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Escenas de un film inédito

Esteban Cisneros

Marilyn Monroe
Marilyn Monroe
Escenas de un film inédito

Anotaciones en un cuaderno
13 de octubre de 2002

Hoy presentamos…

Alas. Huele a café allá abajo. Me fascina ese olor. El café. Uno de los pequeños placeres que hacen que todo valga la pena, al menos un instante. Vivimos de instantes. De cosas pequeñas. Como el sentir las sábanas frías al meterse a la cama para dormir. Volver a ver esa película que hace años no veía. Besar a alguien. Tomar un vaso de agua cuando hace sed. Una sombra cuando hace calor. En Las alas del deseo el ángel Damiel quiere ser hombre. Quiere probar la “sublime combinación del café con un cigarrillo”, conocer los colores. Quiere amar a la trapecista del circo. Quiere dejar de saberlo todo, de escucharlo todo. Equivocarse.

La ville de Montréal. De vez en cuando me da por recordar Montreal y siempre siento una especie de vacío. Quiero estar ahí. Y no, a la vez. No quiero estar en ningún lugar. Añoro tomar el metro, tener que caminar, el clima de primavera, frío. La gente. Las calles. El francés con acento québécois. Comprar pilas para mi discman en el Jean Coutu. Y tarjetas de teléfono Taux Fixe Globo. Ver anuncios de Cerveza Molson y la revista Voir, con la reseña de todos los eventos artísticos y culturales de Montreal. La Poutine, comida asquerosa pero tradicional. La Place-Des-Arts, el Cine Du Parc, la Usine C. Caminar por Sainte Catherine en sábado. Ver las tiendas. Bajarme en la estación Atwater y meterme a las tiendas de libros, donde encuentras joyitas de a dólar o dos. Ir a la Isla Saint Hélène. Caminar por Saint Dennis en domingo. Ver a la gente volverse loca un día caluroso en la calle Crescent. La vista del Oratorio de Saint Joseph que se ve desde cualquier punto en el Quartier Côte-Des-Neiges. Ir a revelar mis fotos a Photoclick de la calle Côte-Des-Neiges. Tomar café en el Second Cup. Ir al Forum a ver lo más nuevo de Woody Allen. Ver libros en el Renaud Bray. Pasear por el Viejo Puerto. Escuchar los aviones desde el quinto piso de los dormitorios del College Brébeuf. Tener siempre un pretexto para salir. Estar.

Du Parc. Me veo caminando por la calle Côte-Des-Neiges hasta la estación del metro. Espero. Próxima estación: Snowdon. Aquí me bajo, cambio de línea a la naranja. Snowdon, Villa María, Place St. Henri, Lionel Groulx. Aquí cambio a la línea verde. Ya voy tarde. Rezo porque a ningún loco se le ocurra tirarse a las vías cuando llegue el tren. Acá pasa seguido. Afortunadamente, llega el tren sin contratiempos. El señor que toca el teclado se calla un momento. Mientras la gente se sube al tren dejará de escucharlo. Él está ahí para que lo escuchen. Próxima estación: Atwater. La línea verde siempre está llena de gente. A reventar. Atwater, Guy Concordia, Peel, McGill, Place-Des-Arts. Aquí me bajo. En Place-Des-Arts. Salgo por la calle Beaudry. Camino unas cuadras. La calle Beaudry se convierte en la Avenida Du Parc más adelante. Hay un videoclub que, en los aparadores, tiene pegadas fotos de actores famosos. Más adelante hay un café y tiendas. Llego a paso veloz a un centro comercial muy feo. Entro. Huele raro. A la derecha, bajo las escaleras y llego al Cinéma Du Parc.

New York. Fila de tickets. Broadway. Majestic Theatre. Octubre. Empiecen a esparcir la noticia: hoy me voy. Quiero ser parte de esto. Quiero despertar en la ciudad que nunca duerme. Camino del brazo de una mujer liviana y veo en la calle a un trompetista de jazz, negro, de sombrero, que toca una melodía desconocida para mí. Ya no llueve, pero la calle está mojada. El aire está frío. Un beso entre la 56 y la sexta avenida. Las ratas salen de las coladeras. Esta ciudad se ve desde el cielo. Una siesta en Central Park y el reloj atrasado una hora. It’s up to you, New York, New York.

Vuelta a mi oficina. Estoy en mi cama. Mi oficina. Desde aquí trabajo mejor. De noche. Con los audífonos conectados al estéreo que tengo en la cabecera. Música. La laptop encendida, en mis muslos. Yo acostado, dos almohadas de respaldo. Aquí es donde escribo usualmente. Aquí es donde viajo, con la memoria, a donde ya he viajado.

C/S.

 

 

***
Esteban Cisneros (León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú y los Beatles. Está convencido de que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.

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