jueves. 18.04.2024
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Lalo Guerrero, el chicano inolvidable

Esteban Cisneros

Cannibal & The Headhunters
Cannibal & The Headhunters
Lalo Guerrero, el chicano inolvidable

México no es un México. Hay muchos. Y hay expresiones musicales mexicanas que no suenan a lo que el imaginario colectivo considera mexicano (el mariachi, las músicas de tradición regional, las músicas rancheras y norteñas, adaptaciones locales de la polka europea que tanto gustaba a Don Porfirio) y, por tanto, no logran ser consideradas como algo tan trascendente en la cultura. Y no sólo hablo de los grupos de rock, ska u otros géneros extranjeros adaptados al ritmo y la temática mexicana, ni de las muy falibles fusiones de músicas. Toca mencionar, hoy, a esa otra parte de la cultura mexicana que, admitámoslo, es esencial en el desarrollo de nuestro país, las tradiciones más añejas y que, también, posiblemente, es uno de sus sectores más avanzados y de vanguardia en cuanto a creación, adaptación y congruencia en sus medios de expresión. Me refiero a la cultura chicana, que es para muchos una hija bastarda de Lo Nuestro y lo Suyo; para otros, es la unión de Lo Mejor de Dos Mundos.

Nacido en la confusa y controversial frontera, en específico en el lado que pertenece a ellos, el Chicanismo es una expresión muy peculiar de Lo Mexicano, en el que además de reforzar la identidad mediante un apego consciente, valiente y comprometido de la cultura madre, es una cultura adaptada consciente, valiente y comprometidamente hacia el lugar que los ha acogido. Un libro muy recomendable y notorio es Drink Cultura: Chicanismo de José Antonio Burciaga, que expresa su sentir chicano con el humor propio de un mexicano y la distancia de un estadounidense. Hay que buscarlo.

Surgido a partir de los movimientos migratorios, el Chicanismo está lleno de expresiones musicales que también tendrían qué decirnos muchas cosas, a pesar de la aparente lejanía que se tiene con él. Precisamente por esta distancia desde la que, en la necesidad de crear un argumento, las cosas se ven con otras gafas, desde otro ángulo y con otro punto de vista. Entre mis favoritas están, por su enérgica manera de expresión y sus tópicos siempre relevantes, el soul y el rock and roll chicano de los años 60 (Sunny Ozuna, Little Jr. Jesse, Thee Midnighters, Cannibal & The Headhunters) y el rap surgido desde los 90 (Kid Frost, Cypress Hill, Delinquent Habits), dos adaptaciones de ritmos no autóctonos, por cierto. Y músicas que han sido muy populares de este lado del mundo.

Pero si hay alguien a quien deberíamos haber prestado siempre más atención es a Lalo Guerrero, chicano inolvidable, al que todos hemos escuchado de una o de otra manera, pero casi siempre sin la atención que merece. Nacido en Tucson, Arizona, de padres mexicanos (nacidos en Ensenada, mudados al Norte por cuestiones de trabajo) en 1916, hizo música importante. Sus padres le educaron conforme a su tradición mexicana, pero haciéndole consciente que también era estadounidense. Comenzó a tocar en salones de baile con su grupo Los Carlistas, que tuvo uno que otro éxito menor. Por esa época compuso Canción mexicana, un clásico. Himno de batalla para los chicanos, era una canción para levantarse a trabajar, para fiestear y para pelear. Lucha Reyes la hizo famosa después. La historia de la vida de Lalo Guerrero: compositor prolífico, que regalaba sus canciones al pueblo, porque de la gente eran.

Con el movimiento Pachuco, Lalo ganó notoriedad. Sus himnos en clave cha-cha-chá, bolero y salsa eran irresistibles. Y no sólo eso: hablaban de cosas reales, importantes, propias. Y en español, el idioma materno, el que tenía el ritmo comprensible de los pies chicanos, pachucos. Sacar a bailar a la aztec princess al son de “Chicas Patas Boogie” o “Vamos a bailar”, o reforzar la identidad propia y grupal con “Pachuco” era (y es) un acontecimiento. Estas canciones, además, fueron el canon para el musical Zoot Suit, de Luis Valdés, que después se convirtió en una película bastante exitosa. Lo mismo pasa al reírse con las sensacionales “La minifalda de Reynalda” o “There’s No Tortillas”, ya de otra época, que fueron también versionadas en cantidad.

Portavoz de All Things Chicano, referente del hispánico en tierra extraña, mexicano por decisión, Lalo Guerrero siempre cantó cosas a las que deberíamos de hacer más caso. En una carrera de 60 años, grabó con montones de artistas, influyó a otro tanto y compuso lo mismo para mariachis que canciones de rock. Siempre, claro, apelado a la Mexicanidad verdadera: no tanto al pastiche, que sí lo hay, como al genuino humor, la verdadera alegría y el infaltable jolgorio. A la tradición, no a la caricatura de la tradición. A los verdaderos problemas, a esa identidad siempre huidiza, al desequilibrio, al lugar común de los contrastes en la Mexicanidad vistos no desde el punto de vista del distante estudioso sino del barrio. Sin perder la sonrisa, además.

El humor mexicano, esa cosa que se ha tornado amorfa y que ha confundido la picardía con la tosquedad y la vulgaridad, que ha abusado de la burda parodia, que tantas veces se olvida que el pueblo es inteligente y ya no se divierte con el mismo chiste una y otra vez, está presente en todo Lalo Guerrero. Y eso es invaluable. No en vano uno de sus proyectos musicales más célebres haya sido la adaptación azteca de Alvin & The Chipmunks de Ross Bagdasarian: las Ardillitas de Lalo Guerrero. En su trabajo están también las características más fuertes del humor, la adaptación al medio, el estoicismo combativo y la parodia inteligente. Cantaba, por ejemplo, de héroes mexicanos usando la melodía, conocidísima, de canciones estadounidenses sobre héroes estadounidenses. Parodió la cultura popular norteamericana, adaptando sus melodías a jocosas letras mexicanas.

Su muerte en 2005 supuso una gran pérdida. Pero Lalo Guerrero no nos quedó a deber nada. Al contrario, le debemos muchísimo. Podríamos comenzar a pagarle escuchándole. Entendiéndole. La dificultad de ser mexicano, desde todos los flancos posibles, seguirá allí. Lalo Guerrero lo sabía mejor. Así pasa: un mexicano por decisión nos habla mejor y más fuerte que uno de nacimiento. El Chicanismo también es parte de México, y México del Chicanismo. Fueron los primeros globales de este lado del mundo. Aprovechando estos desplantes mediáticos, hablemos de música que importa. Y dejemos de lado la música que nos quieren imponer.

C/S.

 

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Esteban Cisneros
(León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú y los Beatles. Está convencido de que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.

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