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Mujeres en contextos de cambio

Fernando Cuevas

La maldición de Thelma, imagen de la película
La maldición de Thelma, imagen de la película
Mujeres en contextos de cambio

Una mujer adulta, una joven universitaria y una adolescente, se enfrentan a contextos acechantes e inéditos en sus vidas, cargando con culpas, interrogantes y tratado de atender su necesidad de afecto y perdón. Son los personajes de sendas películas que se mueven entre el tono sobrenatural, la ciencia ficción, el horror y el thriller psicológico para abordar conflictos específicamente humanos de las relaciones familiares y de la sobrevivencia en condiciones difíciles donde se tiene que ir descubriendo, día con día, las lógicas que regulan el curso de los acontecimientos. Prólogos poderosos que atrapan la atención por intrigantes e intensos, de alguna manera anticipando ciertas claves argumentales que se irán develando paulatinamente con sagacidad narrativa.

Lena: Buscando la reconciliación

Basada libremente en la novela de Jeff VanderMeer y escrita y dirigida por Alex Garland, volviendo al vínculo entre humanos y otro tipo de seres, como lo hiciera en la inquietante Ex Machina (2014), Aniquilación (Annihilation, RU-EU, 2018) sigue a una bióloga ex militar (Natalie Portman) cuyo esposo (Oscar Isaacs) desapareció hace un año en una misión a una zona donde cayó un meteorito; de pronto el hombre aparece pero luce extraviado, como si recordara muy poco de su propia vida. Lena decide sumarse a una expedición al mismo sitio en compañía de otras mujeres especialistas en diferentes áreas del conocimiento, para tratar de entender qué sucede en aquel ambiente enrarecido.

Relacionada con cintas clásicas como Solaris (Tarkovski, 1972) y Encuentros cercanos del tercer tipo (Spielberg, 1977), así como algunas más entre las que se ubican Starman: El hombre de las estrellas (Carpenter, 1984), Monstruos (Edwards, 2010), Bajo la piel (Glazer, 2013) y La llegada (Deneuve, 2016), esta cinta distribuida masivamente por Netflix, apuesta por un diseño de producción de carácter onírico que contribuye a crear un hábitat inquietante y al mismo tiempo acogedor, así como por un desarrollo argumental que abre la puerta a diversas interpretaciones sobre qué es lo que sucede con las personas que se introducen a esos territorios donde la alteración flota en el aire, incluyendo la propia carga emocional que cada una lleva consigo, y que va de la culpa por infidelidad a la esperanza reconciliatoria.

Thelma: Identificando la maldición

Una joven sale del rural y cristiano con visos de fanatismo nido familiar (Eili Harboe), donde vivía con su padre, un médico exigente, y con su madre, siempre cautelosa y atada a una silla de ruedas, para entrar a la universidad en Oslo. En ese nuevo entorno, empieza con cierta timidez soberbia a socializar con algunos compañeros, en especial con otra estudiante de la que poco a poco establece una relación de intimidad, mientras que sufre esporádicos ataques parecidos a la epilepsia, que se combinan con sucesos más allá de su aparente control pero que la vinculan con cierto grado de responsabilidad. La ruptura de las creencias religiosas se inserta en los sentimientos de culpa, soportados desde hace muchos años y apenas comprensibles y entrelazados con el deseo y la necesidad de encontrar su lugar en este nuevo contexto.

Con oportunos y reveladores flashbacks centrados en la historia familiar, el director Joachim Trier (Reprise – vivir de nuevo, 2006; Más fuerte que las bombas, 2015) construye un gélido relato de independencia y autoconocimiento, a partir de una fotografía pasada por nebulosas, que distingue los vuelos de la mente de la protagonista y la realidad tangible, por momentos capturada desde vistosos contrapicados como si se tratara de un microscopio analizando los fenómenos paranormales que invaden la racionalidad habitual. La maldición de Thelma (Noruega-Francia-Dinamarca-Suecia, 2017) plantea el duro tránsito de los jóvenes en las sociedades contemporáneas, incluso las más avanzadas, desde su notable interacción entre realidades sociales y elementos más allá de la comprobación científica.

Regan: Parando oreja

Dirigida e interpretada por John Krasinski, quien gusta de bajar la voz y usar señas como se vio en un capítulo de la serie The Office y en la cinta Aloha (Crowe, 2015), Un lugar en silencio (EU, 2018) es una notable cinta de horror no silente pero casi muda que plantea la indefensión de la especie humana ante la llegada de unas criaturas depredadoras ciegas pero con un oído en extremo aguzado, que les permite cazar a quien ose romper la quietud sonora. Fuera del ligeramente forzado desenlace que le pone cierta inverosimilitud al desarrollo dramático del argumento, la cinta consigue absorbernos en ese mundo, desolado donde la única forma de mantenerse en pie es cambiando por completo las rutinas cotidianas y excluyendo de las actividades cualquier tipo de ruido.

La historia se concentra en una familia cuya hija mayor (Millicent Simmonds) arrastra una sensación de culpa y tiene un padecimiento en el oído, por lo que su papá intenta construirle un aparato que le permita escuchar; complementan el clan la madre (Emily Blunt, expresiva) y dos hijos más (Noah Jupe y Cade Woodward): entre los cinco buscan coordinarse, a partir de señas y ciertas estrategias de señalizaciones, para evitar que las implacables criaturas se lancen a cazarlos. Gran edición para generar momentos de genuina tensión, así como una cámara que apuesta a la velocidad pero sobre todo al acecho de las apariciones. Si nos ponemos metafóricos, se trata de una historia que reivindica a la familia como el lugar donde se puede sobrevivir en las deshumanizantes sociedades contemporáneas. O no.

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