viernes. 19.04.2024
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Breve historia de las telecomunicaciones

Chema Rosas

Breve historia de las telecomunicaciones
Breve historia de las telecomunicaciones
Breve historia de las telecomunicaciones

En la época medieval (esa de los dragones y El Señor de los Anillos) si un rey quería enterarse rápidamente de un peligro o invasión su mejor recurso eran las atalayas. En cada uno de estos puestos había una fogata lista para ser encendida y uno o dos friolentos soldados encargados de vigilar el terreno y prender la pira al detectar un peligro o notar que sus compañeros en la atalaya de junto encendieron la suya. De esta manera la noticia podía viajar muchos kilómetros en pocos minutos. El problema es que era un tanto difícil transmitir un mensaje más complicado que “hey, prendimos la fogata y pues… pasa algo”.

Gracias a las caricaturas que veía de niño sé que los nativos americanos inventaron un sistema comunicación basado en señales de humo probablemente inspirados en los puros y pipas que fumaban todo el tiempo (tengo la sospecha de que en estos tiempos las mismas caricaturas serían censuradas fuertemente por CONAPRED y la COFEPRIS). Aquí también se necesitaba prender una fogata y los mensajes no podían ser muy complejos. El mensaje “hace demasiado viento como para un mensaje de humo, te veo al rato” habría sido prácticamente imposible.

A mediados del siglo dieciocho, un tipo llamado Leymen consiguió almacenar electricidad en botellas con agua y un monje loco y científico francés llamado Jean Antoine Nollet hizo que doscientos religiosos se tomaran de la mano y electrocutó a uno con su pila botella. Los monjes se retorcieron todos casi al mismo tiempo y con ello Nollan concluyó que la electricidad viaja muy rápido a través de elementos conductores. También inventó la primera máquina de toques para fiestas, cosa que no extraña, pues los inventores de la cerveza también fueron monjes. Samuel Morse aprovechó esa velocidad eléctrica y desarrolló un código que usó en el primer telégrafo. Este nuevo invento permitió el envío de mensajes más complejos. De hecho, uno de mis textos favoritos de Mark Twain es un telegrama que dice: “El reporte de mi muerte fue una exageración”.

En 1871, el italiano Antonio Meucci tenía su taller en el sótano de la casa. Cansado de que su mujer le gritara todo el día desde la planta alta diseñó y construyó un aparato capaz de convertir la voz en corriente eléctrica y luego la corriente eléctrica en voz con el único propósito de no tener que subir escaleras a cada rato o algo así. Una vez terminado lo llamó teletrófono y estaba por patentarlo cuando un vivales llamado Alexander Graham Bell robó la idea, la patentó bajo el nombre de teléfono y se forró de billetes.

Es posible que los nacidos después de 1990 no lo crean, pero durante mucho tiempo el teléfono fue la manera en que las personas se comunicaban con otros que estaban lejos. No sólo eso… el teléfono alámbrico, pegado a la pared con marcador de rueda y que pesaba doscientos kilos solía ser el centro de una serie de actividades y situaciones que en la era del wireless y Smartphone están en peligro de extinción:

Interculturalidad: La capacidad de estar en México y marcar a China sólo para saber cómo sonaba la gente de por allá… y cómo sonaban los gritos paternos cuando llegaba la factura con llamadas de larga distancia. Ahora si uno quiere escuchar algo en chino sólo le cambia el audio a Netflix.

Convivencia vecinal: Puede resultar extraño, pero antes no todas las casas tenían teléfono, y era cuestión de cortesía recibir a los vecinos que necesitaban hacer una llamada rápida… y a veces hasta tomar sus recados… o aventarse el drama de la vecina adolescente peleando con el novio en sala de casa ajena. Me imagino que así surgió la idea para los primeros talk shows sensacionalistas.

Como punto de referencia. Antes era común orientarse alrededor del aparato telefónico con frases como “toma el billete que está junto al teléfono” o “dejaste tus llaves en la mesa del teléfono”. Ahora si los teléfonos no están en la mano de su dueño, nadie sabe dónde están.

Salvavidas: Llamar por la noche a un amigo para preguntarle si dejaron tarea y si fuera tan amable de dictarla al auricular.

Prueba de tolerancia: Recibir la llamada de un amigo que pide la tarea justo a la hora de las caricaturas, mientras se enfría la sopa o peor aún, mientras se ensopa el cereal.

Prueba de valor: Llamar a la casa de la chica que te gusta para “pedirle la tarea” aunque ya la hubieras hecho y a sabiendas de que podía contestar su papá.

Sincronicidad: Era necesario tener un sexto sentido o ponerse de acuerdo con la otra persona para que fuera ella quien contestara la llamada y no su papá.

Fuente de comedia. Cuando los teléfonos no tenían pantalla era imposible saber quién estaba del otro lado de la línea antes de contestar. El mudo, El refrigerador andante y El Señor Aquiles Bailo son algunos de los clásicos.

Los smartphones han hecho las llamadas telefónicas prácticamente innecesarias. Hoy casi todo se puede arreglar por medio de texto o mensajes de voz en una aplicación, cosa que agradezco porque nunca he sido buen conversador telefónico. Por otro lado, me pregunto de dónde sacarán los chicos de ahora su dosis de adrenalina; las agallas que se necesitaban para marcar los números anotados en la palma sudorosa, la templanza requerida para no entrar en pánico cada que suena el tono de llamada o la capacidad pulmonar para no respirar cuando quien levanta el auricular es el papá de la chica que les gusta.

¿Quién sabe? Tal vez necesitamos menos avances tecnológicos y regresar a la comunicación alrededor de las fogatas.

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Chema Rosas
 (Ciudad de México, 1984) es bibliotecario, guionista, columnista, ermitaño y papa-de-sofá, acérrimo de Dr. Who y, por si fuese poco, autoestopista galáctico. Hace poco incursionó también en la comedia.

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