Es lo Cotidiano

250 son

Federico Urtaza Hernández

Foto, María Gómez Bulle
Foto, María Gómez Bulle

Mi ventana da al sur; desde ahí veo azoteas, tinacos, tendederos, una veleta que en la punta tiene un gallo y sobre la base la letra “O” a mi izquierda y “P” a la derecha (que, yo lector de poesía, al principio supuse que eran las iniciales del Nobel), y un poco más lejos un árbol enorme, plagado por no sé qué planta y de una legión de pericos.

Me pregunto de dónde habrán llegado tantos pericos a León; cuando era niño, era extraño ver un perico fuera de su jaula de gruesos y aplanados barrotes. Ahora cruzan en todas direcciones y a todas horas graznando con voz (¿será correcto decir “voz” tratándose de estos animalitos?) muy finita, no como esos loros de altamar (El Grillito Cantor dixit) que dicen tu nombre y lanzan improperios que revelan el vocabulario de sus maestros.

¡Cre cre cre! En esas estaba cuando de mi IPad saltó un ¡plin! Anunciando que acababa de llegarme un mensaje. Esperé un momento antes de revisar el aparatillo; soy de esas personas a las que pocas veces le llaman o mensajean, pero de que sucede, se le juntan timbrazos de toda tonalidad.

Era Polo Navarro. Hace meses no nos vemos salvo en FB, que ya es algo. En su mensaje me anunciaba que estaba de fiesta, o casi; el suplemento cultural de Es lo cotidiano va a cumplir casi cinco años de circulación. Me dio gusto la noticia, cómo no, si ocasionalmente he sido colaborador con artículos sobre cine.

Al enterarme del tema, por dos razones me vino a la mente Efrén Hernández; pero bueno, las dos razones son en realidad una porque el suplemento se llama Tachas, inspirado en el cuento de Efrén Hernández. Decía Polo que Tachas llegaba a 250 números, es decir, según él, al cuarto de un millar, de donde deduzco que tiene planeado llegar a los cuatro dígitos (confío en que así será, pues algo de cordura debe prevalecer en este mundo loco).

Tachas. El cuarto. ¡Vaya! Me quedé desde ese día hasta ahora lunes 19 de marzo como el joven Juárez del cuento de Efrén Hernández.

Me siento en el sillón de una pata quebrada que no se cae porque el respaldo está apoyado en la esquina junto a la ventana, prendo la laptop (¡qué distancia desde el cuento de Hernández, seguramente escenificado en la Escuela Nacional de Jurisprudencia!) y me repito “El cuarto”.

Miro mi propio cuarto. La ventana sigue con sus gran ojo fijo en el sur; pasan otros periquitos, no, no son australianos, quién sabe de dónde habrán salido, probablemente de una jaula, y antes de eso quién sabe de dónde habrán llegado, dónde quedaron su papá y su mamá y sus hermanos pericos.

El cuarto. Una proporción. Cuatro cuartos hacen un entero, 250 por cuatro hace mil. Cuando alguien dice de un tornillo que tiene un cuarto de pulgada, entiendo de qué habla, pero no visualizo un tornillo con esa dimensión pues mi mente métrica no es capaza de hacer la conversión adecuada.

¡Qué ocurrente Polo! Pero bueno, así son los amigos y con los amigos, cuando uno se lleva de a cuartos… Ahí está, otra vez la palabra, el concepto, la idea… La verdad es que no puedo decir mucho de la expresión “llevarse de a cuartos”, salvo que significa confianza o, si se me permite, confianzudez.

Observo mi cuarto, como hacía Ray Bradbury al presentar su programa y explicar de dónde sacaba las ideas para escribir, pero es evidente que aun siendo algo tilichento, no he acumulado tantos objetos como para encontrar ahora el que me hace falta para escribir algo acerca de El cuarto.

Mi cuarto. Reviso el lomo de los libros apilados aquí y allá, veo el tomo del Fondo de Cultura Económica, dejo a un lado la laptop, me levanto, tomo el libro, que se abre prácticamente solo en el cuento Tachas. Leo despacio pero brincando de un renglón a otro.

Juárez piensa/habla de Tacha, una chica que acaso se llama Anastasia, a quien el novio seguramente le diría: “Tu eres mi vida, Tacha.” Me imagino a la muchacha, casi la veo, me parece muy bonita y sé que yo no le diría Tacha, suena fuerte, me gusta más Anastasia y así le diría en cualquier circunstancia, Anastasia.

Dejo el libro, me aparta de la muchacha y vuelvo al sillón y a mi laptop.

Se hace tarde, pardea la tarde y aumenta la luz que sale de la pantalla y me ilumina por fuera, porque mentalmente sigo a oscuras. ¡Qué pena con Polo, voy a quedarle mal! No se me ocurre nada que escribir sobre El cuarto de Tachas, salvo que 250 apariciones no es cualquier vacilada, que da gusto leer el suplemento y quedarse esperando el siguiente número.

250 números de Tachas. Iba a escribir que se dice fácil, pero no, 250, un cuarto de millar, desafío a muchos a que sostengan un esfuerzo a través de otras tantas repeticiones que, sin embargo, siempre aportan novedades.

Pero, en fin, el caso es que ya le quedé mal a Polo, pero sé que sabrá comprender. Los amigos siempre entienden.

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