martes. 16.04.2024
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Romances interrumpidos

Fernando Cuevas

Historia de fantasmas, fotograma de la película
Historia de fantasmas, fotograma de la película
Romances interrumpidos

Desafiando el mantra de “nada es para siempre”, seres diversos exploran la posibilidad de perpetuar su amor, desde humanos hasta espíritus recorriendo los misterios del tiempo, pasando por alguna criatura de escamosa textura y particulares poderes. Las diferencias, sin embargo, pueden resultar irreconciliables. O no. Pero la muerte es un problema irresoluble. O tampoco.

Esperando

Escrita y dirigida por David Lowery (Mi amigo el dragón, 2016), quien vuelve a hacer equipo con Casey Affleck y Rooney Mara, como en Ain’t Them Bodies Saints (2013), Historia de fantasmas (EU, 2017) es un preciosista relato pausado que apuesta por la fuerza de las imágenes, tan sutiles y sencillas como la sábana sorprendentemente expresiva de los seres que quedaron a la espera para (re)construir un amor que intenta trascender la linealidad del tiempo e introducirse en una lógica circular: un mensaje escondido en algún hueco de la pared de la casa que fue alguna vez el hogar compartido parece ser la clave para entrar o romper con la eternidad, esa dimensión en la que pasado y futuro se insertan en bucles indescifrables.

Con trémulos acordes que acompañan los vaporosos encuadres, alargados hasta sentirnos también a la espera de que en algún momento la tristeza se termine, la cinta sigue a una pareja joven que habita una vieja casa apartada, antes y después de la muerte de él, un músico en pleno proceso compositivo que termina, desde la invisibilidad, siendo testigo desde los márgenes de la depresión de su mujer (la desoladora secuencia de la ingesta de la tarta) y de las transformaciones de un mundo que ha dejado de entender. Es la no-presencia o, en sentido inverso, la sí-ausencia de un recorrido siempre inacabado.

Vacacionando

En una paradisiaca villa al norte de Italia durante el verano de 1983, donde el arte emerge de aguas cristalinas y los frutos nunca prohibidos están al alcance de la mano, un profesor investigador de la cultura greco-romana (Michael Stuhlbarg, sensible), su esposa (Amira Casar, intuitiva) e hijo de 17 años (Timothée Chalamet, frágilmente decidido) pasan algunas temporadas en compañía de vecinos y visitas, entre las que usualmente aparece un estudiante que va a realizar ciertas prácticas: ahora toca el turno a un estadounidense veinteañero (Armie Hammer, enfocado), encajando con su talante independiente en el contexto relacional del hogar y de la vida del pueblo. La sensualidad se respira y se palpa hasta en el césped más escondido, despertado por el paso de la bicicleta o el juego de volibol.

En Llámame por tu nombre (Italia-Francia-Brasil-EU, 2017) surge una relación amorosa que va de la rispidez a la complicidad, siempre intensa, entre el joven de la casa y el estudiante recién llegado. A partir de la novela de André Aciman, el maestro James Ivory entreteje un notable, sensible y luminoso guion sobre la fascinación incomparable del primer amor, más allá de la orientación sexual, detallando motivaciones, contextos y sentimientos encontrados. Como en su anterior A Bigger Splash (2015), el siciliano Luca Guadagnino crea un entramado relacional exaltante y doloroso a la vez, en un contexto vacacional donde la vida parece detenerse para abrirse a nuevas opciones: la opinión del papá y la canción de Sufjan Stevens lo confirman.

Extrañando

Marina es una mesera y cantante transexual (Daniela Vega, intensa) que se enfrenta al dolor provocado por la muerte de su novio, un hombre mayor divorciado (Francisco Reyes), a lo que se suma el rechazo generalizado de la familia llevado hasta la agresión verbal y física: tiene que buscar seguir adelante a pesar de los fuertes vientos de intolerancia que soplan en su contra, además de la necesidad de vivir el sufrimiento por la partida del ser querido y encontrar, en el camino, su lugar dentro de una sociedad aún con prejuicios negativos acerca de las decisiones de cambiar de sexo.

Dirigida por Sebastián Leilo (La sagrada familia, 2005) con empatía hacia su personaje protagónico, Una mujer fantástica (Chile-Alemania-España-Estados Unidos, 2017) contrasta con su anterior Gloria (2013), en cuanto a que la mujer del título está enfocada en el disfrute de la vida más allá de los problemas, aprovechando cada minuto para hacer lo que su voluntad e instintos le señalan: en el caso de Marina, su tarea inmediata es buscar la luz al final del túnel, acaso apoyada por el maestro de canto y un matrimonio especialista en discutir por cualquier motivo.

Escapando

A evidente medio camino entre Amélie (Jeunet, 2001) y El monstruo de la laguna negra (Arnold, 1954), entre otras múltiples referencias, Guillermo del Toro escribe y dirige La forma del agua (EU, 2017), acaso incorporando el enfoque de la modernidad líquida de Bauman, en contraposición a las sólidas e inflexibles estructuras de tiempos de la posguerra, eso sí, al menos visibles en contraste con los nuevos poderes globales, más inasibles. No es casual que la historia se desarrolle en los sesentas (que podrían ser los años actuales): rusos y estadounidenses enfrascados en secretos de Estado, guerras en la congeladora y descubrimientos fantasiosos.

Pero al final estamos ante un relato de amor con una lucidora producción que enfatiza la tolerancia hacia las diferencias e incluso su integración: el hombre del sistema termina siendo el monstruo y los personajes marginales son quienes resurgen ante la posibilidad de ser felices. Si bien la estructura del guion ya ha sido vista y algunas resoluciones buscan la salida fácil, las actuaciones del bien elegido elenco, el elusivo score de Desplat y el manejo de la cámara, captando las cuidadas escenografías acuáticas de los interiores, realzan una de las obras más redondas del tapatío, aunque me parece que por debajo de El espinazo del diablo (2001).

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