martes. 23.04.2024
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Bordando fino (El hilo fantasma)

Fernando Cuevas

El Hilo fantasma, fotograma de la película
El Hilo fantasma, fotograma de la película
Bordando fino (El hilo fantasma)

En la fragilidad, justo cuando uno se descubre a sí mismo, se puede encontrar la conexión emocional con los demás. Experimentar la necesidad de apoyo, a pesar de la coraza de absoluta seguridad y control con la que vamos por la vida, puede despertar sentimientos ausentes durante muchos años, escondidos en los pliegues de los sofisticados vestuarios puntualmente diseñados para cada ocasión, cual disfraces de notable originalidad que resaltan las virtudes y ocultan con elegancia las posibles necesidades afectivas, nunca a la vista como si se tratara, metafóricamente, de un perfecto bordado invisible.

En Londres durante los cincuentas del siglo pasado, ya con los horrores de la guerra empezándose a disipar un poco en la neblina, un renombrado, obsesivo, perfeccionista, antisocial y neurótico modista sin tiempo para entrar en discusiones, integra junto con su hermana, que siempre parece tener todo bajo control, y un eficiente equipo de costureras, la afamada y refinada casa Woodcock, a la que asisten actrices, mujeres de la realeza, socialites y todo tipo de damas con aspiraciones fifí (para usar un término, justamente, de moda), esperando ser vestidas para lucir de la mejor manera posible o para disfrutar de los muestrarios que salen del talento creativo de este hombre.

Soltero empedernido, se relaciona con las mujeres a partir de su mirada de diseñador, acaso para convertirlas en su inspiración hasta que su complicada personalidad se interpone: ahí entra su hermana para finiquitar el asunto y a lo que sigue. Pero entonces, en un escapada a la casa de campo, conoce a una mesera a la que convierte en su nueva musa y la lleva a vivir a su hogar que es al mismo tiempo el lugar de trabajo: la relación empieza a atravesar por las mismas confusiones y dificultades que parecen repetirse invariablemente, generándose un ambiente de fuerte tensión afectiva no sólo entre ellos dos, sino también con la hermana, entre las presiones propias con las distintas clientas siempre con altas expectativas.

Escrita y dirigida por el gran realizador Paul Thomas Anderson con la reconocible tensión contenida, cierta sutileza en el tratamiento de las secuencias e incorporando breves momentos de humor nervioso en situaciones de conflicto interpersonal, El hilo fantasma (The Phantom Thread, EU-RU, 2017) es un dechado de virtuosismo, distribuido tanto en las capacidades del personaje para imaginar esos lucidores y siempre adecuados vestidos según la mujer que se trate, como en la puesta en escena, el diseño de producción, la fotografía y la música, componentes que fortalecen el notable desarrollo de los tres personajes centrales y la forma en la que van construyendo o destruyendo sus relaciones.

Meter hilo para sacar hebra

Daniel Day-Lewis se confirma como el mejor actor del momento: tanto en los momentos de neurosis y soberbia absoluta como en los de fragilidad y alegría, consigue representar con nitidez a este hombre atrapado por sus obsesiones como artista del diseño, por el espíritu de su madre de quien heredó el oficio y la presencia de la hermana, interpretada con solvencia apabullante por Lesley Manville (habitual actriz de Mike Leigh), hablando lo estrictamente necesario y comunicando lo importante con la mirada; para redondear el cuadro, sorprende la luxemburguesa Vicky Krieps como la mujer que se introduce en un contexto completamente distinto al acostumbrado: tanto personaje como actriz logran estar al nivel ante la inusual situación.

Ahora desde la exquisitez, Anderson (Sidney: juego, prostitución y muerte, 1996; Boogie Nights: juegos de placer, 1997; Magnolia, 1999; Embriagado de amor, 2002) vuelve a construir, en colaboración con una soberbia actuación muy bien secundada, un fuerte personaje memorable plagado de obsesiones y atrapado en sus manías, tal como el extraviado Freddie Quell (Joaquin Phoenix) y el gurú Lancaster Dodd (Phillip Seymour Hoffman) de The Master (2012); el pynchoniano Larry “Doc” Sportello (Phoenix, otra vez) de Vicio propio (2014) o el inclemente Daniel Plainview de Petróleo sangriento (2007), también interpretado con el acostumbrado énfasis diferenciador por Day-Lewis.

Desde el inicio, cuando la joven le habla a un interlocutor, la cámara se posa en los rostros para interpelarlos directamente o recorre con recelo las escaleras, pasillos y habitaciones de la casa de modas, sin perder detalle; se queda esperando las reacciones o apariciones de los personajes y se entromete en el hilado para confirmar la hechura de los vestidos atemporales. Tanto la fotografía, a partir del uso de ciertas texturas, como el omnipresente y diverso score del cómplice Jonny Greenwood, con quien grabó el documental Junun (2015), ponen el énfasis en darle un enfoque al film de la época que representa, como también se advierte, por ejemplo, cuando el protagonista viaja en coche y en algunos encuadres que recuerdan la estética de hace setenta años.

Y el vestuario se convierte en fondo y forma del filme, no solo en cuanto a las originales y cuidadísimas prendas que utilizan las adineradas clientas del exigente modisto, capaz de recuperar una obra suya en caso de ser mal utilizada, sino en cuanto a la recreación de una manera de entender los rígidos lugares que le tocaban a cada quien ocupar en la sociedad: los impecables uniformes de las costureras, la sobriedad de los vestidos de la hermana, arreglada siempre y sin un cabello fuera de lugar, y los abrigos del protagonista reflejan estilos de conducirse por el mundo de aquellos años, donde las convenciones sociales todavía importaban.

Y el amor, desde luego, busca abrirse paso de formas totalmente inesperadas ante un contexto relacional que parece destinado a la ruptura por hartazgo, desprecio o aburrimiento: quizá sosteniendo la mirada para penetrar la mera actitud de autosuficiencia, jugando con el ejercicio del poder y arriesgándose a develar las fantasmales angustias internas. Una película que confirma, por si hiciera falta, a P.T. Anderson como uno de los realizadores esenciales de nuestro tiempo. Obra maestra.

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