miércoles. 24.04.2024
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FUMADORES [VII]

Sir Arthur Conan Doyle

José Luis Justes Amador

Sir Arthur Conan Doyle
Sir Arthur Conan Doyle
Sir Arthur Conan Doyle

Si miramos bien la fotografía, anónima, podría ser cualquiera. Un tío abuelo emigrado, un jugador de ajedrez amateur en el Berlín de principios del siglo XX, un revolucionario o un terrateniente ruso. O, quizá, un intelectual de otro siglo, un escritor de hace tiempo. Sea quien sea, el espectador no puede evitar fijarse en esos ojos casi centrales en la imagen y que son de alguien satisfecho y, al mismo tiempo, con una mirada triste como si aun algo le faltara por hacer y supiera que no va a poder lograrlo nunca. Arthur Conan (no apellido, sino nombre) Doyle fuma una pipa sabiendo que una pipa va a ser el aditamento, en las imágenes al menos, de su creación más famosa, Sherlock Holmes.

Y, se puede ver en sus ojos, duda de si valió la pena.

La fotografía es, por la edad del escritor, de los años veinte. Más probablemente de finales de esa década. Conan Doyle sabe que la muerte ya está cerca y que la posteridad comienza con ella. Está satisfecho, eso se ve en la seguridad con la que agarra la pipa. Una pipa de la que no sale humo como si en realidad no la estuviese fumando sino posando con ella. Una pipa que ya fumaba antes de que un actor encarnado a Holmes lo convirtiera en inseparable de esa pipa curvada que nunca apareció en los libros.

Es más fácil saber, y eso demuestra la genialidad de Doyle, cosas del personaje que del autor. El inseparable Watson, aunque hay dos casos en los que no aparece, normalmente fumaba en pipa y normalmente lo hacía con sus tabacos favoritos “Arcadia Mixture” o, según lo llama Holmes, “Ship’s tobacco”. Watson, al contrario que Holmes, no es hombre de cigarros ni de cigarrillos. Holmes, aunque tiene sus favoritos, afirma en alguna ocasión que nunca ha encontrado un tabaco que le desagrade.

Es fácil imaginar a Conan Doyle fumando mientras escribía, fumando más y más conforme más se resistía el texto. Quizá de ese hábito venga la calificación de Holmes de un caso dificil como “un caso de tres pipas”. Probablemente de ese hábito venga la monografía de Holmes 'Upon the Distinction between the Ashes of the Various Tobaccos', en la que describe ciento cuarenta diferentes cenizas según sea cigarrillo, cigarro o pipa. Una monografía que no resulta vana ya que de los sesenta casos canónicos (es decir, escritos por Conan Doyle) de Holmes, siete son resueltos gracias a ese conocimiento.

Sir Arthur está fumando una pipa de madera. A su personaje le gustaban sobre todo las de arcilla, aunque no despreciaba ninguna. Algo, siempre, se queda del autor en el personaje, y queda en el lector la duda de cómo hubiera sido Holmes si Doyle no fumara. O, peor, si habría sido.

Sherlock fumaba porque creía que así su mente podría concentrarse mejor. Quizá Sir Arthur Conan Doyle está fumando mientras piensa en las obras que aún podría escribir. O en las que ha escrito y sabe con toda seguridad que no le sobrevivirán. Doyle fuma y mira al futuro aunque el futuro no le guste. O quizá, en el fondo de su alma, sí.

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