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Libertad, individuo e historia: Orestes en Esquilo y Sartre [II/II]

Eduardo Celaya Díaz

Orestes perseguido por las furias, William-Adolphe Bouguereau, 1862
Orestes perseguido por las furias, William-Adolphe Bouguereau, 1862
Libertad, individuo e historia: Orestes en Esquilo y Sartre [II/II]

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Sartre: el principio del juego

Por otro lado, Jean Paul Sartre ofrece una nueva versión del mito de Orestes en su obra dramática “Las moscas”, escrita en 1943 como una crítica a la guerra y la ocupación nazi en Francia, además de ofrecer reflexiones sobre la libertad, el arrepentimiento y la religión. Sartre hace un análisis de la sociedad de su tiempo por medio del argumento del mito griego clásico, adaptando las actitudes de los personajes, pero sobre todo de Orestes, quien tiene un cambio radical en comparación con el Orestes de Esquilo, propio de su época. Sobre esta pieza dramática, señala Martínez “los dos elementos importantes de la obra: el mundo, es decir, la situación y el hombre que tendrá que enfrentarse a ella”[1], los cuales tendrán una importante influencia en el desenlace del drama, punto que se destacará en este análisis.

Esta obra comienza con la llegada de Orestes a Argos, acompañado de su mentor, al cual conocemos como El pedagogo, quien le infundió valores burgueses al educarlo en Atenas, base de su desarrollo diferente al del pueblo de Argos. Al inicio del drama, destaca la persistencia de la concepción antinómica de la historia y de las viejas tradiciones europeas ante la resistencia de El pedagogo y Orestes, cuando descubren que Jupiter, disfrazado, los ha estado siguiendo a lo largo de su viaje. El pedagogo reclama, con molestia este seguimiento, desde la primera escena: “¡Vaya! Nos ha seguido hasta aquí.”[2]

Orestes se presenta posteriormente a Jupiter con un nombre falso: “Me llamo Filebo y soy de Corinto”[3]. Jupiter, a su vez se muestra disfrazado, recordando la segunda condición previa que señala Kosik, en el que el individuo puede adquirir consciencia o ser engañado por el otro, o engañar al otro. Cabe destacar que a lo largo del drama, el dios se presenta como Jupiter, no como Zeus, al representar el invasor extranjero, en este caso, la Alemania nazi en la Francia ocupada.

Otro de los antecedentes que Sartre nos da en sus primeras escenas es la importancia del conocimiento y la formación que El pedagogo ha aportado a Orestes, de la cual él puede renegar, pero más adelante le harán destacar:

ORESTES - Deja tu filosofía. Me ha hecho demasiado daño.

EL PEDAGOGO - ¡Daño! Entonces es perjudicar a la gente, dar la libertad de espíritu. ¡Ah! ¡Cómo habéis cambiado![4]

La percepción del autor sobre el pueblo que debe enfrentar al invasor, y que podemos retomar como la consciencia del individuo que puede participar en el cambio histórico, se hace evidente en palabras de Orestes a lo largo del texto, en la crítica que hace de la opresión en el pueblo de Argos: “Hay hombres que nacen comprometidos: no tienen la facultad de elegir; han sido arrojados a un camino: al final del camino los espera un acto, su acto; van, y sus pies desnudos oprimen fuertemente la tierra y se desuellan en los guijarros”[5].

El resto de los personajes, por otro lado, mantienen la concepción del Destino como rector de sus acciones y porvenir. Un ejemplo es la aparición de Clitemnestra al dialogar con su hija Electra, cuando le advierte sobre su futuro, al que no podrá escapar: “un día, arrastrarás tras de ti un crimen irreparable […] Te volverás y lo verás a tus espaldas, fuera de alcance, sombrío y puro como un cristal negro. Y ni siquiera lo comprenderás ya; dirás: ‘No soy yo, no soy yo quien lo ha cometido’.”[6] Otro ejemplo es una de las recomendaciones que una madre hace a su joven hijo justo antes de la festividad de los muertos, ceremonia en la que el pueblo recibe a sus muertos para ser atormentados durante todo un día por sus culpas: “Hay que tener miedo, querido mío. Mucho miedo. Así es como se llega a ser un hombre honrado”[7]. Sin embargo, esta misma concepción se convierte en un rasgo de la fuerza de Electra al enfrentar a Egisto, rey de Argos, durante la misma fiesta, cuando le advierte sobre el regreso de Orestes a sus tierras: “Vendrá, no puede dejar de venir. Es de nuestra raza, ¿comprendes?; lleva el crimen y la desgracia en la sangre, como yo.”[8]

Orestes, durante el segundo acto, muestra una voluntad propia por adquirir conocimiento y consciencia, que coinciden con la primer y segunda condición previa señaladas por Kosic. Busca, antes que nada, conocer su relación consigo mismo y con los otros, y por medio de ese conocimiento, adquirir consciencia de sí mismo, en una búsqueda constante por su propia tierra: “Voy de ciudad en ciudad, extranjero para los demás, y para mí mismo, y las ciudades se cierran tras de mí como el agua tranquila”[9].

Finalmente, tras la celebración del día de los muertos y la expulsión de Electra de Argos, Orestes se presenta ante su hermana en su verdadera identidad, y adquiere consciencia de las opresiones del pueblo por su rey, Egisto, no sin antes tener un momento de debilidad y rogar por la ayuda de Zeus (no Jupiter): “Entonces… eso es el Bien. Agachar el lomo. Bien. […] Esa luz no es para mí: y nadie puede darme órdenes ya.”[10] Orestes adquiere plena consciencia de su dimensión como individuo, y comprende que sus acciones no son determinadas por los dioses, sino por él mismo.

Es importante comprender que, si bien se trata de la misma anécdota en las obras dramáticas de Esquilo y de Sartre, el tratamiento es completamente diferente, desembocando en un Oretes contrastante en ambos casos. “Sartre tratará de mostrar que una situación aparentemente determinada in toto por el destino, en realidad no es sino la expresión de la libertad de los agentes humanos.”[11]

A partir de esta toma de consciencia, que es consecuencia tanto de su educación burguesa, como de la liberación que Jupiter hace de Orestes de la opresión de las moscas (la culpa) al finalizar el primer acto, el autor nos demuestra la verdadera naturaleza de Egisto y Jupiter, representantes del invasor y de la República de Vichy. Durante un diálogo entre los dos poderes en Argos, Jupiter confiesa a Egisto que el pueblo no debe conocerse a sí mismo, pues su posición privilegiada peligraría: “El secreto doloroso de los dioses y de los reyes: que los hombres son libres. Son libres, Egisto. Tú lo sabes, ellos no”.[12] Egisto, a su vez, se muestra como un personaje débil, melancólico, que añora el descanso y la separación de Jupiter, su aliado, al verse consumido por la culpa tras el asesinato de Agamemnón. Justo antes de morir, escena que se puede apreciar en el texto de Sartre, a diferencia de la obra de Esquilo, Egisto replica a Orestes: “No me defenderé. Es demasiado tarde para llamar y me alegra que sea demasiado tarde. Pero no me defenderé: quiero que me asesines.”[13]

Orestes asesina a Egisto y a su madre, Clitemnestra, pero lo hace con plena consciencia de sus actos y con uso de su voluntad. Esto marca la principal diferencia entre ambos dramas, y apoya los postulados de Kosic. Sin embargo, aun hay una gran diferencia entre Orestes y el resto de los personajes, que aun mantiene el Destino como rector de sus vidas. Menciona Martínez que “para Electra, este acto se presenta como la realización de la única finalidad de su vida, en tanto que para Orestes representa el hacerse cargo de su destino”[14]. Orestes trata de encaminar a su pueblo, y principalmente a su hermana Electra, por el camino de la consciencia y la libertad, aun cuando pareciera que sus actos responden al designio divino, pero haciendo especial énfasis en la responsabilidad personal: “Electra, hemos decidido juntos este crimen y debemos soportar juntos las consecuencias”[15].

Finalmente, la conclusión del drama marca la postura del autor y la enseñanza del mismo hacia sus espectadores. Orestes, lejos de solicitar la piedad de Apolo o Atenea, enfrenta su crimen y lo asume como propio, consecuencia de sus actos y su voluntad. Las Erinias le persiguen para consumirlo y pierde el apoyo de Electra, quien aún sin saberlo, elige libremente pedir el favor de Jupiter y vivir en arrepentimiento, mientras el pueblo de Argos amenaza con matar a Orestes. El héroe, finalmente, se expresa directamente al pueblo de Argos, renunciando a su corona y aceptando la responsabilidad por sus actos, cargando con la culpa de todo su pueblo para liberarlo, mientras les increpa: “Habéis comprendido que mi crimen es muy mío; lo reivindico cara al sol; es mi razón de vivir y mi orgullo, no podéis castigarme, ni compadecerme, y por eso me tenéis miedo”[16]. Orestes se nos presenta, de este modo, como el hombre libre que Sartre promueve en su filosofía, y apoya la postura de Kosic sobre la capacidad del individuo de cambiar la historia, sin depender de su poder, su capacidad como gran individuo, o de fuerzas supraindividuales.

Finalmente, para apoyar este último punto, Kosic nos señala en su análisis que “en Marx el juego (jeu) no está determinado antes de que la historia esté escrita, pues el curso y los resultados de ésta están contenidos en el juego mismo, es decir, resultan de la actividad histórica de los hombres”[17].

Conclusiones

Basados en los postulados de Kosic, y en el análisis de obras dramáticas como manifestación cultural de una época histórica dada, se ha demostrado que las concepciones sobre el devenir histórico han cambiado a partir de las propuestas marxistas. Si bien la anécdota es la misma en ambas obras dramáticas analizadas, la concepción del devenir histórico y la toma de consciencia, propuestos por Marx y analizados por Kosic toman parte importante en el desarrollo de la historia y en el crecimiento del personaje trágico, en este caso Orestes, lo cual implica una importante diferencia en el mensaje que ambas obras postulan, cada una de acuerdo a su realidad histórica.

En base a este análisis, habrá que tomar en cuenta el argumento de Kosic al analizar la relación simbiótica del individuo y la historia: “la historia no es una necesidad en acto, sino un acto en el que se interpenetran necesidad y contingencia y en el que amos y esclavos, verdugos y víctimas no son elementos de la necesidad, sino factores de una lucha cuyo desenlace nunca se decide por adelantado y en el curso de la cual juegan su papel la mixtificación y la desmixtificación”[18].

Fuentes y bibliografía

Campbell, Robert, Jean Paul Sartre o una literatura filosófica, México, Juan Pablos Editor, 1976.

Esquilo, Las siete tragedias. Las suplicantes, Los persas, Los siete contra Tebas, Prometeo encadenado, Trilogía de Orestes: I. Agamemnón. II. Coéforas. III. Euménides, 21ra.

edición, México, Editorial Porrúa, 1992 (Sepan cuántos…, 11).

Kosic, Karel, El individuo y la historia, en “L’ Homme et la societé”, no. 9, julioseptiembre, 1968, París.

Martínez Contreras, Jorge,  Sartre. La filosofía del hombre, México, Siglo XXI, 1980. 

Sartre, Jean Paul, Las moscas. Nekrasov, 5º edición Buenos Aires, Editorial Losada, S. A., 1957.

Vernant, Jean-Pierre y Pierre Vidal-Naquet, Mito y tragedia en la Grecia Antigua, I, Barcelona, Paidós, 2002.

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Eduardo Celaya Díaz
(Ciudad de México, 1984) es actor teatral, dramaturgo e historiador. Fundó el grupo de teatro independiente Un Perro Azul. Ha escrito varias piezas teatrales cortas, cuentos y ensayos históricos.

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[1] Martínez Contreras, Jorge,  Sartre. La filosofía del hombre, México, Siglo XXI, 1980, p, 223.

[2] Sartre, Jean Paul, Las moscas. Nekrasov, 5º edición Buenos Aires, Editorial Losada, S. A., 1957, primer acto, escena 1, p. 10.

[3] Ibid., p. 14.

[4] Ibid., acto 1, escena 2, p. 15.

[5] Ibid., p. 17.

[6] Ibid., acto 1, escena 5, p. 24.

[7] Ibid., acto 2, cuadro 1, escena 1, p. 27.

[8] Ibid., acto 2, cuadro 1, escena 4, p. 37.

[9] Ibid., p. 39.

[10] Ibid., pp. 40-41.

[11] Op. Cit. Martínez, p. 223.

[12] Op. Cit. Sartre., acto 2, cuadro 2, escena 5, p. 49.

[13] Ibid., acto 2, cuadro 2, escena 6, p. 51.

[14] Op. Cit. Martínez, p. 232.

[15] Op. Cit. Sartre, acto 3, escena 1, p. 58.

[16] Ibid., acto 3, escena 6, p. 68.

[17] Op. Cit. Kosic, p. 18.

[18] Ibid., p. 20.