Es lo Cotidiano

El reflejo

Leticia Ávila

Foto, María Gómez Bulle
Foto, María Gómez Bulle

A un paso de caer al vacío, la desesperación le nublaba la vista. Se encontraba al borde de un barranco. Por un instante pensó en regresar, las patrullas ya no se escuchaban cercanas. Trató de calmar su agitación y comenzó a buscar, con la vista, un lugar donde refugiarse; el día comenzaba a aclararse. Alcanzó a ver una pequeña cueva entre los matorrales. Se dirigió ahí, era un lugar minúsculo en el que forzadamente cabía ella, no le importó. Se acomodó como pudo. Por su cara corrían lágrimas sin que las pudiera controlar. Cubrió su boca tratando de no dejar escapar un grito de desesperación.

Intentó recuperar la calma y repasar punto por punto lo vivido hasta ese momento, en aquella habitación de hotel.  Su mente le traía imágenes difusas y dolorosas que deseaba no repasar pero sabía que debía hacerlo.  Decidida a poner su mente en orden, comenzó a recordar el día en que conoció a Alfonso

Laura y él se conocieron en una página de citas por internet. Por el poco tiempo que ambos tenían para socializar, habían decidido ingresar a esa página. Platicaban horas, se entendían bien. Un día él la invitó a conocerse en persona, en cuanto se vieron se gustaron, se lo confesaron después. Él le dijo que se estaba separando de su esposa, se sentía solo y  deseaba tener amigos. Le contó su vida y ella la suya. Decidieron ser amigos, frecuentarse, hacerse compañía.

La amistad crecía a pasos agigantados, ambos sabían que la convivencia y la intimidad que les daba sus largas charlas cibernéticas, desde la comodidad de sus respectivos cuartos, los llevaba cada vez más a enamorarse.

Laura recordó la noche en que le comentó a Alfonso que debía salir de viaje por cuestiones de trabajo; le dijo que pese a ser un viaje de ese tipo, tendría mucho tiempo libre. De inmediato Alfonso se ofreció a acompañarla. Laura no lo pensó mucho, aceptó y comenzaron a planear el viaje.

La mañana del día señalado, se encontraron en el parque donde se conocieron. Él se veía extraño, un tanto nervioso. Ella lo cuestionó al respecto y Alfonso sólo le dijo que era la emoción del momento, que ya platicarían estando en la habitación de su destino.

La intimidad de la carretera los obligó a sincerarse, a confesarse que se amaban. Parecían recién casados, todo se les iba en risas, besos y abrazos.

 Al llegar al cuarto de su hotel, Alfonso pidió les llevaran una botella de vino. Él comenzó a beber con ansiedad. Al cabo de dos vasos bebidos de un golpe, se sentó al borde de la cama y le pidió a Laura que lo escuchara sin decir nada, hasta que terminara de hablar.

Laura casi suelta un grito al escuchar a lo lejos voces y ladridos de perros. Cómo pudo se agazapó en su escondite al tiempo que jaló unas ramas para cubrirse un poco. Se tragó sus lágrimas al recordar la conversación de aquella noche…

Laura, te he mentido, pero sólo en parte… Cuando nos conocimos aún no me separaba de mi mujer. Jamás he sido infiel y ella lo sabe, está segura de ello. El día que entré a aquella página de citas, estaba muy enojado porque ella me retó a engañarla, me dijo que no sería capaz de algo así. Me hizo sentir muy mal, herido… No Laura, no era mi hombría la que salió rasguñada, era mi amor por ella y sí, mi orgullo. Conocí varias chicas ahí, tú lo sabes, pero sólo contigo me sentía seguro, comprendido. Te aseguró que no imaginé que fuera a enamorarme así de ti. La he dejado. Ella sabe ahora que estoy contigo porque te amo, se lo he dicho justo al salir para encontrarme contigo y venir acá. Ella lloró y gritó mucho y me dijo que me arrepentiría de lo que estaba haciendo.

Laura no aguantó más, comenzó a llorar y a preguntarse por qué esa noche no le pidió a Alfonso que se fuera, que la dejara, que regresara con su mujer. Pero recordó que la mirada de él no le dejaba dudas del amor que ahora sentía por ella, además de las promesas y juramentos que Alfonso no dejaba de pronunciarle.

La voces y los perros se escuchaban cada vez más cerca, Laura comenzó a sentirse mareada, una especie de vértigo como el que sintió aquel día. Comenzó a hablar en voz baja como leyéndose los recuerdos: Salí temprano de la habitación, tenía la última reunión de trabajo, Alfonso se quedó dormido, se veía tan guapo… Le llamé justo cuando yo salía de mi junta, le dije que no tardaba, que lo amaba más que nunca, y colgué. Al llegar, la puerta del cuarto estaba entreabierta, las cortinas cerradas, la luz de la lámpara bailaba, entré despacio y en el piso el cuerpo de Alfonso bañado en sangre. No lloré, no grité, todo giraba muy rápido a mi alrededor, quise estabilizar el mareo con la vista y la centré en el espejo del tocador. Una mujer se reflejaba ahí, una mujer con un cuchillo en las manos…

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