sábado. 20.04.2024
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Zadig, o el destino de Voltaire

Jaime Panqueva

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Zadig, o el destino de Voltaire

Al investigar sobre el origen de la palabra “serendipia”, di con esta novelita escrita por Voltaire durante los años que compartió con madame Émilie du Châtelet, dedicados principalmente al estudio y divulgación de la obra de Locke y Newton y a la escritura de obras teatrales, para sólo mencionar lo que a este espacio atañe.

Zadig o el destino es una novela breve de corte filosófico con un pasaje que parafrasea el cuento de los príncipes de Serendib, tomado del original veneciano del siglo XVI. En el capítulo III, El perro y el caballo, el autor francés presenta al noble Zadig como un sagaz investigador capaz de emplear el método deductivo para descubrir las características físicas de un perro y un caballo perdidos. Es tan exacta la descripción de estos a partir de las huellas que ha dejado cada uno, que se le acusa de haberlos robado. Zadig es conducido ante el monarca, que se deslumbra al develarse la manera en que el protagonista ha hecho sus descubrimientos. Al final, Zadig es recompensado, pero debido a su apego a la verdad y rechazo a la charlatanería, vuelve a caer en desgracia y debe deambular de reino en reino, como una réplica misma de la vida de Voltaire tras la muerte de Émilie.

Thomas Huxley, abuelo del escritor Aldous Huxley, firme defensor de las ideas de Darwin por ser incontrovertibles en lo científico, nombró a esa capacidad de obtener conocimiento de los hallazgos casuales o de felices coincidencias, método Zadig. Sin embargo, la posterioridad hará más caso de otro escritor: Horace Walpole, uno de los autores fundadores de la literatura gótica con El castillo de Otranto, quien acuñaría el término inglés “seredipity”, en una carta por el año 1754.

Serendipia o no, encontré un fragmento también en el Zadig que hace referencia a una antigua leyenda oriental. En el capítulo XIV, El rey de Ceilán (que también así se llama Serendip) le pregunta a Zadig: ¿no sabríais modo para que tope yo con un tesorero que no me robe? El astuto consejero le pide que invite a los postulantes al cargo a bailar para él, de manera tal que quien mejor lo hiciera, obtendría el cargo. Aquí trascribo a Voltaire:

Acudieron en número de sesenta y cuatro. Estaban los músicos en una sala inmediata, y dispuesto todo para un baile; pero estaba cerrada la puerta de la sala, y para entrar en ella había que atravesar una galería bastante obscura. Vino un ujier a conducir uno tras de otro a cada candidato por este pasadizo, donde le dejaba solo algunos minutos. El rey, que estaba avisado, había hecho poner todos sus tesoros en la galería. Cuando llegaron los pretendientes a la sala, mandó su majestad que bailaran, y nunca se habían visto bailarines más topos ni con menos desenvoltura; todos andaban la cabeza baja, las espaldas corvas y las manos pegadas al cuerpo. ¡Qué bribones! decía en voz baja Zadig. Uno solo hacía con agilidad las mudanzas, levantada la cabeza, sereno el mirar, derecho el cuerpo y firmes las rodillas. ¡Qué hombre tan de bien, qué honrado sujeto! dijo Zadig. Dio el rey un abrazo a este buen bailarín, y le nombró su tesorero: todos los demás fueron justamente castigados y multados, porque mientras que habían estado en la galería había llenado cada uno sus bolsillos, y apenas podían dar paso.

Como conclusión al pasaje, y a esta guía, dejo la reflexión del autor sobre qué habría pasado en otras latitudes. Pues, en tiempos de gobernadores de dos patas, Voltaire nos ayuda a dilucidar la naturaleza del reino en que vivimos:

Compadecióse el rey de la humana naturaleza, contemplando que de sesenta y cuatro bailarines los sesenta y tres eran ladrones rateros, y se dio a la galería obscura el título de corredor de la tentación. En Persia hubieran empalado a los sesenta y tres magnates; en otros países, hubieran nombrado un juzgado, que hubiera consumido en costas el triple del dinero robado, y no hubiera puesto un maravedí en las arcas reales; en otros se hubieran justificado plenamente, y hubiera caído de la gracia el ágil bailarín: en Serendib fueron condenados a aumentar el fisco, porque era Nabuzan muy clemente. No era menos agradecido, y dio a Zadig una suma más cuantiosa que nunca había robado tesorero ninguno al rey su amo.

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