que a pesar de contemporáneos se degustan como recubiertos de pátina y polvo de pergamino. Y en este fino trabajo, que no a veces en la trama o el personaje principal, la novela no decae hasta el punto final.

Un gusto leer las peripecias de Francisco José de Caldas, Camilo Torres y Antonio Nariño, como lo hicimos con las peripecias de aquel López putañero por los senderos del Bajío. Para celebrar.

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