viernes. 19.04.2024
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Los discos perdidos

Esteban Cisneros

Charly-García
Charly-García
Los discos perdidos

Interior. La habitación de los libros y los discos. Día. Tarde, en realidad. Media tarde, después de comer, sábado, en plena digestión de algo que viajó miles de kilómetros comenzando en el océano para acabar deshecho en los jugos gástricos de un leonés no muy brillante pero que puede hilar tres palabras con sentido en sus días buenos y con tres Tsingtaos iniciando su fiestecita particular en el torrente sanguíneo. La ventana abierta, el viento entra y el árbol al que ahora extrañamos (pero que crecerá pronto de nuevo: ¡fuerza, pequeño!) hace un sonido que se parece a un whooosh soul pero que a algunos les parece un bzzzzt de no-wave. Como sea, es un árbol musical y lo amo. Y no me muevo de aquí hasta que lo vea crecer. He dicho.

Interior. La habitación de los libros y los discos. Media tarde. Un sábado, hace muy poco. Laisa y Lalo me invitaron a pinchar discos en la fiesta del Cerdo Violeta. Es un honor. Nunca he sido un pinchadiscos competente pero disfruto poner mi música y ver que la gente baila con lo que me gusta. No siempre pasa. Pero dije sí. Laisa y Lalo son grandes panas. Así que me dispuse a hacer una selección de canciones para hacer bailar al respetable del Jaibol, el lugar más cutre y genial del condado ahora que la “dignificación” del centro de la ciudad ha tenido tantos damnificados. ¿Por dónde empezar? Por el estante de soul, claro. Luego, el de sonidos guitarreros: revival, post-punk, nueva ola. Y el de los caprichos jamaicanos. Y…

El cielo ya no era claro: oscurecía. Y llovía con mucha violencia. Afuera el sonido era como el de un hiss de disco viejo pero amplificado vogonamente. Por un momento temí que salir de mi covacha y dirigirme al centro sería una proeza más grande que la de Ulises y, ea, había fiesta así que había que ponerse los botines y lograrlo. Pero el chubasco desapareció como un fade out producido por Joe Meek: brusco y torpe pero hermoso.

Y llegó el desconcierto. Ya tenía una pila de discos listos para girar y fiestear. Pero había varias incógnitas conandoylescas flotando en el aire: ¿dónde estaban todos aquellos discos que sí existían en mi memoria pero no estaban ni en los estantes ni en las cajas? Tras el inventario exhaustivo, había discos que, como dicen los ingleses, estaban nowhere to be found. Ca. Ra. Jo.

¿Dónde quedó aquel disco de Ella Fitzgerald? Tal vez lo presté. ¿Y el de los Four Tops? Tal vez fue aquel que atropellaron a la salida de aquella fiesta, aunque no creo porque ese día no llevaba tanto soul. Ay. Sé que aquel de Cat Stevens lo regalé, pero no pasa nada, porque tengo otra copia, aunque el que di era la edición americana del año y la que yo tengo es la edición mexicana del año siguiente. No importa, amo y respeto al sujeto al que se lo regalé, así que hasta me da gusto. Cómo no. ¿Y mi primera edición inglesa del primer disco de Suede? Su puta madre, se lo presté hace nueve años a una novia que hace ocho años no lo es y se lo quedó. Junto a algunos discos lamentables, así que no pasa nada, como aquel de Green Day que fue un capricho adolescente y que sólo extrañaría en un arranque lelo de nostalgia. Pero el primero de The Streets que sí extraño y mucho (sobre todo cuando es noche de beber con Don Camisa y, vaso lleno de Newcastle en mano, exige escuchar a Mike Skinner) y aquel de Spinetta que ya no he podido encontrar nada lo suple; bueno, sí: otra copia de cada uno. En eso estoy. Y sobre el de Spinetta, miento: sí lo he encontrado, pero maltratado y así no lo quiero. Y aquel disco vital, el Clics Modernos del Charly, que regalé en un trance dipsómano a mi primo el Chibuya, que había encontrado en el disco la respuesta a preguntas que se había hecho por casi diez años sin estar ni remotamente cerca de la respuesta. Escuchó el disco y fue otro. Fue mágico. Jamás he visto metamorfosis así. Fue como ver esas tomas cinematográficas largas del gusano que se convierte en mariposa, pero en lisérgico: la mariposa que emergía (qué mala figura retórica, mil disculpas) vestía de traje italiano, lentes de pasta y zapatos leoneses (¡por supuesto!) y salió del capullo al ritmo de los Electric Prunes. Tenía los ojos rasgados, el cabello corto y el andar de Jimmy Cooper y dejaba una estela de color brillante a su paso; antes de escuchar los Clics Modernos, el ente en cuestión era un memo agazapado en una esquina esperando un regaño por, quién sabe, tal vez por existir. Tenía que quedarse con el artefacto cambiavidas, por supuesto. Nadie iba a impedirlo. Yo menos que nadie.

Pero el que más me ha dolido: Pet Sounds. ¿No tengo Pet Sounds? Que sí, ¿¡cómo no voy a tenerlo si no puedo vivir sin él?! Lo tengo en cedé y en vinilo viejo y en cinta y las sesiones completas. Pero esa edición impecable (mono, mint, preservada aparte, la joya de la colección) que regalé a aquella chica en aquel estacionamiento, en un intento vano de impresionarla, se fue. ¡Se fue! Y estoy seguro que a ella no le importa en absoluto, porque me hizo cantar la Bad Cover Version de Pulp a todo pulmón hace algunas semanas. Estoy seguro que ese disco irá a parar a una bodega. O a un bazar. A un puto tiradero. Y pasará a las peores manos posibles. Y era mío. Y lo di con el corazón. Me deshice de una de las posesiones más preciadas de un brianwilsómano. Y logré nada. Esa misma noche, disco en mano, la chica pronunció las palabras más temidas, mirándome a los ojos y su dedo índice agitándose en el aire: “tenemos que hablar.”

Y los otros discos, perdidos trágicamente. Aquel de garaje con esa increíble portada que a Don Camisa le robaron cuando le robaron un montón de otras cosas y que, a pesar de todo, dejó de significar gran cosa porque el dolor del pana era grande y eso es lo realmente importante; aquel otro de pop español de los ochenta que no he vuelto a ver en subasta que fue intercambiado por cacahuates en una urgencia de dinero; y ese último de ska milnovecientossesentaycuatro que, así es la vida, se perdió y nadie supo de él. No hay culpables y si los hay no los conozco ni los conoceré. Mejor.

Joder, que así es la vida de las cosas. Lo material se esfuma. Qué triste.

No queda más que rememorar las bajas de guerra, los caídos en batalla. Algunos cayeron en escaramuzas menores y lo lamento muchísimo. Otros cayeron en desembarcos de Normandía, valientes, haciendo bailar a decenas y decenas de personas, burning y no fading away. Chau. Os despido con honores, porque hicisteis felices a un tipo desdichado (yo, claro) y a sus amigos y a uno que otro desconocido. Habéis cumplido vuestra misión en la vida.

Me fui al Jaibol ese día con los botines bien puestos y con un agujero en la panza (verde). Hice mi número torpe y ajumado. Y me aseguré de no perder ni un disco más. En lo que crece mi árbol, no puedo darme otros lujos.

C/S.

***
Esteban Cisneros
(León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú y los Beatles. Está convencido de que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.

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