viernes. 19.04.2024
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Reflexiones sobre el arte y las humanidades en el presente

Tarik Torres Mojica

Foto, María Gómez Bulle
Foto, María Gómez Bulle
Reflexiones sobre el arte y las humanidades en el presente

¿Qué lugar tiene el estudio del arte en el presente?, es lo que en ocasiones nos hemos preguntado quienes, por vocación o por accidente, hemos optado por persistir en el terreno de la investigación y la docencia en el área de la cultura y el arte. En nuestras cavilaciones hay respuestas que señalan la importancia del arte como una de las grandes expresiones del ser humano como animal cultural; otras afirman que ahí se encierra el espíritu profundo de una civilización; hay quien enfatiza que a través de lo artístico los individuos trascienden… y así pasan las tertulias donde presentamos nuestras mejores argumentos ante grupos de colegas, ante nuestros alumnos y ante quienes se acercan –o ante quienes vamos- en los diferentes espacios en los que se desarrolla nuestro trabajo. En ocasiones, estos razonamientos logran convencer a algunos, pero da la impresión de que ello no es suficiente: los presupuestos públicos para el trabajo de investigación, difusión y creación en las artes tienen, junto a la educación, uno de los últimos lugares dentro de las prioridades de acción públicas y privadas. Ante ello, uno se pregunta por qué.

Asumo que esta discusión no puede abarcarse de una sola sentada; se necesita unir cabos, analizar datos duros y, también, interpretar discursos y actitudes. Pero por algo se debe empezar y por ello propongo estas líneas como un modo de iniciar un diálogo, una reflexión que ayude a entender y hallar soluciones a las crisis que se viven en el terreno del estudio y producción en el ámbito de las artes y las humanidades.

No es verdad que el terreno del arte sea un páramo eminentemente contemplativo que no genera algún tipo de conocimiento útil. Por el contrario, a través del arte se generan saberes pero que no son de índole pragmático como el de las ciencias duras o el de las disciplinas médicas. Se trata de expresiones y conocimientos que no tienen un fin en sí mismas, sino que son elementos articuladores de otros saberes: en su estudio y análisis se hallan los ecos del pensamiento social a lo largo del tiempo y del presente; por ellos se despierta la imaginación creativa con el que se pueden buscar respuestas a los retos existentes y cuyos efectos se observan en el actuar dentro de todas las áreas de acción humana: desde las ciencias y la tecnología, pasando por la política y la economía, hasta los cuestionamientos acerca de la existencia y nuestro lugar en el cosmos.

Y el mundo de las artes, a su vez, se alimenta del trabajo de otras disciplinas como las matemáticas, la astronomía, el desarrollo urbano, la biología y más. Bajo esta óptica, convendría repensar la división entre las áreas de conocimiento: pasar de estancos aislados y excluyentes, a espacios de convergencia y diálogo desde donde la realidad es estudiada en toda su complejidad y no reducida a axiomas y principios rígidos.

¿Es la estulticia de nuestros gobernantes la que ha impedido la valoración de las artes? Posiblemente, sobre todo si algunos de nuestros dirigentes son incapaces de citar las lecturas que les han marcado la vida. Pero otra vertiente se encuentra en que el ejercicio del arte y su estudio no es un terreno neutral: ahí está latente un cuestionamiento a la realidad; se expresan, también, utopías o se documenta nuestro pesimismo.

Alberto Chimal, escritor de narrativa fantástica, reflexionó sobre los motivos por los que la escritura de la imaginación era minusvalorada en países como el nuestro, y señaló: “Aunque las obras que utilizan la imaginación fantástica no tienen necesariamente un compromiso político, el hecho que se refieran a lo imposible, a los límites de una idea de lo real, invita a pensar en cómo entendemos –o cómo se nos hace entender- la realidad. Y esta reflexión irrita al pensamiento autoritario porque incita a salir del conformismo, de la docilidad”. Medite estas palabras y trate de hallar vínculos con otras expresiones del arte que conozca, y pregúntese: ¿no será que debido a que el arte es un irritante, es mejor mirar hacia otra parte, pretender que no está ahí o, simple y llanamente, golpearla hasta “domesticarla”?

Durante el Romanticismo se construyó la idea de que el arte era una forma superior de expresión humana, al grado de ser un universo que era capaz de despojarse de las ataduras de lo material para elevarse a la esfera de las ideas y la perfección. Es posible que estos ideales aún pululen entre nosotros, porque, ¿cuántas veces no se ha escuchado que para hacer arte no se requiere de dinero? Las actividades artísticas son un eje económico relevante; simplemente en la región de Guanajuato, el Festival Internacional Cervantino genera cada año una derrama económica importante por la prestación de servicios de hospedaje, alimentación y transporte –terrenos que son importantes cuando se hacen cuentas en las instancias de gobierno-, pero también son un escaparate por el que grupos de artistas, curadores, personal de apoyo logístico y administrativo, por mencionar a unos cuantos, también se alimentan y contribuyen al crecimiento económico y, de paso, al desarrollo social de sus comunidades.

Es mentira que el mundo del arte no demande de recursos: los necesita para subsistir, crecer y circular. Y no sólo en los procesos creativos: también es necesaria la inyección de fondos en la investigación y estudio, porque, ¿cómo sin dinero y apoyos se podría recolectar muestras en exposiciones, adquirir materiales en librerías y bibliotecas, intercambiar notas con colegas en congresos y encuentros, obtener insumos para la creación, conservación y expansión de archivos, crear condiciones para la formación de públicos y nuevos profesionales?

No se puede negar que en tiempos de carencia de recursos se vuelve imperante optimizar los fondos existentes. No puede negarse la importancia de establecer prioridades que permitan remontar las carencias existentes con el poco dinero con que se cuenta. Y es verdad que en estas circunstancias se tiene que ser creativo y se debe tener visión para maximizar la eficiencia. En todo ello estamos de acuerdo. Pero hay que poner atención en la forma como se plantean los proyectos y planes con los que tratamos de salir de las crisis: creer que una nación y una comunidad únicamente requieren de mayor infraestructura industrial, civil y de salud, de mejores técnicas para la optimización de la administración y la captación de fondos, omitiendo la formación humana, ética, creativa y crítica, es, me temo, crear fachadas que, a la larga, generan sociedades frágiles, vulnerables a la violencia, la discriminación, la pasividad y la manipulación.

Como dije al inicio, el problema de la valoración del arte y su crisis actual es mucho más profundo, ya que en el terreno del arte –creación, circulación, apreciación, valoración y conservación- también existen juegos de poder múltiples y complejos. Y aquí un ejemplo: no es extraño que en años recientes el actual gobierno federal haya reducido sus presupuestos en proyectos artísticos y culturales, y aunque haya creado una Secretaría de Cultura, no se hayan dado condiciones para dejar en claro las reglas de operación, estructura y metas ni en corto, ni en mediano ni a largo plazo. Temo que estos gestos esconden vacíos a propósito, porque, ¿qué gana un gobierno, una élite intelectual, económica o de poder si permite que una comunidad se vuelva dialogante, crítica, autónoma, creativa y pensante?

Al igual que el panorama federal, ¿qué se podría decir las secretarías, institutos y demás dependencias públicas y privadas en los estados y los municipios?

Y yendo más a fondo: ¿qué hilos mueven los intereses de los círculos creativos, de crítica y de la academia?

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