Es lo Cotidiano

Lush Life

Esteban Cisneros

John Coltrane y Johnny HartmanX
John Coltrane y Johnny Hartman

Cuántas canciones hay en el mundo. Cuántas partituras llenas de combinaciones de notas. Cuántas horas de música.

¿Y qué de eso rescataremos cuando todo se acabe?

Marzo 7, 1963, un día importante en la historia de la música. En la historia de la humanidad. Ese día, con sello Impulse! (la casa que Coltrane construyó), se escuchó por primera vez la versión definitiva de una de las canciones más importantes desde que el hombre de las cavernas descubrió el rock garaje golpeando huesos, piedras y sus propias cabezas contra otras: “Lush Life”, en voz de Johnny Hartman, con el acompañamiento musical de John Coltrane (los amigos le llamamos Trane; tú puedes llamarle Di-s) y su quinteto.

“Lush Life” es un indiscutible standard jazz que, como toda Canción de Verdad, fue padecida y luego escrita por Billy Strayhorn (gran amigo de Duke Ellington y cómplice en sus mejores ideas) durante la segunda mitad de los años 30, esos sórdidos y espectaculares días de radio y de sudor. Ya en 1938 se dice que Strayhorn la interpretaba en sesiones de ensayo y para entretener e impresionar a sus amigos. Pero hasta después de diez años la interpretó ante un público por primera vez, en el Carnegie Hall neoyorquino, con la orquesta de Ellington y su segunda voz oficial: Kay Davis.

Versiones hubo a partir de entonces, notables las de Nat King Cole y Billy Eckstine. Incluso Coltrane ya la había grabado en 1958. Pero fue en 1963 que se lanzó la versión definitiva, la canción que hay que rescatar cuando todo explote y no quede más. Si se queman los libros, habrá que dejar que se consuman, pero que nunca muera esta canción. Jamás.

“Lush Life” va de lo que las buenas historias van: el fin de un romance, la cuestión de si la vida lo vale, lamentos alcohólicos y lúcidos acerca de la edad, el sexo, dios. Es la canción total. Supongo que si los cuadernos de anotaciones de Einstein se tradujesen en música sonarían como el solo de saxofón de Coltrane, posiblemente el mejor músico del XX. Es el π del jazz. Imaginación, emoción, vértigo, placer. Si Guardiola fuese músico, habría hecho algo así.

Hablemos de la versión definitiva, entonces. Johnny Hartman, un crooner maldito, se sube a un escenario y se pone a contar esa historia. Parece que se derrumba en cualquier momento. Pero en realidad va haciéndose fuerte con cada frase. Él solía visitar todos esos prometedores lugares llenos de mujeres, jazz y cocteles. Para relajarse y bajarse de la rueda de la vida. Para vivir La Vida. Historias de medianoche. Chicas con rostros grises. Y entonces llegó ella, con su canto de sirena, a destruirlo todo/construirlo todo, a conducirle a la Locura. Deseo. Vehemencia. El mundo da vueltas, puto mundo, todo se detiene. El corazón en un puño. Temblar como una hoja. La risa floja. El temblor. El corazón. Todo el universo tiene sentido por un momento, por lo que dura una canción.

Pero, claro, estás equivocado, Johnny. Lo sabes. La vida es solitaria, terrible, desquiciante. Ni siquiera una semana en París va a aliviarte. Sólo va a hacerte sentir peor. Y vas a querer regresar a esos lugares suntuosos, a tu whisky, a tu heroína, refugiado con todos esos otros corazones rotos que seguirán reuniéndose por las noches a cantar, a escuchar, a beber, a estar. Ahí te pudrirás con todos los demás, con todos nosotros, Johnny.

Pero ahí está el saxofón de Coltrane. Siempre entra a tiempo. No lo entiendo. No quiero entenderlo. Es la pura perfección. Al morir, al menos, podrás contarle al diablo que te estremeciste alguna vez. Y no fue por una mujer, ni siquiera. Fue por un saxofón, por una insignificante escala de notas. Y reirás.

C/S.

***
Esteban Cisneros
(León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú y los Beatles. Está convencido de que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.

[Ir a la portada de Tachas 242]