viernes. 19.04.2024
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De avispas mutantes y una caja fuerte

Chema Rosas

Chema Rosas - De avispas mutantes y una caja fuerte
De avispas mutantes y una caja fuerte

El lunes por la mañana me asomé a la calle desde la ventana para revisar que no había pasado el camión de la basura. Al hacerlo comprobé con tranquilidad que las bolsas de los vecinos seguían esperando pacientemente en la acera, pero esa tranquilidad se esfumó en el momento en que escuché un fuerte crepitar justo sobre mi cabeza.

Alcé la vista y ahí, a escasos treinta centímetros se encontraba la nave nodriza de una invasión de las avispas alienígenas. Al parecer llegaron en la noche y decidieron que el marco de mi ventana era el lugar indicado para iniciar su colonización del planeta. No vieron el rostro que palideció de terror y se escurrió sigilosamente al interior mi habitación. Tras cerrar la ventana y recuperar el aliento supe que debía tomar una decisión y elaboré una lista de mis opciones:

Quitar el panal. Claro que eso sería lo más sensato. Erradicar el problema de una vez por todas y salvar al planeta, cual Will Smith en Día de la Independencia. El problema es que no soy Will Smith, la última vez que revisé mi coche no encontré misiles nucleares y soy alérgico a las avispas… particularmente cuando tienen colmillos y son del tamaño de un puño.

Mudarme de casa. Puedo dejar todas mis cosas aquí y regresar en unos años, cuando el tiempo haya hecho su trabajo y las avispas se encuentren dominando el mundo desde un edificio más importante como la Casa Blanca, las oficinas de Google o un Walmart.

Dejar la ventana cerrada. Podría guardar la experiencia de esa mañana en la caja fuerte de mi memoria, reservada para situaciones con las que no estoy dispuesto a lidiar por el momento, aunque tenga la intención de hacerlo más adelante. ¿Quién necesita ventanas que se abran?

Elegí la última opción por práctica y económica, pero sobre todo porque no involucraba ponerme en el lugar de Ender. Pensé que mientras no abriera la ventana y dejara el problema en la caja fuerte, todo estaría bien. No podía estar más equivocado.

Esa tarde cuando regresé del trabajo, en cuanto dejé mis cosas en la mesa de la cocina, sonó el timbre. Al abrir la puerta me encontré con un grupo de vecinos estaban en medio de la calle sin atreverse a dar un paso más. Rostros desencajados, pánico en los ojos y manos que señalaban la ventana de mi habitación en el segundo piso. Mi única opción fue voltear a donde apuntaban los pálidos dedos y ahí estaba… una civilización de insectos montando guardia frente a mi casa. Me despedí de los vecinos con la promesa de atender el problema e introduje el episodio de nuevo a la caja fuerte, por lo que no volví a pensar en ello… hasta el día siguiente.

Nancy es una de las razones por las que no vivo en un chiquero. Acude todos los martes y hace la limpieza general a cambio de una remuneración económica. Es risueña, agradable y valiente, aunque la mayor parte de nuestra relación es epistolar. La noche del martes, cuando llegué a casa encontré una de sus no tan extensas cartas en la que me explicaba un problema con la plancha, que hacía falta comprar cloro… y que por favor destruyera el panal en el marco de mi ventana, pues vio que una avispa le picó al perro del vecino y habría jurado que lo vio horas después con alas y disparando rayos por los ojos.

En ese momento descubrí que encerrar un panal de avispas mutantes en la misma caja con los asuntos que dejo para luego, no ha sido de mis mejores ideas. Uno a uno comenzaron a salir, con forma de avispa, pero todos reconocibles y hambrientos de atención:

El diplomado que comencé hace cuatro años y aún no termino.
Los hábitos saludables que no practico.
Lo precario de mis ahorros para el retiro.
Las heridas que no han sanado.
Los “te quiero” que me he guardado.
Los libros que compré y no he leído.
Los vicios que no he dejado.
Los adoquines que me falta comprar para el patio.
El negocio propio que no he comenzado.
La guitarra que hace tiempo no practico.
Los “vete al carajo” que no he dicho.
El ukelele del que sólo me sé tres acordes.
La pareja que no tengo.
El tupper sospechoso que lleva meses al fondo del refri.
Mi odio por los gerundios, aunque acabo de usar montones.
El panal de avispas en el marco de mi ventana.

Tras un rato en crisis, logré atrapar algunos de nuevo en la caja fuerte. No se puede hacer todo al mismo tiempo, pero este fin de semana planeo juntar el valor suficiente para adentrarme al refrigerador e inspeccionar los tuppers en busca de vida inteligente. Luego leeré uno de los libros pendientes y aprenderé un cuarto acorde en el ukelele. Pero antes salvaré a la humanidad de su posible extinción.

Los panales son peligrosos, así que probablemente llame al fumigador.

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​Chema Rosas
 (Ciudad de México, 1984) es bibliotecario, guionista, columnista, ermitaño y papa-de-sofá, acérrimo de Dr. Who y, por si fuese poco, autoestopista galáctico. Hace poco incursionó también en la comedia.

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