Es lo Cotidiano

¡Ánimo!

Chema Rosas

Cuando estaba en la secundaria era el típico gordito que sabía tocar guitarra y contar chistes. Evitaba cualquier actividad física y no era el tipo de persona que encontrarías corriendo sin un buen motivo, como que alguien me viniera persiguiendo con intención de patearme o para tratar de alcanzar el camión en el que dejé olvidada mi mochila (me gustaría que fueran ejemplos inventados).

En una de esas ocasiones mientras corría tan rápido como mis carnes lo permitían, un compañero normalmente amable y miembro de la selección de atletismo me gritó:

-¡Ánimo! – Y luego empezó a corear – ¡Sí se puede, sí se puede!

A pesar de mi vista nublada y la falta de oxígeno que experimentaba por el esfuerzo sobrehumano de correr, sentí ganas de regresar para darle un puñetazo en la cara. No tengo idea de si su intención era realmente la de apoyarme, pero en esos momentos, todo sudado y sin aliento es como si me hubiera gritado:

-¡Pobre idiota!- y luego empezara a corear – ¡Dudo que lo logres, dudo que lo logres!

Por supuesto que no cedí al impulso asesino de hacer que se tragara sus palabras, pues nunca he sido del tipo violento, además habría pasado un mal rato tratando de justificar mis actos:

-¿Qué por qué le pegué? ¡Me estaba animando! … ¡por si fuera poco el canalla me daba muestras de apoyo mientras yo corría! Y el muy imbécil todavía sonríe…

Con sólo pensar en que realmente quería golpear a alguien por dirigirme palabras amables hace que la parte católica de mi cerebro se llene de culpa. Admito que no soy muy bueno que digamos recibiendo muestras de apoyo, y en esa senda escabrosa de auto conocimiento me he encontrado algunas pistas de por qué:

Para mí, decirle “ánimo” a alguien que está desanimado equivale a decirle “no te enojes” a quien está comenzando a molestarse. Son imperativos dirigidos a alguien que no está de humor. Eso pocas veces termina bien.

Cuando me lo dicen así, de la nada y con palmadas en la espalda, comienzo a preguntarme: ¿acaso le dije que estoy triste o algo parecido? ¿no me veo animado? Espera… ¿tan jodido me veo? ¡Pero me siento excelente! ¿TAN JODIDO ME VE ESA PERSONA? ¿Con qué derecho me juzga? ¿Quién se cree para venir a animarme a mí? Puede que me vean frunciendo el ceño o viendo al infinito con expresión ausente y ojerosa… pero así es mi cara de felicidad y no tienen por qué asumir de inmediato que estoy pasando un mal rato.

Muchas de las frases que se usan para “animar” a alguien también suelen ser usadas como eufemismos para denigrar al interlocutor. Incluso sin el tono sarcástico “Échale ganas”, “vas bien, amigo”, “sí se puede, mi estimado” “ándale, mi chavo” pueden ser mentadas de madre en piel de oveja.

Si veo a alguien en un momento de franca vulnerabilidad –morado y sin aliento tratando de alcanzar un camión donde va mi mochila con mi tarea y miles de pesos en libros, por ejemplo- me parecería más decente ofrecer algún tipo de ayuda, o hasta esconderme para no sentirme obligado a intervenir. Echar porras en esos momentos es mal gusto.

Tomo el café sin azúcar y eso me hace mala persona con tendencias psicópatas. No sé, pero según Facebook existe un estudio de la universidad de Innsbruck en Austria que lo comprueba. Debe ser cierto.

Ahora que, sin importar lo que digan los austriacos, mi alma será negra y amarga, pero a veces también necesito que me animen, y a veces hasta intento animar a alguien más. Aquí algunas palabras y acciones que encuentro preferibles a decir la palabra “ánimo” o echar porras:

Caldo. No existe malestar físico o mental que sea inmune al caldo de pollo. Mejor si es preparado por una mamá que le pone amor extra. Es el equivalente gastronómico a decir “ambos sabemos que no estás muy bien que digamos, pero todo va a mejorar”

Música. Si alguien que te importa llega en lunes a trabajar de malas y hasta con resaca sólo hay que poner Walking On Sunshine con Katrina & The Waves. Si no comienza a bailar es porque está muerto… o tratando de apagar la música, pero cuando menos se habrá animado a hacer algo.

Chocolate. Porque libera las mismas endorfinas que hacer ejercicio, y alguien desanimado no se va a poner a correr, a menos que lo persigas con intención de patearlo.

Perseguir a alguien con intención de patearlo. Si lo que quieres es animarlo a correr. En caso contrario es poco recomendable, particularmente si lo intentas con un desconocido.

Hablar de otra cosa. Es una técnica avanzada de ilusionismo. Consiste en platicar de cualquier tema en el mundo que sea distinto al que tiene desanimada a la persona en cuestión.

Quedarse callado. El finísimo arte de estar ahí diciendo y haciendo nada más que acompañar al otro.

Dejarlos en paz. Reconocer que la otra persona no necesita que la animemos, o que simplemente nosotros somos incapaces de hacerlo es tan importante como saber cuándo ofrecer chocolate. Supone un fuerte -y necesario- golpe al ego, pero nada de lo que no podamos recuperarnos…

¡Ánimo!

[email protected]

Chema Rosas (Ciudad de México, 1984) es bibliotecario, guionista, columnista, ermitaño y papa-de-sofá, acérrimo de Dr. Who y, por si fuese poco, autoestopista galáctico. Hace poco incursionó también en la comedia.

[Ir a la portada de Tachas 243]